La paradoja de la crisis de la salud mental: ¿por qué una sociedad más desarrollada es más vulnerable?
Afecta sobre todo a niños, adolescentes y jóvenes en una sociedad avanzada en términos de bienestar, comodidades, libertades, derechos y progreso tecnológico y que cuida de los menores como nunca

La paradoja de la crisis de la salud mental: Más desarrollo, más malestar / lne
El psicólogo y profesor universitario Marino Pérez Álvarez pone su maquinaria intelectual a funcionar sobre "la amenaza de una crisis de la salud mental" en su nuevo libro "La sociedad vulnerable" y señala antecedentes y paradojas que plantean el asunto e invitan a resituarlo. Pérez (Ese de Calleras, Tineo, 1952) catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo (jubilado) y miembro de la Academia de Psicología de España, ha publicado más de 200 artículos en revistas especializadas, 50 capítulos en volúmenes colectivos y 20 libros entre textos académicos y ensayos. Sus trabajos, que aúnan el rigor intelectual y la claridad expositiva, detectan problemas que están en las personas y en la sociedad y en la actualidad de los medios. "La invención de los trastornos mentales: ¿escuchando al fármaco o al paciente?" (junto con Héctor González Pardo), "Más Aristóteles y menos Concerta®: Las cuatro causas del TDAH" y "Nadie nace en un cuerpo equivocado: Éxito y miseria de la identidad de género" (con José Errasti) son algunos de ellos.
Lo que sigue es un extracto del segundo capítulo de "La sociedad vulnerable", que cuestiona la definición de trastorno mental para recuperar la cordura en una época de desesperación.
La actual crisis de salud mental no afecta solamente a adultos y "personas mayores", sino y sobre todo a niños, adolescentes y jóvenes. La respuesta habitual frente a esta cuestión consiste en reclamar más recursos, en particular, psiquiatras y psicólogos. Aunque esta demanda es comprensible, no debe excusar la reflexión sobre las razones de la propia "crisis de salud mental". Resulta, cuando menos, paradójico, que tenga lugar en una sociedad avanzada en términos de bienestar, comodidades, libertades, derechos y desarrollo tecnológico. Tanto malestar no casa con los avances de los que cabría esperar un mayor bienestar, especialmente en una sociedad que cuida de la infancia como nunca. ¿Pasa la solución por más psicólogos y psiquiatras? ¿No deberían la psicología y la psiquiatría ir más allá de apagar fuegos y abordar las raíces del problema? Destacar la paradoja de que, a mayor desarrollo, peor salud mental, es un punto de partida más esclarecedor que asumir acríticamente la crisis como algo obvio. Solo desde una comprensión profunda de lo que ocurre será posible entender lo que pasa y buscar soluciones preventivas de mayor alcance, en lugar de limitarse a remediar los problemas actuales.
¿A sociedad más desarrollada, peor salud mental?
Se asume de manera acrítica la creciente crisis de salud mental que los estudios muestran y los medios se aprestan a publicar. La psiquiatría y la psicología certifican y alertan de sus implicaciones. Por su parte, los partidos políticos parecen hacerse cargo —quizá con oportunismo demagógico— de este deterioro de la salud mental de la población. La Organización Mundial de la Salud (OMS) es la primera en señalar que la depresión será la enfermedad más común de la humanidad en 2030, por encima del cáncer y de los trastornos cardiovasculares. La OMS emite esa advertencia, dicho sea de paso, sin reparar en que su propia definición de salud, entendida como "un estado de completo bienestar físico, mental y social", resulta iatrogénica [alteración del estado del paciente producida por el médico], pues, según dicho criterio, difícilmente alguien podría estar sano por mucho tiempo; de hecho, todos estaríamos enfermos en algún momento, según la OMS. Ni que fuera una definición patrocinada por la industria farmacéutica.
La crisis de salud mental parece afectar sobre todo a las generaciones más jóvenes, por lo que se habla específicamente de crisis de salud mental de niños, adolescentes y jóvenes: la generación ansiosa. Así, por ejemplo, los niños tienen ansiedad y depresión, trastornos que hasta ahora se asociaban más comúnmente a los adultos, además de los problemas del desarrollo de siempre (dificultades del aprendizaje, espectro autista, problemas del sueño, "malos comedores", etcétera). Por su parte, la conocida crisis de la adolescencia pareciera dejar de ser una etapa de reajustes evolutivos, con sus lógicas desazones, para transformarse ahora en una serie de malestares de salud mental, conforme los malestares propios de la vida se codifican hoy como síntomas de algún trastorno. Los estudiantes universitarios son objeto de alarma por sus problemas de salud mental y presentan altos índices de ansiedad y depresión, con porcentajes ciertamente alarmantes. Si se considera que la edad y la vida universitarias son de las mejores épocas y situaciones de la vida, la crisis de salud mental da que pensar. […]
La crisis de salud mental que, con los matices que correspondan, se observa en todas las edades, se refiere en particular a las sociedades occidentales, más desarrolladas en estándares de vida y recursos sanitarios. De acuerdo con sus previsiones para 2030, la OMS parece esperar que los países en desarrollo "desarrollen" también cotas occidentales de problemas de salud mental.
