Entrevista | Juan Carlos de Vicente Rodríguez Catedrático y jefe de cirugía maxilofacial del HUCA, ingresa en la real Academia de medicina

"La cirugía es como una droga que cuando te engancha ya no te suelta"

"Cuando empecé Medicina, el aula magna estaba llena, con estudiantes sentados en las escaleras; ahora, a veces he dado clase a seis alumnos"

Juan Carlos de Vicente Rodríguez, en Oviedo

Juan Carlos de Vicente Rodríguez, en Oviedo / Fernando Rodríguez

Pablo Álvarez

Pablo Álvarez

Juan Carlos de Vicente Rodríguez (Oviedo, 1958) es catedrático de la Universidad de Oviedo y jefe del servicio de Cirugía Maxilofacial del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA). El próximo día 30, jueves, ingresará como miembro de número en la Real Academia de Medicina de Asturias, con un discurso que llevará por título "La cara humana, un viaje fascinante lleno de incertidumbre". El acto tendrá lugar en el Paraninfo del Edificio Histórico de la Universidad de Oviedo, a las 19.00 horas.

-¿Satisfecho con esta distinción?

-Estoy muy satisfecho. Ser miembro de número de la Real Academia de Medicina de Asturias es para mí un viejo anhelo. No obstante, es un momento agridulce. Numerosos académicos me apoyaron en este proceso en los últimos años, pero si hay uno que desde hace más de 40 años me animó a intentarlo de manera persistente fue José Luis Mediavilla Ruiz, un ser humano ejemplar, bondadoso y empático que, por desgracia, nos ha abandonado recientemente. Él fue quien me presentó cuando accedí a la Academia como miembro correspondiente y, lamentablemente, ahora no estará presente. Será una ausencia muy sentida.

-¿Qué recuerdos guarda de la infancia?

-Nací en Oviedo, en la calle Bermúdez de Castro, cerca del actual HUCA. Pasé en Oviedo toda mi vida hasta que salí para hacer el servicio militar. Tengo un hermano. Jugué y leí mucho siendo niño, la mayor parte del tiempo solo. Recuerdo mi infancia como una infancia feliz y bastante solitaria. Pasaba mucho tiempo en casa, algo en la calle jugando al fútbol, con la bicicleta, con algunos amigos… Me gustaba mucho jugar con las manos, con arquitecturas, juegos de construcciones, el "mecano" famoso... Pero, sobre todo, me gustaba leer, leía mucho.

-¿Y los estudios?

-Empecé a ir a la escuela a los cinco años, pero no a una escuela oficial, sino a la de doña Agripina. En la calle en la que yo vivía tenía una escuela para niños que no habían ido nunca a ningún centro. Allí aprendíamos a leer, matemáticas, historia, geografía, algo de biología… Doña Agripina era una persona entrañable. Tenía una hija que llegó a ser ginecóloga. Era una escuela mixta, con niños y niñas en la misma aula, en total seis o siete. Luego, a los nueve años, fui a la escuela preparatoria del Instituto Alfonso II, que estaba en el edificio que hay en la calle Pérez de la Sala. Teníamos tres profesores. Había uno magnífico, don Ulpiano, pero no me daba clase. Y había otros dos que eran tipos de una dureza tremenda, con castigos físicos, algo que hoy sería sadismo punible: golpes con reglas, clavaban un alfiler a un niño que no se portaba bien… Fue un momento tremendo. Luego hice el Bachillerato completo en el Alfonso II, desde primero hasta COU, y cuando acabé COU me presenté a la Selectividad y empecé Medicina en Oviedo en 1975.

-¿Qué sucedió?

-Hice la carrera hasta 1981. Me presenté al MIR, saqué un número para hacer la especialidad que quería, pero no podía coger plaza porque me quedaban seis meses de mili, para sumar a otros seis que había hecho en sexto de Medicina. Estuve en el Cuerpo de Sanidad Militar, de alférez de complemento, en el Hospital Militar de La Coruña. Lo recuerdo como una época entrañable. Fue la primera vez que salí de casa. Vivía en un piso en La Coruña. Iba todos los días al hospital, incluyendo los domingos y festivos. Cuando acabó aquello tenía que elegir una especialidad y opté por cirugía maxilofacial.

-Era muy desconocida. ¿Por qué optó por ella?

-Yo tenía mentalidad de internista, pero también tenía claro que quería trabajar en un hospital del máximo nivel. No quería trabajar en un centro de salud, no me interesaba la medicina rural… Quería un sitio donde hubiese todas las especialidades desarrolladas al máximo y un nivel tecnológico alto, y la cirugía maxilofacial me ofrecía eso.

-¿Dónde se especializó?

