Las 101 velas de la bisabuela de Bueño: "Estoy encantada de la vida porque ahora trabajo muy poco"
Rosalía González Suárez, la vecina de más edad de Ribera de Arriba, ejerció como agricultora, ganadera, modista y carbonera: "Trabajábamos como burrinos y fueron tiempos felices sin comer perdices"

Rosina soplando las velas. / Fernando Delgado
Rosalía González Suárez, «Rosina», la centenaria bisabuela de Bueño y vecina de mayor edad del concejo de Ribera de Arriba, cumplió 101 años el pasado martes 21 de octubre arropada por su familia en su domicilio de la localidad riberana. Su ágil memoria contrasta con sus limitaciones de movilidad. Sin embargo, afirma que «estoy encantada de la vida porque ahora trabajo muy poco».
Nació en Priorio, en el seno de una familia de labradores, y fue la sexta de los ocho hijos –6 varones y 2 mujeres– del matrimonio de agricultores formado por Antonio González y Florentina Suárez. Además de ayudar a sus padres en las tareas agrícolas y ganaderas, también trabajó con un sastre de Las Caldas cosiendo pantalones y chalecos. «Fui modista pantalonera», precisa.
Tras fallecer su padre cuando ella tenía siete años, acompañaba a su madre a sacar carbón a pico y pala del río Nalón. «Lo llevábamos para la cocina de casa y también lo vendíamos ya que la peseta no venía sola», sentencia la centenaria bisabuela.

Junto a su marido e hijos en el Lambreta en la que se desplazaban a Priorio. / Fernando Delgado
De soltera, ejerció como agricultora, ganadera, modista y carbonera. «Trabajábamos como burrinos y fueron tiempos felices sin comer perdices», matiza. «Labrábamos mucho la tierra y no pasamos hambre cuando la guerra, aunque teníamos mucho miedo cuando oíamos estallar las bombas cerca», recuerda. «Mis hermanos trabajaron en la fábrica de loza de San Claudio y murieron todos ellos de cáncer de pulmón por el polvo que respiraron. El hombre por ser hombre y la mujer por ser mujer, todos tuvimos que trabajar mucho», precisa.
En 1948 conoció en el baile de Las Caldas a Berlamino Fernández del Valle, natural de Bueño y con quien se casó, después de cortejar durante dos años, el 30 de septiembre de 1950, a la edad de 26 años, en la iglesia de San Juan de Priorio. El banquete nupcial tuvo lugar en casa y el viaje de novios a Gijón.
Después se trasladó a vivir a Bueño, el pueblo de su marido Belarmino «el contratista». Mientras él trabajaba en la construcción, ella alternaba labores de madre y ama de casa con la huerta, plantando maíz, patatas y fabes. También atendía tres vacas y un gochín.
El matrimonio se trasladaba todos los domingos a Priorio en una Lambreta, junto a sus hijos Belarmino y Flori, para ver a la abuela Flora. Después compraron un Seat 600 gris, el primer coche de Bueño, cuyo ruido del motor avisaba a sus hijos cuando Belarmino llegaba a casa. Mino trabajó en los años cincuenta en un taller de piedra en San Lázaro, y en 1966, con la ampliación de la térmica, fue contratado por la central de Soto de Ribera.
Rosina reside en la casa de Bueño a la que llegó, tras casarse, en 1950. Recuerda especialmente las grandes inundaciones del río Nalón que sufrieron en 1963, cuando el agua alcanzó tres metros de altura y todos los vecinos fueron a refugiarse a la parte alta del pueblo. Enviudó a los 92 años, en 2017, tiene dos hijos –Belarmino y Flori–, tres nietos –Lucía, Noelia y Héctor– y tres bisnietos –Enol, Estela y Triana–.
«Se queja poco y es muy sufrida», dice su nieta Lucía. «De salud anda bastante bien, con 12/6 de tensión. Su médico de cabecera quedó sorprendido cuando observó su analítica perfecta sin ningún parámetro fuera de control, y oye muy bien», señala su hijo Belarmino, presidente de la asociación cultural de Bueño. «Su único achaque fue una fibrilación auricular hace cuatro años que le obliga a tomar alguna pastilla: un comprimido para el corazón, otro para la circulación, un diurético y un protector gástrico. Ha perdido movilidad, hecho que le obliga a tener una atención personal», afirma su hijo Mino.
Elegante, con su collar y sus pendientes, canta a coro, con su hija Flori, canciones que recuerda de su niñez cuando jugaba al corro. Come de todo y variado. Le gustan mucho los dulces, los cocidos y, especialmente, la fabada. Se levanta sobre las diez, come a las dos y media, cena a las ocho y se acuesta a las nueve y media. «De noche duerme muy bien doce horas seguidas de un tirón», afirma su hijo.
Fiel guardiana de su intimidad, recrimina a sus hijos, Mino y Flori, que narren su vida con tanto detalle al periodista que la entrevista. «Contáis hasta la suela del zapato e incluso hasta el tacón», les recrimina. «De vez en cuando se cabrea y saca el genio», indica su hija Flori. El genio y la figura de la única superviviente de los ocho hijos de Antonio y Florentina, que se ha convertido en la centenaria bisabuela de Bueño y en la vecina de mayor edad del concejo de Ribera.
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