-Todo pasa por algo. Lo importante es tener gente cerca de verdad. A la gente que de verdad te importa hay que quererla con sus defectos. Sus virtudes son para los que no les conocen todavía.

Mientras habla, Inmaculada Ruiz, vendedora de la ONCE, no para de trabajar. Son las siete de la tarde en Lugones, al lado de la farmacia del Cruce Viejo, y falta una hora para que acabe su turno. La gente llega con cuentagotas, y a veces se forman pequeñas colas. No duran mucho: Inma los atiende diligente y rápido. De algunos, conoce hasta el número de boleto por el que suelen preguntar.

Está sentada en la moto que se compró después de que un accidente de tráfico la dejara prácticamente inmóvil. Es la misma que adorna los días festivos, y vestida de negro con el distintivo chaleco verde de la organización. Esa ropa se transforma en navidades y otras fechas específicas en un disfraz: “Cada uno somos de una manera”, ríe con picardía y enseña en el móvil la foto de las últimas navidades, de Papa Noel. Luego bebe los primeros sorbos de un café.

Nació en Calafell (Tarragona) en 1970 y se fue a vivir a Lugones hace 13 años, cuando tenía 38, porque su marido, que es de Cortina, un pequeño pueblo cercano a Luarca, encontró trabajo en la localidad. Inma cuenta que no se mudó “por amor”, porque su pareja vivió mucho más tiempo en Tarragona que lo que ella lleva en Asturias; “fue él quien se quedó en Cataluña por amor”, afirma. Se conocieron cuando tenían alrededor 20 años, a mediados de agosto, a raíz de una amiga de Inma y un compañero de piso de él, que eran pareja. No tardaron ni un mes en irse a vivir juntos, y en junio del siguiente año, se casaron.

Inmaculada Ruiz, vestida de Papá Noel.

Inmaculada Ruiz, vestida de Papá Noel.

Hasta llegar aquí, nunca antes había trabajado de cara al público. Tampoco conocía lo que era un festivo, un horario de ocho horas o el descanso de fin de semana: antes se había dedicado a la restauración, trabajando en una cocina de martes a domingo, llegando a hacer más de catorce horas los viernes y los sábados. “El primer día en la ONCE, vendiendo en la calle lo pasé muy mal. Fue muy duro porque me veía muy rara: nunca había hecho nada parecido y me daba miedo. Por suerte, me hago muy rápido a todo.”, rememora la cuponera, agradecida a quienes “tan bien la acogieron”.

Esa capacidad de adaptación le vino a raíz de los reveses de la vida. Cuando tenía 31 años sufrió un accidente con la moto que ella misma iba conduciendo y que la dejó con una discapacidad para siempre. Tuvo un total de ocho operaciones, y cinco años el brazo en un cabestrillo. A los 36, cuando se lo quitaron, se dio cuenta de que todos sus proyectos de futuro habían cambiado por completo: ya no podría ser madre y casi no podía ni moverse. “Me costó mucho salir de ahí. Ahora voy tirando. Tengo las piernas muy mal y necesito la moto para desplazarme”, explica.

Pero la cuponera de Lugones no pasa demasiado tiempo quejándose: “Los malos momentos, cuando más lo recuerdes, más te machacan. Y los buenos, ¿por qué intentamos siempre olvidarlos? Es algo que yo no entiendo”. Va más allá y pone un ejemplo: “Cuando alguien te ayuda, es buena persona. Pero si mañana vas, le pides un favor y no te lo puede hacer, parece que ya no te ha ayudado nunca. Eso no puede ser así”. Finaliza su discurso y rápidamente se gira para saludar a un vecino. Todo el rato, está llegando gente. Y eso que ella reconoce “que por la tarde tiene menos lío”. Por la mañana, está en la puerta del Alimerka de la avenida Viella y casi todo el mundo que entra le dirige unas palabras amables y compra sus cupones.

En San Valentín, Inmaculada Ruiz con su vehículo adaptado a la ocasión.

El siguiente revés le vino cuando su marido se quedó en paro, un año después de mudarse a Lugones. Entonces, una persona muy cercana le contó que existía la opción de echar una solicitud en la ONCE. Le hicieron una entrevista y la cogieron el 3 de agosto del año 2009: “Nos salvó de todo. Ha sido lo que nos ha ayudado a seguir ‘pa lante’. Todo el mundo aquí se portó muy bien conmigo”, cuenta la cuponera: no tuvo problemas para encontrar piso al principio – que es el mismo en el que vive a día de hoy-, ni tampoco para acostumbrarse a la vida lugonesa.

De todo ello, Inma aprendió una lección de vida muy importante: “Cuando me pasa algo malo, sí que puedo estar machacándome yo sola: No tenía que haber dejado que pasara esto, tenía que haber hecho esto otro… Pero realmente, el día tenía que ser así y ha pasado por algo”. Está contenta con su trabajo, con cómo es el pueblo y con la gente que tiene a su alrededor: tiene a muchos clientes favoritos y también buenos amigos. La cuponera apura uno de los últimos sorbos de café y se gira hacia uno de sus habituales.

-Buenas, Ramón. Vamos a ver que tenemos por aquí. Nada. Mañana a ver si pillamos algo, por lo menos, lo ‘jugao’. Aunque bueno, si no toca nada es porque no se necesita.