La Nueva España de Siero

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El Cutu: templarios, mineros y jubilados, por ese orden

La segunda parroquia menos poblada de Siero, una de las que más impuestos pagan por habitante, pide mejoras en saneamiento, caminos y conexión a internet

Por la izquierda, José Manuel Mallada, Carmen García, Francisco García, María Victoria Villa, Aquilino Díaz, Selmi Sierra, Heather Cratton y Melchor Arias, en El Cutu. | A. I.

En una zona alta de Siero, en la frontera con Langreo, viven 141 personas. Son los vecinos de la parroquia de El Cutu, la segunda menos poblada del concejo y una de las que más impuestos paga por habitante: “Tocamos a 656 euros cada uno al año”, advierten. Unos tienen alrededor de 40 años, otros superan los 70. Falta una generación. Algo que se explica fácilmente repasando la historia del lugar.

Saca Carmen García, de 52 años, un documento que nos remonta a 1156. Muy lejos de las batallas por el control de Tierra Santa, en Siero se asentaba la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Justo donde ahora está El Cutu, llamada por entonces San Juan del Coto de Arenas: “Aquí había un hospital y una especie de pensión para peregrinos. Teníamos un conde, que era quien mandaba. De hecho, si alguien era perseguido fuera y alcanzaba El Cutu, se libraba, ya no podían venir a por el”.

La edad de oro de la zona estaba por llegar. La minería trajo riqueza, juventud, vida. Quedan como testigos de aquel tiempo Selmi Sierra y Melchor Arias, que llevan toda su vida allí. “Nuestros padres vivían de la mina y luego de la ganadería. Vacas tenían cada uno dos o tres. Iban a la mina y cuando volvían labraban la tierra o pedían las vacaciones para ir a la hierba”.

“Aquí había un hospital y una especie de pensión para peregrinos. Teníamos un conde, que era quien mandaba. De hecho, si alguien era perseguido fuera y alcanzaba El Cutu, se libraba"

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En casa poco veían a sus padres, que se pasaban el día “entre el trabajo y el bar”. Ellos tenían muchos niños con quien jugar y divertirse. “Había cuatro bares, carnicería, varias tiendas”. También tenían escuela “y se celebraban ocho o diez comuniones al año, que ahora llevamos un montón sin tener ninguna”. El cierre del pozo Mosquitera, tras un incendio que dejó cuatro muertos, acabó por eliminar de un plumazo una generación de la parroquia, dejándola como una de las menos pobladas de Siero.

La consecuencia directa del despoblamiento es que la zona carece de algunos servicios básicos. García, que fuera alcaldesa de barrio y llegó a vivir allí desde Oviedo, buscando un lugar tranquilo, en plena naturaleza y más asequible, saca una lista de pendientes.

Aunque se muestra encantada con la decisión de vivir en El Cutu, coincide con el resto de los residentes, junto a los que compone la Asociación de Vecinos El Texu, en que hay una serie de necesidades urgentes. Lo primero que citan es el saneamiento. Advierten que “en la parte alta que van a poner ahora, se quedan dos casas sin él, porque tendrían que poner un ramal distinto”. También falta saneamiento, según explican, en “varias de las casas pegadas a la carretera y en La Cerezalina”. Al Principado le piden que ponga un paso de cebra con elevación, a la altura de la iglesia, “para que los coches bajen la velocidad”. Urgen, a su vez, la llegada de la fibra óptica, que si bien ya ha alcanzado Carbayín, a poco más de un kilómetro, sigue sin tener fecha para dar servicio en El Cutu.

Antes que él, llegó la inglesa Heather Cratton. Ella se mudó con su exmarido, que vino a trabajar a Asturias, y sus dos hijas. Ahora, tras la marcha de él, sigue en la pequeña parroquia sierense y está “encantada”.

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Añaden, por último, que les falta una senda hacia Les Fontiquines, un local para la asociación de vecinos y la señalización de los caminos por el sistema métrico.

Esas mejoras son ahora más importantes que nunca. “Ahora somos todos jubilados y gente que está empezando a venir”. En los últimos años y, especialmente tras la pandemia, la zona crece. El último en instalarse en El Cutu fue José Manuel Mallada, ya retirado, que dejó su piso en Carbayín por una casa.

Antes que él, llegó la inglesa Heather Cratton. Ella se mudó con su exmarido, que vino a trabajar a Asturias, y sus dos hijas. Ahora, tras la marcha de él, sigue en la pequeña parroquia sierense y está “encantada”. Apunta que cuando lo pasó “mal con el divorcio los vecinos me ayudaron mucho”, por lo que no duda al contestar sobre qué es lo que más le gusta de vivir en El Cutu: “La gente”. Esos sierenses que, a lo largo del tiempo, fueron templarios primero, después mineros y ahora jubilados. Por ese orden.

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