Así las cosas, no deja de ser paradójico que esta crisis tenga lugar en sociedades del bienestar con las mejores coberturas sanitarias y disponibilidad de tratamientos. Puede que los recursos sanitarios sean insuficientes, pero ello no dejaría de poner de relieve sus propias paradojas. Si son necesarias más ayudas -como de hecho se reclaman por parte de usuarios y profesionales-, tanto más queda en evidencia la supuesta sociedad del bienestar con sus progresos, comodidades, servicios y estándares de vida. (…) Es previsible que el incremento de servicios sanitarios se sature al hilo de su disponibilidad sin ser nunca suficientes.
Si se tiene en cuenta el protagonismo que ha ganado la felicidad en los últimos años, promovida por la psicología positiva y la literatura de autoayuda, surgen nuevas paradojas. O bien, cuanto más se habla de felicidad, menos felicidad se experimenta, o bien la propia búsqueda de la felicidad trae más infelicidad. Y quizá ambas cosas sean ciertas, paradójicamente, como hemos mostrado en el libro "La vida real en tiempos de la felicidad" (2018). Después de todo, la vida real no parece rezumar felicidad.
En resumen, la gran paradoja es que los países más desarrollados tienen una creciente peor salud mental, cuando sería de esperar, en buena lógica, que las mejores condiciones de vida —incluida la atención sanitaria— estuvieran asociadas a mayor bienestar psicológico. La contradicción se acentúa cuando consideramos que afecta a los estudiantes universitarios, de quienes se podría pensar que están en la mejor edad y situación de la vida. Así, parece que el desarrollo y la vida universitaria están asociados a un concomitante desarrollo de malestares psicológicos: malestar en la sociedad del bienestar, parafraseando el célebre título de Freud, "El malestar en la cultura". […]
De cómo el remedio es antes que la enfermedad
La proliferación de la depresión como diagnóstico que empieza en la década de 1980 está en buena medida catalizada (y capitalizada) por la comercialización de nuevos preparados para la depresión. Me refiero a los populares "inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina" (ISRS, por sus siglas en inglés), personificados por el Prozac. El alza de depresión resulta en buena medida de la disponibilidad de un preparado. No al revés, como sería lógico, esto es, que la creciente depresión llevara a buscar un remedio. Curiosamente, el remedio fue antes que la enfermedad, un caso más en el que la solución precede al problema, como tantas veces ha ocurrido en la historia, desde el automóvil, que empezó siendo un divertimento para ociosos, hasta el móvil, un artilugio que nadie necesitaba y que parecía sin futuro. La propia existencia de la solución que ofrece la invención tecnológica redefine el problema, como ocurre, por ejemplo, con el uso del coche para desplazarse o la conexión constante al móvil.
Lo escandaloso de este fenómeno —en el que la solución misma acentúa el problema que pretende resolver, a menudo como parte de un proceso no intencional— es que ocurra con la medicación psiquiátrica, cuya existencia redefine los problemas que se diagnostican y, finalmente, los problemas que tienen las personas. Esto sucede de dos maneras. Una es a través de la promoción de un medicamento mediante la sensibilización de la población sobre un supuesto nuevo trastorno, como ocurrió con la depresión, la ansiedad social y el trastorno de pánico, ejemplos de lo que se conoce como "venta de enfermedades" (disease mongering) para fomentar la venta medicamentos. La otra forma es cuando un medicamento ya existente se redirige a otra aplicación, por ejemplo, anticonvulsivos para el trastorno bipolar y "antidepresivos" para una variedad de condiciones. En realidad, la medicación psiquiátrica, aunque en principio esté indicada para un determinado trastorno, se extiende fácilmente a otros (gracias a su falta de especificidad) conforme el fabricante necesita nuevos nichos o mercados.
Ya no sería, pues, la primera vez que un preparado psicofarmacológico necesita "preparar" una enfermedad para la que sea indicado, dando la impresión de que la enfermedad fue antes que el remedio. En tiempos de Freud y en general antes de 1980 cuando aparece la 3ª edición del famoso Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, por sus siglas en inglés), la depresión era un trastorno poco frecuente, nada que ver con lo que vendría después en tiempos del Prozac. La actual época de la depresión.
