Un año después del llanto, Geni y Luis vuelven a soñar: "Tranquilo, chaval, volveremos"
Los dos protagonistas de la portada de LA NUEVA ESPAÑA del no ascenso de Cornellá se reencuentran tras otra temporada ilusionante: "El Oviedo nos hace sufrir, por eso lo queremos tanto"

A la izquierda, Luis Pérez y Eugenio Moro, en la portada de LA NUEVA ESPAÑA del día en el que el Oviedo perdió el ascenso a Primera en Cornellá; a la derecha, ambos hinchas, ayer. / LNE / MARIO CANTELI

La imagen dio la vuelta a la ciudad. Dos hombres fundidos en un abrazo, con los ojos vidriosos y la voz rota, bajo una bandera del Oviedo en la bodega de Avelino, en la Ruta de los Vinos. El televisor, colgado sobre la barra, seguía escupiendo imágenes del desastre. El Oviedo, que venía de ganar 1-0 en el Tartiere, acababa de perder en Cornellá la final del play-off por el ascenso a Primera. Aquel 2-1 global frente al Espanyol dejó al oviedismo abatido, como tantas veces a lo largo de su historia. Y aquella portada de LA NUEVA ESPAÑA, con Eugenio Moro "Geni" consolando al joven Luis Pérez, se convirtió en un símbolo instantáneo de la desolación carbayona. "Tranquilo, chaval, volveremos", era el titular.
Doce meses después, la vida les vuelve a colocar en la antesala del sueño. Otra final. Otro billete a Primera en juego. Esta vez contra el Mirandés. En la misma taberna de siempre, bajo el mismo televisor, Moro y Pérez vuelven a ilusionarse. No hace falta que ninguno de los dos pronuncie la palabra "miedo", porque está flotando en el ambiente, como una nube baja que ninguno quiere nombrar.
"Si no ganamos al Mirandés, no merecemos subir", dice Moro, entre la convicción y la superstición que tan bien manejan los oviedistas de toda la vida. Pérez asiente. Ha visto demasiadas. "Sería de justicia, hombre. Dos años seguidos, pero esta vez tiene que ser", responde Moro mientras limpia la barra con el trapo, queriendo limpiar también la imagen de Cornellá de su cabeza.
Lo tienen hablado muchas veces. Aquella tarde fue el principio de algo. El principio de la Tarambana Azul, la peña que montaron poco después. "Ese día, entre Jaime, Pati, Ángel, Laura, Eugenio, yo, montamos la peña, que se registró oficialmente el cinco de febrero. De las derrotas también nacen cosas bonitas", recuerda Pérez. El oviedismo lleva 24 años malos y sabe que las heridas terminan curando.
Aquel partido les sigue quemando dentro. Luis lo revive cada vez que habla de ello. "Yo confiaba. Íbamos uno a cero aquí y parecía que por fin íbamos a regresar a Primera. Pero cuando nos metieron los dos goles y tan seguidos, lo vi crudo. Muy crudo", recuerda con rabia. Y bajaron la persiana del bar, dejaron sonar los últimos minutos ya sin apenas mirar la pantalla. Afuera, la ciudad enmudecía y lloraba. En las casas, en los bares, en las calles. Oviedo, que tanto había soñado con aquel ascenso, volvía a quedarse en Segunda. Otra vez. Como si de una maldición se tratase.
Pero el oviedismo, que ha aprendido a vivir entre heridas, siempre encuentra una rendija para la esperanza. Y aquí están otra vez. Un año después, con los mismos nervios, con los mismos sudores fríos, con el corazón azul latiendo con ganas. La ciudad vuelve a vestirse de azul, las terrazas hierven de conversación futbolera, las bufandas ya cuelgan en los maleteros de los coches y los balcones ondean banderas carbayonas. En los bares, las reservas de mesas ya están agotadas para el día del partido.
"El Oviedo siempre nos hace sufrir. Pero por eso lo queremos tanto", sentencia Moro, incontestable. Y Pérez asiente, que sabe que sufrir merece la pena. Y sueñan, quién sabe si esta vez sí, con poder enmarcar dentro de poco para colgar en el bar, al igual que la temporada pasada, una nueva portada de LA NUEVA ESPAÑA. Pero esta vez sonriendo, con las lágrimas secas y los brazos al cielo.
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