-En la Residencia Sanitaria Nuestra Señora de Covadonga, de Oviedo. Hice más cosas en otros centros y algunas rotaciones en el extranjero. Después de acabar la especialidad, trabajé un par de años en el Covadonga, obtuve una plaza de profesor titular y tuve que dejar la sanidad pública durante un año y medio, porque era incompatible. A la vuelta de eso, me presenté a una plaza de profesor titular vinculada, la gané, y volví al hospital siguiendo en la Universidad. En 2008 obtuve la cátedra, y accedí a la jefatura del servicio en 2012.

-¿Qué maestros destacaría?

-De la carrera tengo un concepto magnífico del decano, Antonio Pérez Casas, un hombre extremadamente serio, un sabio y con un cierto toque paternalista: nos trataba con un cariño casi paternal. En aquella época había muy pocos profesores numerarios en los cursos clínicos. Además de cirujano maxilofacial hice Estomatología, pero sin tener nunca la intención de ejercer.

-¿Cómo era el servicio de Cirugía Maxilofacial?

-Recuerdo la gran calidad humana de Juan Sánchez-Ocaña Serrano, un hombre absolutamente entrañable, que había sido presidente del Colegio de Dentistas, y excepcionalmente aficionado al campo, a la pesca, un micólogo experto... Otro fue Luis Antuña Zapico, una gran persona. Y Eduardo Lombardía, al que le gustaba cazar y pescar, también un hombre muy entregado a la vida natural. Estuve en Alemania, nada más acabar la especialidad, en Münster, donde vi una medicina que me encantaba porque era la que yo quería hacer. Tenían recursos ilimitados y eso me fascinaba. Eran gente seria, buenos trabajadores, buenos quirófanos. Después estuve en México con Ortiz Monasterio, un cirujano plástico del máximo nivel que participó en los comienzos de la cirugía craneofacial.

-¿Cómo era la cirugía maxilofacial hace 40 años?

-La especialidad era totalmente desconocida. Había muy poca gente formada de manera reglada. La mayor parte de los servicios tenían dentistas, estomatólogos. En la actualidad, somos los responsables de las cirugías de cara, cabeza y cuello. Gran parte de nuestra actividad se deriva de tumores de cabeza y cuello.

-¿Cómo evolucionaron las técnicas?

-Cuando empecé a tratar fracturas faciales lo hacíamos con alambres: hacíamos nudos con alambres, trenzábamos alambres... Un rasgo característico de un gran traumatismo facial es que no importaba cuál fuera la forma de tu cara previa: todos tenían al final una cara parecida, lo que decimos una cara de plato. La cara perdía su proyección, su anchura, sus características, y al final todos parecían hermanos. A diferencia de otras especialidades, he visto evolucionar esto desde el principio hasta el momento actual.

-¿Quiere decir que conoció la primera etapa?

-¡Claro! Un señor llamado Maurice Miller, en 1958, montó un grupo de estudio en Davos (Suiza) con una serie de personas entusiastas de la medicina y de la industria. Empezaron a desarrollar métodos de tratamiento de fracturas para poder divulgar y enseñarlos en todo el mundo. Cuando empecé a formarme como cirujano maxilofacial, eso se hacía en algunos lugares del mundo.

-¿Qué procedimientos seguían?

-En la Primera Guerra Mundial, las fracturas faciales, que fueron espantosas, las trataron sobre todo cirujanos plásticos y algunos traumatólogos. Después se empezó a hacer el tratamiento de las fracturas mediante la exposición del foco de fractura, la reducción de la fractura y la fijación con placas . Inicialmente eran de acero y antes del acero, de aleaciones biológicamente intolerables. Y cuando se introdujo el titanio, placas y tornillos de titanio, que es excepcionalmente bien tolerado, se pudo recuperar la forma y la función de los huesos desde el principio.

-¿El titanio es el material por excelencia?

-Absolutamente. Primero, es altamente biocompatible, biológicamente muy tolerado. Se coloca en fracturas y en implantes dentales, que también son de titanio, y establece con el cuerpo, con los tejidos óseos, una relación casi biológica. Es decir, no es una parte de nosotros, pero con el tiempo es como si lo fuese. El gran cambio se basó, primero, en el conocimiento de la biología de la reparación de las fracturas. Y, en segundo lugar, en disponer de medios adecuados para poder reducir la fractura y luego mantenerla de manera estable, lo cual te permite recuperar la forma del maxilar, la oclusión dentaria y la función mandibular prácticamente desde el principio. Antes, había que mantener al paciente 40 días con la boca cerrada. Ahora, a partir de los diez días, aproximadamente, ya puede masticar.

-¿Cuáles son las cirugías más largas y complejas que hace?

