Opinión

El misterio del claroscuro del verano

Cuando el solsticio revela las sombras de nuestra mente

El solsticio de verano evoca alegría, pero esconde una realidad poco visible: su impacto en la salud mental. Para algunos, especialmente quienes padecen el llamado Trastorno Afectivo Estacional (TAE) de patrón veraniego, la estación más brillante puede traer una inesperada melancolía. Es un error asumir que más luz es siempre mejor. La prolongación de los días puede desincronizar nuestros ritmos internos, provocando insomnio, irritabilidad y ansiedad. El estrés térmico del calor intenso añade fatiga mental, y la pérdida de una hora de sueño por el horario de verano desequilibra a las mentes vulnerables.

Estos factores ambientales, celebrados por muchos, se convierten en fuentes de malestar para otros. Es vital cambiar nuestra perspectiva: la salud mental no entiende de estaciones. Debemos proteger nuestra mente en verano tanto como nuestro cuerpo en invierno. Si el verano te resulta pesado, escucha a tu cuerpo; prioriza el autocuidado: establece rutinas de sueño y alimentación, hidrátate bien y haz ejercicio moderado evitando el calor extremo. Lo más importante, si los síntomas persisten, busca ayuda profesional. No hay vergüenza en pedir apoyo; es un acto de fortaleza.

El verano debería recargar energías, no agotarlas. Reconociendo y abordando su impacto en la salud mental, crearemos un entorno más comprensivo y solidario. Pero ¿Y si es a un familiar a quien afectan los trastornos mentales? La enfermedad mental de un ser querido es una marea silenciosa que impacta cada rincón del hogar. No es una lucha solitaria; es una experiencia que teje una capa de estrés, de ansiedad y de preocupación sobre toda la familia. Este desafío reconfigura los cimientos del hogar; las relaciones se fisuran, los conflictos aumentan y un doloroso distanciamiento suele aparecer. Las risas disminuyen, las conversaciones se tensan, y la dinámica familiar se transforma, obligada a adaptarse a nuevos roles, responsabilidades y preocupaciones. El desvelo por el impacto económico de los tratamientos, por la dependencia financiera que tienen estos pacientes, incapaces con frecuencia de autogestionarse e incluso el tener que asumir y reparar pérdidas de capital o de bienes, producidas como consecuencia una conducta imprudente, añade una carga extra.

Además, el aislamiento social se convierte en un fantasma, impulsado por el estigma que rodea la salud mental. A menudo se suma la dificultad del diagnóstico, que se confunde con comportamientos desadaptados, asociales o extravagantes, llevando a una burbuja de soledad y a un duelo crónico por la vida que podría haber sido. El estrés constante pasa factura a la salud física de quienes cuidan o están cerca. Este peso se manifiesta en una carga subjetiva, el sufrimiento emocional (tristeza, pérdida, dolor crónico fluctuante), y una carga objetiva, las dificultades prácticas diarias. En el ámbito subjetivo, los familiares experimentan una montaña rusa emocional ante recaídas, brotes y remisiones. Objetivamente, enfrentan directamente los síntomas del enfermo, nuevas responsabilidades de cuidado, rupturas familiares y una angustia permanente, acrecentada por la falta de autoconocimiento de la persona afectada, que no colabora en su propio cuidado.

La insuficiencia de los servicios de salud y el poderoso estigma social agravan la situación, generando desesperanza, baja autoestima y aislamiento. La enfermedad mental forma parte de la compleja realidad de cada familia, y su impacto varía según la percepción y el rol de cada miembro. Pero el primer paso es romper el silencio apabullante que sepulta cualquier oportunidad de reconocimiento, de abordaje y de reestructuración del orden familiar y social. El silencio se rompe con la palabra. Abriendo espacios para expresar emociones y dificultades. Encontrando el camino para fortalecer y apoyar a las familias. Los programas educativos y grupos de apoyo son esenciales. Los profesionales de la salud mental deben ir más allá del paciente, reconociendo a las familias como víctimas colaterales ofreciéndoles educación, apoyo, capacitación e intervención en crisis. En España, se estima que alrededor de un 27.4% de la población adulta experimenta problemas de salud mental, según el último estudio del Ministerio de Sanidad 2025. Esto significa que casi 3 personas de cada 10 están diagnosticadas con algún tipo de trastorno mental. ¿Conoces a alguna?

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