El autismo invisible en primera persona
Los diagnósticos salvan vidas y las únicas etiquetas válidas son las de la ropa
–¿Autista tú? ¡Pues no lo pareces!
–A ver, espera, que me pongo a hacer cosas de autista para que me veas. ¿Te memorizo unas matrículas?
¡Ay calla! Que dicen que no tenemos sentido del humor. Un punto menos en mi carnet de autista. Incumplo tantos estereotipos de los que nos muestran en las series de televisión que van a terminar quitándomelos todos, como si fuera el de tráfico. Igual después me mandan a la "autiescuela" a reciclarme (¡mierda!, ¡otra broma!, de esta me quitan hasta la discapacidad).
–Anda, anda, tú que vas a "ser de eso", no digas tonterías, tú eres normal.
–¡Perdona José Luis! No sabía que te hubieras sacado un máster en autismo ni que tuvieras la habilidad de diagnosticar con tu visión de rayos X. Tienes que darle unas clases a mi psicóloga, que tras una carrera, un máster, formación continua y años de experiencia laboral no ha conseguido aún tu súper poder de diagnosticar con la vista. La pobre sigue necesitando horas y horas de charlas, test y evaluaciones para emitir una valoración. De lo que creo que no tiene título ella es de "cuñao".
A ver, José Luis, si ni siquiera yo sabía lo que era el autismo antes de que me lo diagnosticaran. ¿Cómo vas a saberlo tú? Céntrate, José Luis, por favor.
Si te cuento algo tan importante sobre mí, algo que he descubierto tras toda una vida dando tumbos sintiéndome el "raro", siendo el que no encajaba nunca en ninguna parte, el que siempre se ha aburrido con todo y con todos, el que nunca ha entendido nada del mundo que lo rodeaba, el que convive con la ansiedad como compañera de viaje todos y cada uno de los días de su vida y, ahora por fin, resulta que todo tenía una explicación, que he empezado a conocerme, a saber quién soy y a encontrar las respuestas y las soluciones que necesitaba... lo menos que espero y que necesito de ti, José Luis, es que me digas que eso son tonterías o que no lo parezco, como si ser yo fuera algo malo, como si ser yo no estuviera bien.
Puedes preguntarme cómo estoy, si necesito algo o incluso ofrecerte a acompañarme a alcanzar la salida de ese oscuro túnel en el que llevaba metido toda una vida sin saberlo y en el que al fin, ahora, ahí al fondo, veo una luz potente y grande, brillante, muy brillante, y con una intensidad que crece más y más cada día que pasa desde que fui conocedor de mi condición y empecé a aprender sobre ello.
José Luis puede ser un amigo o un familiar, pero también puede ser la persona que te atiende tras un mostrador de un servicio público, tu propio médico, el psicólogo o psiquiatra que te ha tocado en la sanidad pública o incluso el equipo de valoración de la discapacidad.
Hay muchos "José Luises" en este mundo. A todos ellos y ellas os voy a decir algo: los diagnósticos salvan vidas. Las etiquetas, José Luis, son las de la ropa. Esas mismas que tengo que descoser con cuidado y quitarlas por completo cada vez que compro una prenda nueva porque me hacen daño.
Yo sé, José Luis, que tú no tienes por qué saber esto, pero es que hay tantas cosas en la vida que ni tú ni yo sabemos, que lo que no debemos hacer nunca, nunca, pero nunca, es poner en duda el dolor, el sufrimiento y las experiencias de los demás.
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