La vinculación de trastornos mentales con la disponibilidad de medicación "indicada" para ellos (ansiedad social, depresión, trastorno de pánico, etcétera), no niega la realidad de su padecimiento. En su lugar, plantea cómo se han hecho realidad. Y aquí tendríamos que hablar de un proceso de recalificación de malestares convertidos en síntomas que cualifican para un diagnóstico que a su vez termina por redefinir el problema presentado. La medicación psiquiátrica no sería la única tecnología o tratamiento que redefine y en cierta medida "crea" y conforma los trastornos que trata, recreándolos a su medida. Las terapias psicológicas también hacen lo mismo: redefinir los problemas en función del enfoque y procedimiento que emplean. Los psicoanalistas encuentran conflictos inconscientes, los terapeutas de conducta déficits de habilidades sociales, la terapia cognitiva pensamientos irracionales. No obstante, las terapias psicológicas escuchan a las personas y hablan de lo que les pasa, a diferencia de la medicación, que lleva al clínico a escuchar el fármaco. Así, a partir de la medicación todo gira en torno a sus efectos, con miras a subir o bajar la dosis, o cambiar el medicamento por otro. Una cosa es escuchar a la persona para entender lo que le pasa y ofrecerle ayuda en función de ello, como hace la psicoterapia, y otra escuchar a la persona solo para ajustar la medicación -"escuchando al Prozac", como el título del famoso libro-.
Con todo, no se está diciendo que la medicación y las terapias psicológicas inventen los trastornos de la nada. Los malestares y los problemas existen. La cuestión es cómo llegan a ser "enfermedades mentales" o "trastornos mentales" según se dice, o trastornos psicológicos/psiquiátricos, trastornos psi, como diré. En absoluto estoy negando la realidad de los trastornos, ni tampoco renegando de la psiquiatría y psicología como disciplinas concernidas. Lo que planteo es la cuestión acerca de la naturaleza de los trastornos psi como realidades distintas de las enfermedades propiamente médicas, las cuales, sin embargo, sirven de modelo. La cuestión es que el modelo biomédico de enfermedad es inadecuado para concebir las mal llamadas "enfermedades mentales" o para el caso trastornos psi. Son realidades distintas. [Prueba de ello es que dependen de la cultura y de los tiempos].

Estatua de La Regenta / lne
Si La Regenta hubiera sido paciente de Freud
Otras ciudades europeas de la misma época de Freud ni siquiera presentaban problemas psicológicos. Sean por caso las ciudades provincianas, no en la vanguardia modernista como Viena, sino vetustas como Oviedo, y tantas otras ciudades de provincias de Europa. Da la casualidad de que la ciudad de Oviedo de finales del siglo XIX, identificada como Vetusta, cuenta con una novela emblemática de la vida de la época, "La Regenta", de Leopoldo Alas "Clarín", publicada en 1885 (el año anterior en el que Freud abre su consulta en Viena), cuya heroína, Ana Ozores, la Regenta, probablemente sería paciente de Freud si viviera en Viena, en vez de ir al confesor. Como quizá también las pacientes de Freud irían al confesor en la vetusta Oviedo de entonces. La suposición de la Regenta como paciente de Freud, y en su caso las pacientes de Freud buscando cura en el confesionario, permite ver una conexión entre los malestares de una y otra época (y ciudad) y su tramitación como psicológicos o religiosos, atendidos y entendidos en el diván o en el confesionario. La Regenta, Ana Ozores, iría hoy en Oviedo al psicólogo o al psiquiatra y podría recibir una variedad de diagnósticos (ansiedad, depresión, trastorno bipolar), acaso tendría problemas de la alimentación, y probablemente iría a pilates y practicaría mindfulness. No muy distinto de las pacientes de Freud si vivieran hoy en día. Esta comparación entre la modernista Viena y la vetusta Oviedo, entre el diván y el confesionario, abre una cuestión de ontología histórica sobre cómo cada sociedad y época organizan y canalizan las formas de estar mal, partiendo de la premisa de que ninguna de ellas es un paraíso. Como es sabido, no hay paraísos sin serpientes. Las sociedades organizan las formas de bienestar de los individuos, pero también organizan el modo de afrontar el malestar y sus remedios: confesionario, diván, medicación, psicoterapia. Ni qué decir tiene que esta organización de los malestares no es espontánea, sino que responde a sistemas de poder e intereses, probablemente menos preocupados por el bien común y la igualdad y más por el negocio y el control.
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