-Las cirugías reconstructivas en el cáncer oral. Podemos estar más de doce horas. El cáncer oral forma parte del llamado cáncer de cabeza y cuello, que es el sexto cáncer más común del mundo por factores de riesgo clásicos, como el tabaco y el alcohol. En Asturias, podemos tener fácilmente entre 80 y 100 casos de cáncer al año. Casi la mitad se diagnostican en fases avanzadas, lo que exige tratamientos complejos y muchas veces mutilantes. Hay que hacer grandes resecciones, luego complementadas con radioterapia, y a veces también con quimioterapia o con inmunoterapia. Lo que se desarrolló también a partir, sobre todo, de la Primera Guerra Mundial fueron los colgajos para reconstruir tejidos. Un colgajo es un trozo de tejido que tiene su propia vascularización y que desplazas a otro sitio para cubrir un defecto durante mucho tiempo.

-Usted forma parte del equipo de madrugadores...

-Llego al HUCA las siete y diez, aproximadamente. Planifico un quirófano, preparo una clase, trabajo en un proyecto de investigación.... A partir de las ocho tenemos frecuentemente una sesión del servicio y luego nos distribuimos para las tareas. Yo suelo operar todos los martes y, a veces, también los jueves. La cirugía es como una droga que, cuando te engancha, ya no te suelta. La cirugía y la investigación son los mayores intereses profesionales que tengo en este momento. Acaban de darnos financiación para un proyecto de investigación del Instituto de Salud Carlos III sobre el microambiente tumoral del cáncer oral. Creo que, cuando me jubile, la investigación puede que sea a lo que más me cueste renunciar.

-¿Y la actividad docente? ¿Se está enseñando bien medicina?

-Se está enseñando aceptablemente, pero hay que darse cuenta de que los alumnos son muy distintos de lo que éramos nosotros. Yo recuerdo, siendo estudiante, el aula magna llena con alumnos sentados en las escaleras. Cuando empecé en Medicina éramos 1.000 en primero: 500 por la mañana y 500 por la tarde. Hoy son ciento y pico, y a veces he dado clase a seis alumnos, y mi asignatura no es preclínica, es clínica. A las prácticas sí van porque son obligatorias. Y los que no van a lo mejor hacen un muy buen examen porque han estado estudiando en casa. Por lo cual muchas veces te preguntas, ¿cuál es el papel del profesor en todo esto?

-¿Y qué se responde?

-Pues que ha cambiado mucho. Un profesor habla, un buen profesor explica, un excelente profesor demuestra y un gran profesor, un maestro, inspira. Hoy día es muy difícil inspirar a nadie porque ni está allí. Asumiendo que yo fuese un inspirador, no puedes inspirar a quien no tienes allí.

-Hay un claro cambio de mentalidad...

-La gente joven, me refiero a alumnos, a residentes, a médicos jóvenes, valoran mucho más de lo que valorábamos entonces el tiempo libre. Yo, por ejemplo, siendo residente, hice dos especialidades simultáneamente. Llegué a hacer 15 y 16 guardias al mes. Hoy en día, los residentes hacen cuatro o cinco, no pasan de ahí. Los jóvenes de hoy valoran mucho tener tiempo libre.

-¿Pero los nuevos cirujanos son mejores o peores?

-Yo creo que hoy día los médicos que llegan hacen más un cálculo de posibilidades laborales que de factores auténticamente vocacionales. Se eligen especialidades que tienen buena posibilidad de colocarse. Antes había especialidades médicas que eran muy valoradas y que hoy día se valoran poco porque la posibilidad de trabajar es menor.

-Justo lo contrario de lo que a usted le movió…

-Exactamente lo contrario, claro. Yo estaba dispuesto cuando era residente a hacer todos los sacrificios necesarios para aprender lo que pudiera. Cuando me fui a Alemania, mi hija tenía cinco años y estuve casi dos meses sin verla. Para mí fue un sacrificio muy grande. Los nuevos residentes, y eso que algunos son extraordinarios, en general tienen un sentido mucho más utilitarista del trabajo.

-Ahora tiene un nieto…

-Daniel es una delicia. Cuando yo creí que no tendría nietos, el día que llega y que lo encuentras, pues te cambia la vida. En realidad tengo dos: Daniel, que es hijo de mi hija biológica, y Luca, que es hijo de una de las hijas de mi mujer, María José. Son dos niños maravillosos. Cuesta creer que puedas tener momentos más felices que los que te dan niños que están creciendo. Muchas veces la duda que me invade es: ¿Qué mundo van a heredar estos pobres? Porque no parece que esto vaya por un camino muy bueno. Pero, en fin, supongo que nuestros antepasados pensarían lo mismo...

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