Opinión
Solo sé que no sé nada
Que vivimos tiempos de confusión es un sentimiento general. Cuando era yo más joven, allá cuando en mi casa se compraban varios periódicos de diferentes colores y se escuchaban sin pausa los informativos y los debates radiofónicos, mi padre el periodista me proponía jugar a los detectives en el día de los Santos Inocentes. Intentábamos descubrir el bulo que se publicaba en las crónicas de aquel día. Era una tradición simpática e incluso divertida, un guiño de los medios para incluir entre sus titulares sucesos extraordinarios, que desvelaban como inciertos al término del noticiario. Recuerdo que esos cuentos eran, a veces, fácilmente reconocibles por su inverosimilitud y extravagancia, en tanto que otras me pasaban completamente desapercibidos.
Hoy por hoy pienso a menudo en aquellos días, al descubrirme a mí misma dándole la vuelta al juego e intentando, esta vez, adivinar la verdadera de entre tantas noticias que recibo de forma cotidiana a través de los medios y las redes. Para lograrlo suelo recurrir a la comparación o a la verificación en otras fuentes. Resultándome, con frecuencia, imposible el encontrar la raíz primigenia de tal o cual información. En esta etapa de mi particular investigación la trama se complica, al toparme directamente con el habitual sesgo de confirmación (por citar alguno, de entre los 180 sesgos cognitivos catalogados). Consiste en la tendencia a encontrar y a recordar la información que confirma nuestras percepciones. Es decir, de manera natural vamos a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que ratifica nuestras creencias o hipótesis. Pues menuda aventura.
Desde la primera lectura, he ido atravesando filtros de mi mente hasta que llego a procesar el mensaje según mi propia interpretación. Así, voy guardando en la memoria los datos que me son familiares por mis propias creencias y experiencias, adaptando la información del exterior a mis representaciones internas. Si a esta circunstancia le añadimos la tendencia actual de difundir, cada vez en mayor número, comunicaciones falsas de forma oral, escrita, impresa, electrónica y digital más los avances en tecnología- que permiten su perfeccionamiento dándoles credibilidad e inmediatez- nos sumergimos sin remedio en un gran océano de incertezas. Aquí me viene a la cabeza la famosa Alegoría de la caverna de Platón (libro VII de la República, año 380 a. C). Se trata de una metáfora narrativa que ilustra nuestra propia situación en el mundo.
Contamos con aquello que podemos presenciar usando nuestros sentidos, pero nos resulta difícil dar con la verdad de las cosas, llegando incluso a ignorar o agredir al/la compañero/a que intenta aportar luz, antes que repensar nuestras propias creencias. Han pasado más de 2325 años de indagación del conocimiento, pero ante tanta duda, perplejidad y vacilación encuentro alivio en la famosa frase del gran maestro Sócrates : “Solo sé que no sé nada”
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