La alerta de Yolanda Calero, de la Asociación contra el Cáncer: el “riesgo” de la moda de poner al sol porciones crecientes del cuerpo
La inclinación a exponer al sol porciones crecientes del cuerpo constituye un factor de riesgo que merece una reconsideración en forma de hábitos preventivos

Coco Chanel y el cáncer de piel
Yolanda Calero es presidenta en Asturias de la Asociación Española Contra el Cáncer
La piel, el mayor órgano del cuerpo y que supone el 16 por ciento de la masa corporal, tiene funciones críticas para nuestra supervivencia: contención, protección, regulación de la temperatura y producción de vitamina D.
La piel contiene los órganos internos, dándoles soporte y amortiguando los impactos. Actúa como barrera protectora impidiendo la entrada de gérmenes, tóxicos y radiación solar gracias a la producción de melanina. Regula la temperatura con la sudoración y los cambios de los vasos sanguíneos. Por último, desempeña un papel vital en la producción de vitamina D. Además de la función biológica, la piel ha constituido a lo largo de la historia un signo de identidad social debido a su aspecto, pero sobre todo a su coloración.
A lo largo de la evolución, el ser humano ha desarrollado capacidad de adaptación al ambiente biosocial. Hace dos millones de años, los homínidos africanos adoptan la posición bípeda desarrollando mayor actividad física y progresivamente van perdiendo el pelo para evitar el sobrecalentamiento. La piel lampiña en un entorno con niveles altos de radiación solar necesita protección.
Hace 40.000 años se produce el desplazamiento de los polos magnéticos de la Tierra (evento Laschamp), provocando un aumento de la radiación UV que llega al planeta. el Homo Sapiens tuvo que adaptarse a esta condición para sobrevivir. La piel descubierta debe protegerse de quemaduras, cáncer y de la degradación del folato, que es un nutriente esencial para el buen desarrollo de los fetos. Es aquí cuando la selección natural favorece a las pieles más oscuras, aquellas que poseen una mayor cantidad de la sustancia natural protectora contra la radiación solar: la melanina.
Los humanos salen de África en busca de agua y comida y expanden su dominio a otras regiones del planeta, como Asia y Europa. Al asentarse en latitudes más altas, la exposición a la radiación UV disminuye en intensidad. Ahora, una piel más clara permite una mayor penetración de la radiación necesaria para la síntesis de vitamina D, asegurando una correcta mineralización ósea. La selección natural en este caso actúa favoreciendo las mutaciones que determinan un aclaramiento de la piel.
Genetistas y antropólogos estudian los factores que han contribuido a la aparición de los diferentes fenotipos de piel, encontrando una alta correlación entre la intensidad de la radiación UV en los diferentes territorios con el color de la piel de sus habitantes.
Desde la antigüedad, y solo hasta el siglo XX, la tez clara ha sido considerada como símbolo de elevado estatus social. En Grecia y Roma, las mujeres usaban productos para blanquear la piel como tiza, harinas y el polvo de cerusa veneciana o albayalde (blanco de plomo), un cancerígeno responsable de serios problemas de salud.
En la Edad Media, la nobleza posaba empuñando la espada mostrando las venas azuladas a través de una piel clara, de ahí el término "sangre azul", señal de una vida alejada de las tareas del campo. A lo largo de los siglos, retratos de mujeres como "Giovanna Tornabuoni", o "La Joven de la Perla" o "Madame Recamier", muestran la pasión por lucir una piel clara y fina como signo de identidad social. Para conseguirlo, desde el siglo XVI las nobles europeas consumían arsénico, un toxico cancerígeno que les provocaba extrema y enfermiza palidez debido a una anemia tóxica
Llegamos al siglo XX y la tendencia de moda en la coloración de la piel cambia dramáticamente, siendo ahora el tono bronceado el que se persigue. ¿A quién debemos ese cambio de tendencia y la aparición de numerosos cánceres de piel? En el París de los años 20, una joven de pelo corto, vestida con traje masculino, marcará el futuro de la moda femenina en el mundo. Nos referimos a Coco Chanel, la mayor "influencer" del momento que, además de crear tendencia en el vestir, también lo hizo en relación al bronceado. Fue en las vacaciones de 1923, cuando realiza una travesía en yate por el Mediterráneo, exponiéndose al sol y regresa a París muy morena. Desde entonces, el moreno es bello.
Las nuevas tendencias a partir de los años 30 hacen que las prendas femeninas se recorten. Aparece el pantalón "bloomer" de Amelia Bloomer, la minifalda de Mary Quant y el bikini de M. Lois Reard. Menos ropa, más superficie corporal expuesta al sol y durante más horas, es la combinación perfecta para que la piel desarrolle cáncer.
Vivimos 70 años de cultura del bronceado, con mínima protección e ignorándose el riesgo que aquello suponía. La primera descripción de un melanoma maligno aparece en los escritos de Hipócrates (460-375 a. C.), pero no es hasta finales del XIX cuando se establecen las características del tumor metastásico. En el siglo XX, de forma gradual, la relación entre cáncer y exposición solar fue sospechada y estudiada. En 1952, el investigador McGovern presenta un estudio claramente concluyente sobre la asociación entre la exposición solar y la aparición del cáncer melanoma. Estudios posteriores han confirmado que la radiación UV natural o artificial (cabinas de bronceado), causa daño al ADN de las células de la piel ocasionando mutaciones que dan lugar a diferentes tipos de cánceres.
Hoy, afirmamos que la radiación solar es un cancerígeno de primer orden para los humanos, probado factor causal del carcinoma de células basales, del carcinoma de células escamosas y del cáncer melanoma. La Asociación Española contra el Cáncer recomienda seguir los siguientes consejos preventivos para evitar su desarrollo:
1) Protegerse del sol todos los días, incluido los días nublados, especialmente de 11.00 a 17.00 horas.
2) Proteger especialmente a los bebes y niños menores de tres años.
3) Buscar la sombra y cubrir el cuerpo y la cabeza con ropa adecuada y gorras o sombreros. Cubrir la mayor parte posible del cuerpo.
4) Usar gafas de sol homologadas con protección UV400 con bloqueo de la radiación UVA y UVB y tamaño adecuado.
5) Usar protector solar con factor alto (entre 30-50). Aplicarlo 30 minutos antes de la exposición y repetir la aplicación cada dos horas o menos en caso de sudoración o después del baño.
6) No usar las cabinas bronceadoras: son cancerígenas.
7) Examinar la piel regularmente, vigilar la aparición de asimetrías, los posibles bordes irregulares y los cambios de color o de tamaño en lunares.
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