Desde hace un año estamos viviendo como en una pesadilla que nunca jamás imaginamos. El mundo ha cambiado para siempre y nosotros también, una nueva realidad se impone y nos dirige hacia derroteros impensables. Los principios éticos y los valores morales de toda una generación están a punto de derrumbarse estrepitosamente. Cuando manda el miedo el apego a la vida pesa más que cualquier otra consideración. Las libertades que tanto hemos tardado en ganar se han evaporado en apenas unos instantes. La vida se ha vuelto más oscura, más frágil, más tenebrosa, menos espiritual, más en consonancia con el mandato secular, técnico y mundano de la época.

El temor absoluto a la pandemia hace ver fantasmas por todas partes. Mucha gente está obsesionada, ha dejado de razonar, sólo piensa en sobrevivir y seguir hacia adelante aceptando, al pie de la letra, las consignas impuestas sin pararse a considerar su valía, trascendencia y certeza.

El hombre está siendo dirigido hacia una sociedad carente de legitimidad moral, dominada por la muerte y el peligro, donde las riquezas del alma carecen de fuerza y se renuncia a la individualidad y los tesoros del ser de forma fácil a cambio de una pretendida seguridad laica, material y sanitaria que tampoco pueden las autoridades garantizar. Dios ha muerto definitivamente, la fe se ha diluido y los pocos que la conservan en defensa de la esperanza son mirados como sin pertenecieran a un tiempo caduco y agotado, siendo ridiculizados cuando no perseguidos y defenestrados.

Los que no comulgan con las ruedas de molino del sistema imperante no tienen nada que hacer, están marginados, no pueden participar de una vida normal y tranquila. Las mascarillas, las vacunas, las distancias sociales, la prohibición de los contactos y actos de amor, las manías de la limpieza compulsiva y otros aspectos que forman parte del inconsciente colectivo han creado una realidad paralela, una especie de segunda naturaleza que mata el corazón: numerosos ancianos y personas de edad murieron solos y abandonados porque no tenían a nadie a quien abrazar. Cuando se cree normal lo anormal y bueno para la vida lo que es contrario a ella se pierden la razón, la cordura y la salud.

Las dudas sobre el futuro están más vigentes que nunca. Los que han tomado las tiendas del poder real no están dispuestos a soltarlo, más bien todo lo contrario.

Cuando se pierde la capacidad de respuesta ante las injusticias la esclavitud y la renuncia a los derechos son la consecuencia inmediata. Si no volvemos al espíritu, al reino del amor, a la vida sencilla, sana y natural y no luchamos en favor de la calma y la libertad seremos derrotados. El cielo ayuda a quien pide su ayuda. Estamos viviendo los momentos más decisivos de la historia del hombre sobre la tierra. Si no abrimos bien los ojos cuando nos demos cuenta estaremos ciegos, nadie nos dejará mirar. No seamos ingenuos, estemos preparados para lo peor: detrás de esta pandemia vendrán otras cosas, nuevas dramas y problemas surgirán para que el ser humano, hecho a imagen y semejanza de su Creador, se olvide para siempre de su divinidad. Si no nos dejamos vencer y pedimos ayuda a lo alto seremos libres y encontraremos la paz que no es de este mundo.

Las fuerzas enemigas de la luz no pararan hasta conseguir sus objetivos: muerte definitiva del espíritu, erradicación de la libertad, creación del hombre máquina, una vida supeditada a la técnica, al control absoluto, fuera de lo divino regida por mentes sin amor, puestas al servicio del mal a quien obedecen unos sin saberlo y otros por agradecimiento y bienestar.

La creación de ciudadanos de primera y segunda categoría, la exclusión social, la marginación de quienes no acaten las órdenes del Nuevo Orden mundial son harto evidentes, constituyen un grave peligro para el hombre. No se es consciente del problema dada la monstruosidad de la tragedia.

Aunque se le explicara a un ciego el color verde no lo entendería. La historia demuestra que cuanto más grande es el terror y la mentira más difícil es de admitir. Gracias al miedo de morir y de perderlo todo la mayoría está dispuesta a arrastrarse por los suelos gimiendo como un gusano.

¿Dónde están la dignidad y el amor a la verdad? ¿Por qué se sigue muriendo con vacunas? ¿Por qué callamos cuando debemos hablar? Hemos renunciado a la ternura, los abrazos y el consuelo con excesiva facilidad. Nos quieren hacer idiotas como si la inteligencia estuviera oxidada. Se mira con odio a quien no lleva mascarilla pero se acepta de buen grado a quien no la lleva por razones de droga, tabaco y alcohol.

¿Hemos perdido definitivamente la razón? Tenemos que recuperar la valentía de los mártires, el amor de los santos, la voluntad de lo imposible y la heroicidad de los primeros cristianos para cambiar el decurso de lo que ocurre.

Un perro sin bozal junto a su dueño con mascarilla es la imagen satánica principal de la inversión, el símbolo de los nuevos tiempos que se avecinan si no unimos los corazones y volvemos a recabar la ayuda del cielo.

En nombre de la Ciencia, de Dios y de la libertad se han cometido innumerables crímenes bestiales.

Los que mandan en el mundo nunca tuvieron tanto poder, han alcanzado la plenitud de su imperio para llevar al ser humano al matadero espiritual, a su terreno exento de humanidad. Hoy es el virus con sus secuelas y componendas: vacunas que son cuestionadas por parte de algunos miembros de la comunidad científica mundial, por ciertos gobiernos y que causan rechazo o división; mañana será otra cosa, estamos viviendo como si alguien nos embrujara o hechizara teniendo que pasar el agua bendita para recuperar la sana visión.

Dios nos habla en cada momento, es el hombre el que no le escucha, acepta que no existe y que todo vale. El gran triunfo del diablo consiste en hacernos creer que no existe. La estrategia para llevar a la ruina moral está diseñada desde hace tiempo hasta llegar al actual estado de paganismo, indiferencia religiosa, tendencia a la molicie y la mundanidad, exacerbación de la lujuria y de todo lo que sirva para cerrar el ojo pineal, el sexto sentido, la intuición mística, el saber sobrenatural, la vocación divina, el retorno al edén primordial. Los estados están arruinados, el dinero ya no existe de verdad, solo apuntes contables, mentiras puestas al servicio de un plan infernal.

Dentro de poco retirarán el dinero de la circulación porque contamina y ayuda a la enfermedad, después nos convencerán que las frutas y vegetales son manipulados , una fuente de malestar estando la solución en simples pastillas. Sin poder hablar, respirar, amar, comer y vivir con libertad la vida no tiene sentido, sin Dios el mundo se acaba, es una lóbrega prisión. Abramos bien los ojos para que el cielo nos ilumine y no nos deje caer en la tentación. Amén.