Tras uno de los enormes ventanales de Casa Gorín, en la calle de Ildefonso Sánchez del Río, cada día, mañana y tarde, se atisba la figura de Aurina Braga. Tiene noventa años casi recién cumplidos y hace muchos que ya no trabaja en uno de los comercios más emblemáticos de la Pola. Pero sigue siendo su titular. Y yendo, cada jornada, al establecimiento. Ni atiende clientes ni desarrolla ninguna tarea laboral. Solo se sienta en un rincón esquinado en el interior del local y observa. O charla, a veces, con quienes acuden a la mercería y la saludan.

Conoce a casi todos los que entran y casi todos la conocen. Tras los antiguos mostradores se ha surtido de género, hilos, agujas, lanas, botones, pañuelos, ropa interior, paraguas y todo lo que fuera menester a muchas generaciones de vecinos y se ha visto evolucionar a la capital sierense y a sus modos de vida. La memoria de su última propietaria guarda el transcurrir de la cotidianeidad de la localidad durante décadas. Y su historia habla de un tiempo que era otro y que avanza hasta llegar a estos días en los que todo es muy diferente. Aunque haya cosas que nunca cambien. Porque el negocio sigue abierto casi un siglo después de haberse fundado. Y ella continúa estando allí, semana tras semana, entre las mismas paredes en las que conoció el amor que determinaría el discurrir del resto de su existencia.

Aurina Braga con las empleadas de Casa Gorín: “Son Pili, Yoli y Mari, que los nombres son más guapos así”, las presenta. Por la izquierda, Yolanda Suárez, Aurina Braga, Pilar y Mari Cedrón. P. T.

El establecimiento abrió sus puertas a comienzos de la década de los años treinta del siglo pasado, según el recuerdo de la familia, que vincula la inauguración con el momento en que se edificó la plaza cubierta polesa que se ubica justo enfrente del comercio. Bautizaron el negocio como “Sucursal de Gregorio Miranda”, con el nombre del primer titular, pero pronto, por no decir que casi desde el principio, fue “Casa Gorín” para todo el mundo. En sus inicios fue comercio de ultramarinos. Pero luego se transformó en mercería.

El fundador tuvo cuatro hijos. A uno de los varones, Ramón, lo conoció Aurina Braga por casualidades del destino. Una amiga hacía por aquellos años labores para la tienda, “cogía puntos a las medias”. “Y yo pasaba a veces por aquí a hacer recados, a verla”, cuenta. Así coincidió las primeras veces con el que luego se convirtió en su marido.

Iniciado el noviazgo, curiosamente, empezó a ir menos por la tienda. “Cosas de la época, que daba como más apuro ya entrar. No pasaba ni por esta calle. Qué ridícula, ¿no?”, rememora con humor. Se casaron en 1954. Ella tenía 23 años. En los primeros tiempos del matrimonio no frecuentaba tan asiduamente el comercio, que también estaba a cargo de otro hijo del fundador, de nombre José Miranda. Este último fallecería años después y al frente ya quedaría solo el marido de Aurina Braga.

Bautizaron el negocio como “Sucursal de Gregorio Miranda”, con el nombre del primer titular, pero pronto, fue “Casa Gorín” para todo el mundo; en sus inicios fue comercio de ultramarinos pero luego se transformó en mercería

“Entonces se vendía de todo, hasta máquinas de tejer y también se tejía para afuera. Lana mucha salía. Botones vendimos a barullo. También se forraban. Había mucha modista, no había confección, porque tiendas de ropa había en Oviedo, pero aquí no y la gente iba a modistas y todo lo necesario para confección y labores lo teníamos y se venía a por ello aquí”, explica.

A ese tiempo aún retrotrae el local. A aquel en el que cientos de modelos de botones, pegados en el exterior de las cajoneras de madera, se mostraban en exposición para que el cliente tuviese toda la variedad existente a la vista, del mismo modo que aún permanecen hoy en el lugar. A aquel en el que decenas de tipos de pañuelos de bolsillo, de mil estampados de flores y colores colgaban extendidos, uno a uno, de ganchos en perfecta hilera en un lateral del comercio, el mismo donde ahora siguen colocados de igual forma. A aquel en el que las niñas acudían a Casa Gorín con sus madres para elegir un paraguas entre los del altillo donde se exponían los de cada temporada, en idéntica ubicación en la que están a la venta los actuales.

