Lo que acontece en cada Semana Santa es el memorial del acto de amor más importante de la historia de la humanidad: todo un Dios hecho hombre, se entrega por nosotros, nos redime, nos justifica, con su pasión, muerte y resurrección. La fe en Jesús fortalece nuestra esperanza y anima nuestro amor y necesidad de entregarnos a los demás. Si bien es cierto que situaciones como la pandemia que estamos atravesando nos hace descubrir que somos mucho más frágiles de lo que pensábamos. Y aunque tengamos una gran capacidad de resiliencia el coronavirus ha mermado nuestras energías.

El año pasado vivimos una Semana Santa muy para adentro, donde la vida interior, el encuentro con nuestra conciencia nos hizo dar el paso de la incertidumbre a la fe, y de la fe a la creatividad y al compartir. Nos encontramos al principio del confinamiento muy solos. Comenzamos a buscar formas de encuentro con nuestros feligreses a través del teléfono, la creación de grupos de whatsapp, de perfil de Facebook de la Unidad Pastoral, necesitábamos el contacto con nuestra gente pues somos seres sociales y parecía que se encendía en muchos de nosotros una especie de misantropía. La parroquia sin los feligreses pierde su vitalidad, era el momento de crecer para adentro, de asentar bien los fundamentos de la fe, de fortalecer la comunión de los santos, que es como ese entramado de vasos comunicantes que nos une a todos, para salir fortalecidos a anunciar el evangelio.

Nos dimos cuenta de que o nos sumábamos a la era de las nuevas tecnologías de la comunicación e información o perdíamos el tren. Cualquier adolescente contaba con más herramientas y acceso a las redes sociales que nosotros y, procuramos subimos. Y, sobre todo, nos dimos cuenta de que teníamos que hacer una apuesta decidida por la atención a las personas más vulnerables o en riesgo de exclusión. Y llegó la hora de Cáritas, que ha sido la imagen de la Iglesia atenta a la sociedad en esta pandemia.

Es fácil preguntarse ante los trágicos acontecimientos dónde está Dios, dónde está ese Jesús que se entrega por nosotros. Y desde la fe que fortalece el ánimo descubrimos que estamos atravesando un interminable viernes santo y que las tres olas de la pandemia se asemejan a las tres caídas de Cristo camino del calvario. Ahí está Él: soportando el peso de la cruz acompañándonos en nuestros sufrimientos. Los voluntarios de Cáritas están siendo los cireneos presentes en esta pandemia ayudándonos a llevar la cruz. No solo en las personas vulnerables en riesgo de exclusión sino en lo que podríamos llamar las “nuevas pobrezas”: las personas que están sufriendo las consecuencias del coronavirus ahí también está Cristo pues: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños hermanos conmigo lo hicisteis (Mt 25, 45)” las obras de amor, de misericordia.

Los hijos de Dios estamos llamados a ser otra vez Cristo, otros Cristos, el mismo Cristo que se hace presente en los sanitarios, el personal de limpieza, en los que están en los mercados, los trabajadores esenciales, en el personal de la hostelería que lo está pasando tan mal, en los profesores que han tenido que reforzar su creatividad y en esos padres y madres de familia que con una sonrisa saben sacar adelante a sus hijos ante tanta incertidumbre, en los sacerdotes que hemos intentado de cualquier forma llegar a los fieles, en los bomberos, en las fuerzas y cuerpos de seguridad, en los transportistas y sobre todo en los enfermos de los hospitales y en las familias que perdieron a sus seres queridos y tantos que haríamos una lista interminable. Esta Iglesia que vivimos en este tiempo y en esta historia nos hizo redescubrir que es la hora de los laicos.

Este año continuamos con lo mismo, pero con atisbos más esperanzadores. Se puede acudir a los templos, cuidamos todas las medidas sanitarias y sociales pertinentes y más… Pero la ausencia de procesiones y manifestaciones públicas de lo que más amamos y por eso sacamos, sigue fortaleciendo nuestra vida interior y una vivencia de la pascua más en comunidad, aunque nuestros templos estén al cincuenta por ciento.

Me pregunto si podemos sacar algo positivo de todo esto. Y pienso que estamos pasando de un paradigma tecnocrático, del endiosamiento de la ciencia, a un paradigma antropológico, a la empatía, la inteligencia emocional, al cuidado de la casa común. Nos hemos dado cuenta de que un virus diminuto ha puesto las estructuras de la humanidad y del mundo en jaque. Y somos más conscientes de que la tierra que Dios ha puesto en nuestras manos la tenemos que cuidar más y mejor.

Desde el respeto a la dignidad del ser humano tenemos q construir contribuyendo todos al bien común, a la participación en la sociedad, a la solidaridad, desde los valores de la verdad, libertad, justicia y amor. Bien es cierto que pudiera parecer que algunos desalmados, como en la primera semana santa, aprovechan este momento para retorcer la realidad y mirar por sus propios intereses. Han formulado incluso leyes que atentan contra la libertad y la dignidad de los hombres y mujeres en vez de invertir en su cuidado y atención.

Pero quisiera atender a los signos de esperanza y confiar en el ser humano que sabe que cuando el “hermano es ayudado por el hermano, es como una ciudad amurallada” lema que el latín presidía la sala de estar del colegio mayor en que vivía en mis años universitarios. Desde la fe cogemos fuerza porque afirmamos con certeza que después de la cruz llega la resurrección.