Cazorla cierra el círculo con el ascenso del Oviedo: la historia del capitán que cumplió su misión
El oviedista logra el objetivo marcado cuando regresó: el equipo en Primera y que sus hijos le vieran triunfar de azul

Cazorla, una leyenda del Real Oviedo. / Irma Collín

Cada tarde, en los campos de Tensi, Santi Cazorla agarra una botella de agua, sube a la grada y se va a una esquina. Resguardado bajo una gorra sigue el entrenamiento del Cadete A. Allí está Enzo, su hijo, una fotocopia, un prodigio técnico. De físico menudo, lucha por minutos entre chavales que son el doble. Santi ya estuvo allí, ya se vio en esa pelea entre torres y hasta salió cedido al Astur en su segundo año de juvenil. En un viaje en el tiempo, Enzo sería el propio Santi y en la grada estaría José Manuel, el padre, noble, conductor de ambulancias de voz grave y oviedista férreo y exigente con su hijo, pero que nunca fallaba a las tardes de El Requexón. Falleció en 2007, a los 48 años, cuando Cazorla jugaba en el Recre. Todo cobró sentido con la noche mágica de este sábado, el círculo se cierra y el capitán ya tiene la misión cumplida. Había venido para esto, para el golazo al Almería, para llevar al equipo a Primera. Es su ascenso: el de Enzo; el de José Manuel, muy orgulloso allí arriba; el de Loli, la madre, siempre guardando el cuartel general de Lugo de Llanera, ya estuviera su niño en Villarreal, Huelva, Málaga, Londres o Catar; el ascenso de India, por supuesto, su niña; el de Úrsula, su mujer, el apoyo en Londres cuando la retirada por las lesiones era una amenaza muy seria; el de Nando, su hermano y eterno compañero de peloteo, "¡el bueno era el otru"!, ya se sabe cómo se construyen las leyendas... Y el de tantos héroes silenciosos de dos años de calvario por los quirófanos y salas de rehabilitación cuando todos le daban por cojo: los fisios de Salamanca, el cirujano Mikel Sánchez...
Dure lo que dure en el campo, el Cazorla que ha pasado por el Oviedo para volver a Primera habrá sido mucho más que un futbolista. Al venir se podía pensar en una historia bonita y un final feliz. Y así fue. Pero lo que contiene entre líneas engrandece todavía más a un tipo sencillo de Llanera que ha conocido lo mejor y más grande por todo el mundo: dos Eurocopas, estrella en la Premier, contrato dorado en Catar...
Si el compacto núcleo de confianza ha sido una de las claves del éxito azul (y en la vida) de Cazorla, nada habría sido posible sin su humildad y sencillez. Llegó como fichaje estrella y, aunque no quiso hacer ruido, las primeras semanas no fueron fáciles. No hay que ser un lince para ver que a Álvaro Cervera, entrenador entonces, no le entraba por el ojo. Santi evitó el conflicto y trabajó para ponerse en forma. Con Carrión y su estilo todo cambió. Empezó a ser un fijo, se notó en el juego pese a los achaques y con el técnico tejió una relación extraordinaria. Llegó Calleja esta campaña, un amigo, compañeros en el Villarreal varias temporadas (2003-2006) y luego entrenador uno y jugador el otro en La Cerámica (2018). El final no fue el deseado, pero todos supieron estar en su sitio, con el club por delante, hasta la llegada de Paunovic, que los enchufó para el sprint final.
En Oviedo, Cazorla ha encontrado su sitio; sentarse con gorra en la esquina de Tensi no significa esconderse. Es el capitán oficioso de la cantera. Mira hacia Enzo, como haría cualquier padre, pero siente suyas las categorías inferiores. Es rara la semana que no pregunta si hace falta algo, si todo está bien por allí o en qué puede ayudar. Se preocupa por los entrenadores, por sus condiciones, su sueldo. Es habitual su paseo por la clínica, se sienta junto a algún chaval lesionado y le pregunta, le anima. También en los hospitales tiene enorme experiencia. En el HUCA visitó a al cadete Diego Ruiz, hace meses, recién operado de rodilla. Le llevó una camiseta, ha perdido la cuenta de cuántas ha regalado. Como las que llevó un día al cole de sus niños para toda clase.
El debut de Enzo
Cuando ve a la cantera, Cazorla se reconoce a sí mismo. Le duele si algo no funciona del todo, vivió el club en el fatídico 2003, no se pudo quedar y eso marca. Es querido y respetado. Ve todos los partidos que puede, pero se perdió el que más deseaba: el debut de su hijo Enzo con los juveniles en Sama de Langreo. Ese sábado por la mañana la sesión de vídeo de Calleja duró más de la cuenta y no llegó a tiempo a ver al chaval, que tuvo veinte minutos con los mayores. Habrá más ocasiones porque el pequeño pinta bien. En el club también juega uno de sus sobrinos, Diego, y no se pierde un partido del Covadonga cuando sale Tiago, el otro sobrino.
Al equipo de Enzo le pagó este año a la cena de Navidad; corrió con el gasto de la compra de la camiseta de juego de los canteranos, para que cada niño se la pudiera llevar a casa a final de temporada; y otros cientos de gestos, como su salario mínimo o ese 10% por contrato que ha de ir a la cantera de los beneficios de sus camisetas.
El día que Cazorla se ligó al Oviedo estaba escrito que aquello debía finalizar a lo grande, pocas cosas hay mayores que un ascenso tan deseado para sacudirse los últimos pegotes de barro.
Adivinar el futuro cuando Santi diga basta no será fácil. No quiere complicarse, no se lo imagina uno en un banquillo, quizá una dirección deportiva... No le han faltado llamadas para sumarse a algún cuerpo técnico y no de los pequeños, precisamente. Lo que hará seguro es ver partidos y seguir a su hijo y sobrinos, ahora que ya ha cumplido el sueño del ascenso y otro muy importante, el principal de entre los que le trajeron de vuelta: que Enzo e India le vieran triunfar vestido de azul. Y así ha sido.
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