Fachada del establecimiento "Casa Gorín", hace décadas.

Hay establecimientos en la Pola cuya fecha de fundación puede ser similar a la de Casa Gorín, pero han sido reformados. Este conserva su mobiliario original, las mismas paredes y hasta el mismo suelo de sus comienzos. Y al traspasar la puerta pareciera que uno accede al tiempo atrás del que habla Aurina Braga.

“Yo vine para aquí por matrimonio”, dice cuando empieza a echar las cuentas de lo que ha sido su vida. Al principio, rememora, no era nada continuo, porque se ocupaba de la familia que fue teniendo. “Venía los días de mercado, los martes, o alguna vez por la tarde, porque estaba aquí mi marido Ramón y yo me acercaba”, explica.

"Había mucha modista, no había confección, porque tiendas de ropa había en Oviedo, pero aquí no y todo lo necesario para confección y labores lo teníamos y se venía a por ello aquí”, explica la mujer

Desde la muerte de su cuñado, su presencia en la tienda fue haciéndose más frecuente. Los años fueron pasando y, “por desgracia”, ella también se quedó viuda. Fue a partir de entonces cuando hubo de tomar en solitario las riendas del establecimiento. Su esposo falleció en 1997, hace ya unos 24 años. Y en Casa Gorín, tras el mostrador, pasó ya desde entonces buena parte de su vida, hasta su jubilación. Tiene dos hijas, María Amanda y María Ángeles Miranda Braga, que no se dedican al negocio pero están siempre pendientes de su madre.

“¡Ay Dios mío, qué tiempos de los que hablamos! Ya tengo muchos años. Y eso que parece que algunas cosas fueron ayer cuando era tan joven”, dice. “El paso del tiempo asusta a cualquiera, no crea. Hace poco no pensaba en ello, pero desde que llegó el cumpleaños, que hice 90 el 14 de abril…”, reflexiona con gesto algo serio para recuperar de nuevo con rapidez el humor. “Mi madre, Palmira, era muy simpática, muy salada. Vivíamos en La Carrera y como nací el día de la República, en 1931, cuando vine al mundo creo que dijo ‘marchó el Rey y llegó la mi fía’”, cuenta, entre risas de todos quienes la escuchan.

“Mi madre, Palmira, era muy simpática, muy salada. Vivíamos en La Carrera y como nací el día de la República, en 1931, cuando vine al mundo creo que dijo ‘marchó el Rey y llegó la mi fía’”, cuenta, entre risas

Y vuelve a coger el hilo de la historia de la tienda, que es en buena medida la de gran parte de su propia existencia. Aclara que, cuando tomó el timón del negocio, estaba arropada. “Sola en Casa Gorín realmente nunca estuve”, explica. Porque la acompañaron siempre las empleadas que hoy siguen al pie del cañón en el negocio. Son tres y, aunque pudieran parecer muchas para una mercería de una localidad no demasiado grande, apenas si pueden parar de atender a los clientes que entran uno tras otro y no dan tregua en una jornada que es martes, mercado en la Pola y día de gran bullicio.

Las dependientas son como “de la familia”. Yolanda Suárez, lleva 42 años trabajando en la mercería. Pilar Cedrón 38. Y su hermana María José, 35. “Una vida también aquí”, coinciden todas. “Son Pili, Yoli y Mari, que los nombres son más guapos así”, las presenta. 

Las dependientas, atendiendo a una clienta. P. T.

Aurina Braga, que se ha levantado de su silla para fotografiarse con las trabajadoras de la mercería, que la cubren de atenciones y cariño, vuelve a su asiento habitual, tras uno de los grandes ventanales del establecimiento. Los clientes siguen entrando en un goteo constante. Muchos son conocidos de años. Si vienen a por alguna prenda, la talla se sabe de memoria. La del que viene a comprar o la de la persona para la que se la lleva. O la que usan todos los miembros de una familia si se da el caso.

Es la profesionalidad de las dependientas, añade, la que hace del negocio lo que sigue siendo hoy en día. “Hay una clientela muy fiel y de muchos años, pero se trabaja mucho todos los días y ellas son la parte fundamental de esto”, explica cuando se refiere a los motivos por los que el negocio ha sobrevivido tantos años y mantiene su vitalidad actual. “Y porque esto es Casa Gorín, claro, Casa Gorín”, concluye con orgullo la última propietaria de un negocio que, cercano a cumplir un siglo de vida, es una institución en la Pola.