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Escuela para terapeutas de dos y cuatro patas: los perros de asistencia que ayudan en Asturias

Juan Luis Pellitero desarrolla un método, avalado por un grupo de psicólogos de la Universidad, para formar a canes basado en el bienestar del animal y enseñar a futuros instructores de canes

Escuela para terapeutas de dos y cuatro patas

Escuela para terapeutas de dos y cuatro patas

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Escuela para terapeutas de dos y cuatro patas José Luis Salinas

Juan Luis Pellitero lleva 25 años desarrollando un método para educar a perros que –una vez finalizada su formación– tienen la misión de acompañar a invidentes, de mejorar la vida de personas con diversidad funcional o de acompañar a los mayores en las residencias de ancianos. Pasan unos minutos de las diez de la mañana y, en una nave industrial del polígono de Viella (Siero), cinco estudiantes del Centro de Formación Profesional para el Empleo de Cerdeño (Oviedo) –que cursan la formación de instructor de perro nivel tres– se sientan en fila con sus perros bien colocados bajo sus pies. Están imitando una situación que en el futuro –animales y dueños– podrían encontrarse fácilmente en cualquier medio de transporte o incluso en alguna sala de espera. No hay premios para el animal, tampoco castigos. Así funciona este método que está reconocido científicamente. “La selección del perro se hace desde que son cachorros (todos son de la raza golden retriever), y se sistematiza el aprendizaje del animal, sobre todo pensando en respetar el bienestar de los perros porque trabajamos en entornos que para ellos suelen ser hostiles, como colegios o espacios sociosanitarios, y hay que intentar que tengan un aprendizaje por comprensión y no a través de reforzadores tróficos (premios y chucherías) o de castigos. Aprenden imitando y entendiendo en cada momento lo que están haciendo, sabiendo cómo manejarse en cada acción que realicen dentro de las intervenciones”, señala Pellitero.

El método está siendo desarrollado con el respaldo de investigadores del departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo. Héctor Egea es uno de los alumnos y su formación como instructor de perros tiene un doble objetivo: su propia asistencia y ayudar a los demás. El lavianés tiene un daño cerebral adquirido y asegura que, “en mi caso, el perro para mí sería de asistencia, como un elemento motivador para mover mi cuerpo, para salir, cepillarlo...”. Pero también lo ve como una salida profesional “para ayudar a otra mucha gente que, como yo, y dentro de la amalgama que es la diversidad funcional, necesita un apoyo o un motivo para poder salir adelante”. Egea tiene problemas de movilidad en su mano izquierda y su perra, llamada “Era”, es una motivación para mejorar su motricidad. “El perro puede hacer que nuestra vida sea muchísimo mejor y que nosotros ganemos en autonomía”, apunta. Y añade: “Mi idea es certificar a ‘Era’ como perra de apoyo para que pueda ir conmigo en autobuses o en edificios públicos. También me ayuda a caminar: con ella hago dos o tres kilómetros al día”. La compañía que se encarga de la formación, y de la que Pellitero es fundador, se llama Impronta, y es fruto de la fusión de otras dos sociedades: Integra y la Escuela de Formación de Perros de Asistencia. “Los perros van a dos campos de actuación: el primero, para atender a personas con discapacidad visual, discapacidad auditiva, crisis de recurrencia sensorial; y segundo, como perros de servicio para personas con discapacidad y de asistencia para niños o menores con trastorno del espectro autista”, resalta. “El resto van dirigidos a trabajar con un profesional del área de la psicología o pedagogía para dar asistencia en colegios, centros de mayores, el organismo autónomo del ERA y centros de discapacidad”.

La variedad es enorme. Una de las principales tareas de estos perros consiste en favorecer la autonomía de las personas con discapacidad. “Turrón” es uno de los canes más veteranos del grupo. Es también el que suele ir en cabeza durante los ejercicios. Va marcando el paso a los demás, que lo imitan. A la cola, va el cachorrito de esta “manada”, de solo 3 meses. “Es el único al que oiréis ladrar”, señala Pellitero. Aún le quedan lecciones que aprender. Otra de las alumnas es Carmen López García, invidente y subcampeona del mundo de surf adaptado, que va a clase junto a su perra “Luna”. “El vínculo que tengo con ella es muy fuerte, ya tiene 10 años y comenzamos a convivir cuando tenía 2 meses, estamos mejorando aspectos de la guía y el hiperapego que tiene conmigo porque, por ejemplo, si se quedaba con alguien ladraba muchísimo porque no le gustaba que me fuera”, asegura. “A la hora de desplazarme ir con ella me da mucha más seguridad”, agrega. A las diez y media de la mañana, en plena clase, Demelsa Vallina Quiroga aparece en la empresa para recoger a uno de los perros: “Tiza”. Colabora desde hace quince años con Pellitero. “Nos vamos a un centro de mayores y allí lo que hacemos es trabajar una serie de capacidades motrices, visuales, de coordinación y muchísimas habilidades sociales”, apunta. El perfil de los pacientes está cambiando: “Ahora son muchísimo más jóvenes y con una afectación con niveles superiores”. El método de Pellitero está sustentando sobre sólidas bases científicas. Tres investigadores del grupo de Desarrollo y Cognición Comparada del departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo, Félix Acebes, Clara Muñíz- Díez e Ignacio Loy, junto con el propio Juan Luis Pellitero, acaban de publicar un artículo científico en el que explican en detalle el método utilizado y que toma como punto de partida el bienestar del animal. Sin premios, sin castigos. Así se aprende la lección canina.

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