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La mejor tradición se cuece en Balbona

Florentino Iglesias y su mujer Elvira López viven la artesanía con iniciativas como la que les llevó en 1997 a recuperar la cerámica de El Rayu

Los guardianes de la cerámica tradicional asturiana

Los guardianes de la cerámica tradicional asturiana A. Illescas/ A. Domínguez

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Los guardianes de la cerámica tradicional asturiana Andrés Illescas

Abre una pieza de barro, coge un pedazo, lo pesa, lo amasa y le da forma en el torno. Al horno, retoques, otra vez al calor y luego a las manos de su mujer, para la decoración. Así, una y otra vez durante 34 años. Es la vida de Florentino Iglesias y Elvira López, una pareja que lo dejó todo para irse a la zona rural de Siero, a Balbona, a vivir de una pasión. Conforman así un “dúo cerámico”, movido por el instinto, hacia una vida apacible y feliz. Tal es su amor por lo que hacen, que en 1997 recuperaron la llamada cerámica de El Rayu, una forma de hacer piezas típica de Vega de Poja, que se había perdido en 1936.

Llueve un poco e Iglesias permanece resguardado en su coqueto domicilio, decorado con piezas de elaboración propia. Acaba de llegar de Barcelona, donde vive su hija y donde su esposa le esperará hasta la feria que dentro de unas semanas se celebrará allí y donde acudirán a vender sus piezas.

“Normalmente solemos tomarnos el mes de enero y febrero de descanso. Esta vez, como con la pandemia no habíamos podido ir a ver a nuestra hija, aprovechamos que eliminaron el estado de alarma y nos tomamos unos días. Ahora va a haber que ponerse seriamente a trabajar”, comenta divertido. Ambos pasan juntos doce horas diarias trabajando, entre el taller y “todo el montaje y logística necesario para las ferias”. Reconoce que es “incluso más duro” que su oficio anterior, aunque “lo compensa que te guste".

En 1987, cuando tenía 28 años, Iglesias trabajaba en una fábrica de embutidos en Noreña; acudía a un taller de cerámica y se enamoró. Poco tiempo después decidió dedicarse a ello y López le siguió, “dejando un negocio que tenía en Oviedo”.

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En el año 1987, cuando tenía 28 años, Iglesias trabajaba en una fábrica de embutidos en Noreña. En la Villa Condal acudía a un taller de cerámica y se enamoró. Poco tiempo después decidió dedicarse a ello y López le siguió, “dejando un negocio que tenía en Oviedo”.

Empezaron en una chabola agrícola de Molleo, que había construido Iglesias con su padre. “Hasta que las cosas fueron a mejor, estuvimos allí”, recuerda el veterano artesano. Con el auge de sus piezas, por entonces, principalmente, de barro rojo y gres, fabricadas a baja temperatura, optaron por mudarse a un lugar más amplio. A su actual domicilio de Balbona, con taller y almacén anexo, donde se acumulan sus figuras, subiendo por una escalera en la que hay que agacharse.

“Vivimos bien… Bueno, más bien, vivimos de ello, que no es poco”, dice riendo y abriendo los brazos Iglesias. Llaman la atención a a su alrededor las piezas de lo que llama “cerámica de autor” y las de “El Rayu”. Las primeras muy coloridas, “más decorativas”, las segundas, “completamente funcionales”.

Disfruta haciendo ambas, aunque las de El Rayu son muy especiales. Los artesanos de Balbona son los únicos que practican este tipo de piezas. Las comenzaron a hacer en 1997, “cuando el colectivo El Ventolín nos pidió rescatarlas para la feria de Güevos Pintos”. Desde entonces, hasta ahora, siguen.

Y continuarán “cinco años más”. Se muestra tajante Iglesias, que ve llegar la hora de la jubilación: “El momento de estar tranquilos”. Su hija optó por estudiar y no seguir con el negocio, algo que le parece perfecto. Cierra el horno el artesano, con gesto simbólico que parece acompañar su relato sobre un retiro que ve ya en el horizonte tras más de tres décadas de pasión entre el barro en Balbona.

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