La fama del ADN está escrita con letras grandes y buena caligrafía en la mayoría de los juzgados del mundo. La técnica de su análisis con fines forenses es magistral, emocionante e intensa, y puede resolver, como un cuchillo, el conflicto entre el bien y el mal. La base de datos de ADN del FBI, que contiene el perfil genético de más de 13 millones de criminales, es una herramienta inmejorable para identificar a delincuentes reincidentes, pero el ADN de asesinos sin antecedentes espera con inquietud, en la gélida profundidad de los abismos de los laboratorios forenses, a que un match ponga cara y nombre al horror.

Los análisis personales de ADN realizados por compañías son cosa del siglo XXI. En el año 2000, Oxford Ancestors se fundó para ayudar al consumidor a determinar su linaje y encontrar ancestros y familiares. Desde entonces, millones de personas han analizado su ADN enviando por correo saliva recogida con escobillas de algodón a una de las varias compañías especializadas. En los Estados Unidos, cinco millones personas han usado los servicios de Ancestry.com y más de dos millones han utilizado 23andMe. En un cambio de orientación no previsto por la compañías, estos archivos podrían ser utilizados para resolver misterios forenses.

El arresto de un sádico que aterrorizó California durante los 70 y los 80 ha sido noticia destacada las últimas semanas. El ADN del violador asesino había sido encontrado en varias escenas de los 12 asesinatos, pero sus cruces con las muestras de ADN registradas por el FBI no dieron positivos. Los detectives mandaron a analizar el ADN del asesino a una compañía dedicada a buscar ancestros y diseñar árboles genealógicos. GEDmatch había recogido los datos genéticos de millones de americanos interesados en identificar sus orígenes. EL ADN del asesino era compatible con varios posibles tatarabuelos, que vivieron en los primeros años del siglo XIX.

La policía científica creó desde los matches parciales 25 árboles genealógicos que se extendían a través de 200 años e incluían miles de familiares. Una de las numerosas ramas apuntaba potencialmente a un anciano que vivía en Sacramento, la ciudad donde habían sucedido los crímenes. La policía obtuvo ADN de dos recipientes que había tirado a la basura el sospechoso. Fue un perfecto match. El presunto homicida, un expolicía de 72 años, fue "delatado" por un tatarabuelo, a quien nunca conoció y quien nunca donó ADN para su análisis.

Hace 34 años, en Inglaterra, violaron y asesinaron a una niña. Dos años y medio después, otra niña fue violada y asesinada muy cerca de donde murió la primera víctima. Scotland Yard, escamada de casualidades, elaboró la hipótesis del asesino en serie. Un vecino de 17 años con deficiencia mental fue acusado de los crímenes. La policía quiso curarse en salud y buscó pruebas complementarias. Un científico acababa de publicar que, aunque la diferencia genética entre dos seres humanos es solamente del 0.1 por ciento de su genoma, ciertas regiones del ADN llamadas repeticiones en tándem son únicas para cada individuo, a no ser que se trate de gemelos idénticos, y que, por lo tanto, el ADN podía identificar a una persona sin error. Los inspectores utilizaron por primera vez análisis de las "huellas dactilares de ADN". Los resultados confirmaron que un mismo hombre había cometido los dos crímenes, y también absolvieron al adolescente. La policía, sin mostrar desánimo, examinó el ADN de todos los varones del pueblo. Unas 6.000 muestras de ADN fueron examinadas durante ocho meses sin encontrar ningún match. Semanas después, un vecino, con unas copas de más, presumió ante los amigos de haber engañado a la policía dando su muestra de sangre en nombre de un panadero, que le había pedido este favor. Uno de los clientes del bar comunicó la chocante y trascendental confesión a la comisaría. El examen genético mostró que el panadero era el asesino y el homicida confesó. El ADN cruzó el umbral de los juzgados con la solemnidad de un testigo de excepción.

Las hazañas del ADN forense no son imaginarias, pero la extraordinaria sensibilidad de la técnica, que es su mayor ventaja, constituye su mayor defecto. Durante 15 años, la policía persiguió, azuzada por un mismo ADN, a un asesino en serie que había atacado a sus víctimas en más de cuarenta lugares diferentes a través de Europa durante los 90 y comienzos de los 2000. Al final se supo que el ADN no pertenecía a ningún criminal sino a un técnico de la fábrica que manufacturaba las escobillas destinadas a recoger el ADN y que eran usadas en toda Europa. Otro asunto pavoroso, desde un punto de vista legal, es la transferencia de ADN de un objeto a otro y de una persona a otra. Si dos individuos usan la misma navaja con días de diferencia, el resultado del ADN puede ser positivo para uno de los dos, para los dos igual, o con mayor intensidad para uno de ellos. Prendas de vestir de personas diferentes pueden sufrir transferencia de ADN en la lavadora. Y aún más, estrechar la mano basta para que el ADN de quien la estrecha pase a formar parte del ADN encontrado en una pistola que nunca usó. La transferencia y sus implicaciones son argumentos soberbios en manos de una buena defensa.

La precisión en la demostración de culpabilidad requiere varias líneas de pruebas. Aunque el ADN apunte a un sujeto en particular, deben incluirse otros datos, la mayoría potencialmente falibles, incluyendo los testigos oculares, tan veraces como sus falsos recuerdos. Aún y así, la capacidad que tiene el análisis del ADN para exonerar a inocentes, a veces tras años en la cárcel, y para exculpar a quienes son acusados falsamente, antes de que sus esperanzas sean aniquiladas tras las rejas, es uno de los regalos más hermosos que la ciencia le ha hecho a la justicia.