Opinión | La columna del lector

El relato en primera persona de un ovetense sobre las emociones de quien se ve golpeado por el cáncer: "El cáncer mío, el cáncer de otros"

Cuando los pensamientos se esconden para que ningún psicólogo logre encontrarlos y pueda enseñar a racionalizarlos

El cáncer mío, el cáncer de otros

El cáncer mío, el cáncer de otros / LNE

Comienzo a escribir este artículo en la sala de espera de un hospital. No puedo escoger un lugar mejor para hacerlo que entre estas paredes que han sido y serán testigo del paso de un número incalculable de personas que han vivido, están viviendo o vivirán lo que a mi está a punto de sucederme: la detección de un cáncer, la confirmación de la malignidad y la extensión de éste. También la posible intervención quirúrgica o el tratamiento con radioterapia o quimioterapia con el fin de atajarlo o contenerlo. Abandono momentáneamente –obligado por mi voz interior– la redacción de esta historia e instintivamente tecleo en el buscador de Google de mi teléfono móvil una de las muchas consultas que voy a realizar –admito que hay que evitarlo– relacionadas con el cáncer de próstata, al tiempo que permanezco en esta inhóspita sala esperando a que el número que me ha asignado la máquina expendedora aparezca en las pantallas y me entreguen el informe en el que un radiólogo verifique o descarte la presencia de un tumor en la próstata, esa glándula del sistema reproductor masculino que se ubica debajo de la vejiga y delante del recto.

Transcurre un rato y por fin tengo en mis manos un sobre cerrado con el membrete del hospital en el anverso. "Espero no leer la palabra ‘cáncer’", pienso. Salgo del centro en busca de un lugar tranquilo –que encuentro en el interior de mi coche– en el que poder leer las impresiones a las que llega el especialista en radiología, en relación a una resonancia magnética que me fue realizada la semana pasada a consecuencia de unos niveles altos de PSA detectados en unos análisis rutinarios de sangre. No puedo evitar estar nervioso e involuntariamente termino por romper el sobre para acceder a ese dichoso informe. Leo el texto repleto de tecnicismos ininteligibles, pero entre esa vorágine de palabras extrañas logro entender, que a falta de una biopsia como prueba de confirmación más fiable, es más que posible que tenga un cáncer de próstata.

La emoción que aflora tras leer la palabra cáncer es una tristeza que lo invade todo. Los pensamientos dejan de funcionar como nubes en un cielo azul, que aparecen, se quedan por un rato, y desaparecen; no, ahora permanecen clavados con puntas, y son negativos y escurridizos, y además se esconden para que ningún psicólogo logre encontrarlos e identificarlos y pueda enseñarme a racionalizarlos.

"¿Cómo puedo tener cáncer si no he tenido ningún síntoma? ¿Y si no veo a mis hijas crecer? ¿La próxima Navidad estaré vivo? ¿La próxima de la próxima de la próxima?", me pregunto.

Durante los días sucesivos confirmo que la tristeza no se alimenta del miedo a la muerte; se nutre, y de qué manera, de la incertidumbre, y mientras que en la calle la vida sigue, en el hospital el proceso continúa también su curso, tan duro como necesario para que esos superhéroes con batas verdes o blancas me ayuden a salir del pozo en el que me encuentro.

El siguiente paso es realizar lo más pronto posible una biopsia de próstata para confirmar si el tumor detectado es maligno, y en caso afirmativo evaluar el riesgo de una diseminación al resto del cuerpo.

La biopsia confirma lo que ya se suponía: la malignidad del tumor y un riesgo intermedio de diseminación sin metástasis por el momento. El urólogo promotor de todas estas pruebas diagnósticas sugiere como método curativo la realización de una prostatectomía radical. Las intervención quirúrgica se realiza utilizando el robot "Da Vinci", controlado por un cirujano que opera desde una consola. Extraen la próstata y los ganglios linfáticos pélvicos, éstos últimos para biopsia y en evitación de una futura metástasis.

Pasado el trance, la incertidumbre desaparece y con ella la tristeza, y regresan la esperanza, la tranquilidad, la confianza, la fuerza... la vida. Estoy acostado en la cama de la habitación del hospital después de despertar de la sedación. Miro hacia la ventana que muestra un paisaje verde jalonado de casas de colores dispersas sobre un manto verde. Me sorprendo moviendo los labios y reproduzco unos renglones que había escrito poco antes de la operación:

"Allí donde las lindes llegan a su término / En la frontera en la que habitan la excelencia y la suerte de los espíritus / El lugar en el que sabemos quiénes somos y qué queremos / Los pensamientos ya no son tristes porque no se alimentan de la incertidumbre / En el límite carente de horas, minutos y segundos / El silencio absoluto se siente en los pulmones / Voy a seguir viviendo / Si estás pasando por lo mismo que yo / Vive tú también".

En España se diagnostican alrededor de 34.000 casos de cáncer de próstata al año. Es el cáncer más frecuente diagnosticado en hombres. Un simple análisis de PSA a partir de los 45-50 años, o antes si hay antecedentes familiares, puede salvarte la vida.

Recuerda que el cáncer no es esa enfermedad que sólo tienen otros. 

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