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Seis generaciones al pie de Sidra Viuda de Palacio, con un pilar que se saltó la tradición

El llagar de Tiñana ejemplifica el carácter familiar de la industria sidrera asturiana y la relevancia histórica de la mujer en el negocio

Jose Luis Palacio (padre) y José Palacio (hijo) frente a uno de sus contenedores de sidra en Tiñana. | I.G.

La costumbre marcaba que fueran los varones de la familia Palacio los que se pasaran de mano a mano el llagar de sidra. Pero, ¿qué ocurría cuando faltaba el hombre de la casa? Carolina Gutiérrez, la viuda de Palacio, lo vivió en sus propias carnes: cuando su hijo tenía un año, su marido falleció. Entonces, le quedaron dos opciones: renunciar a la herencia de su marido y el legado de cuatro generaciones, o ponerse ella al frente del negocio familiar, y que además le daría sustento a su prole. Escogió la segunda, y eligió bien, porque dos generaciones más tarde, “Viuda de Palacio” es la marca de sidra que se comercializa, y que sigue siendo la principal fuente de ingresos de los descendientes.

“Mi madre estuvo al frente 18 años, y luego ya lo cogí yo”, cuenta José Luis Palacio. El primer nombre le viene de su padre, al que casi no llegó a conocer, y cuenta que se crió entre manzanas y que en el mundo de la sidra todo ha cambiado mucho: “Ahora se hace mejor producto, pero creo que se valora menos”, señala. La sidra que él hacía, según su criterio, podía salir buena o mala; no había un punto intermedio como ahora ocurre: “Está todo mucho más igualado” .

Su hijo, que, como los hombres de la familia, también se llama José, es quien se quedó al frente del llagar cuando el se jubiló. Aunque el Palacio Senior es, realmente, quien sigue siendo el guardián de la cueva: vive justo encima de donde se almacenan litros y más litros de sidra. Y cuando tiene la oportunidad, se pone también a trabajar porque dice que no sabe hacer otra cosa. Eso, que se crió entre toneles y manzanas.

Cuenta su hijo, también José Palacio, que cuando él se hizo cargo del negocio tenía 21 años y traía en la cabeza, después de estudiar enología en Valencia, muchas ideas nuevas. Y que se produjo, como si de dos camiones se tratase, un choque intergeneracional entre él y su padre. “Es lo normal. Yo llegué y sustituí poco a poco todos los toneles de madera. Siempre hay miedo a que salga mal”, relata. Pero entre ambos se entienden bien, y comparten el amor por la sidra, que es lo más importante de todo: “Yo cada quince días más o menos me pregunto que hago aquí. Pero también hay momentos de muchísima felicidad. Todos los que estamos aquí metidos es que esto nos gusta mucho”.

La sidra, cuenta José Palacio, experimentó un “boom” cuando la mujer comenzó a salir de alterne, que sería alrededor de los años 90. Antes, había pasado una pequeña crisis por culpa de los cubatas, que le iban comiendo el terreno. Y, en los últimos años, la venta ha ido bajando progresivamente porque “va también en relación a la población: al ser una bebida que se vende mayoritariamente en Asturias, cuanto menos seamos, menos se consume”. Es decir, que la despoblación puede producir también una sequía de sidra: “Nuestro mercado es el interior, y la población baja a marchas forzadas. No hay una buena relación”.

El gigante con el que ahora tienen que competir es con las cerveceras. Y no se refieren a pequeñas producciones locales, sino a grandes empresas que copan los lugares donde tradicionalmente estaba la sidra: “Antes, ibas a una terraza y lo raro era encontrarse a gente bebiendo cerveza. Ahora, en muchos establecimientos no venden ni sidra. Eso también se nota”, señala el Palacio más joven. Le gustaría lo mismo que a su padre: que se valorara más el producto. “La sidra es una bebida popular, y eso tiene connotaciones positivas y negativas, como en el ámbito económico. Pero es la bebida con el servicio más caro, porque necesita un especialista que sepa echarla. Y, si es el servicio más caro, con la bebida más barata, mal. Pero el consumidor daría un paso atrás si se subieran los precios”.

Si le preguntaran ahora, José Palacio, el más joven de los dos, no sabe si abriría un llagar. Pero también es verdad que cuando tenía 21 años (ahora tiene 49) no tuvo ninguna duda en seguir con el legado de su abuela, con coraje y valentía. Pero no sabe si esa fuerza se podrá mantener para la séptima generación:la sidra está en Asturias y en tierra de nadie, dice.

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