A Fernando Álvarez, "Fer", como le llaman todos, se le escapa la sonrisa tras la mascarilla. Está un poco nervioso. Le han dicho que venía el periódico a verle y que le iba a hacer unas preguntas y él quiere mostrar absolutamente todo el trabajo que hace en las instalaciones de Decathlon de Lugones. Su presencia, junto a la de su amigo, Pablo Martín, dicen los compañeros que tiene algo de iluminadora: cuando están cerca, los conflictos son menos conflictos y los problemas se hacen más pequeños. Lo mismo les ocurre en el local de Nespresso de Parque Principado, a varios kilómetros de ellos, pero, en ese caso, es Llara Menéndez la que trae de Gijón esa alegría. Por eso, no solo eran ellos, los tres chicos de la asociación Down Principado de Asturias, quienes estaban deseando volver al trabajo.

Cada uno tiene un cometido distinto y una personalidad muy diferente. Fer está encargado de la zona de montaña y Pablo rota de una sección a otra, aunque sus deportes preferidos son tenis y zumba. “Lo que más me gusta de mi trabajo es atender al público”, cuenta Fer. Todas las mañanas – ahora les llevan en coche, pero antes iban cogiendo el autobús Hortal- llegan, se lavan las manos varias veces “con mucho cuidado” y se ponen su ropa de trabajo. Y, mientras que Fer se entretiene saludando a diestro y siniestro, a Pablo le gusta llegar y ponerse manos a la obra; ya habrá tiempo de charlar luego.

Una de sus tareas más importantes es eliminar el embalaje de las cajas. Lo hacen con cuidado, separando papel y cartón. Son metódicos y ordenados. Pero Fer prefiere el “facing”, que es colocar los zapatos de montaña perfectamente alineados, en su sitio. Ya lleva doce años haciéndolo, y se le da muy bien. Lo enseña. Explica el truco de “colocar los cordones, así, suaves”, mientras los mete dentro de una bota. “Es que antes lo hacía muy fuerte, y se lo tuvimos que explicar”, cuenta Marisa Fernández, que es responsable de empleo en Down Principado de Asturias y fue quien le dio su primera formación.

Ellos se organizan de forma independiente. Van de lunes a jueves a trabajar, y hay un día de la semana que Marisa Fernández les visita y comprueba que todo vaya bien. También tienen reuniones un día a la semana, pero con el covid se tuvieron que cancelar, puesto que una persona con síndrome de Down tiene tres veces mayores probabilidades de fallecer que una que no lo tenga. Por eso, para ellos fue mucho más duro: les cancelaron muchas de sus actividades y sus rutinas variaron totalmente, con todas las implicaciones que eso tiene. Ahora, planean regresar, pero con grupos burbuja.

“La mascarilla me da mucho calor y no la puedo tocar. Son las normas. Es lo principal”, cuenta Fer. “Es lo principal” es su muletilla; es un chico con las cosas claras. Su compañero, Pablo, habla bastante menos. La timidez hace que le cueste levantar los ojos de su cometido -colocar la ropa de tenis en una cesta, con su envoltorio-, pero pronto le vence la curiosidad y saluda. Muestra los detalles de su desempeño. Le gusta que vean que lo hace bien.  Ambos fueron al Colegio Santo Ángel, aunque en generaciones distintas. Luego, Fer trabajó en la hostelería y dio algunas vueltas hasta que encontró su hueco, en el Decatlhon. Vive con su hermana; su padre falleció cuanto tenía nueve años y su madre hace tres. “Mis compañeros son buenos, majos y tienen carácter”, dice.  Y su truco para la vuelta de las vacaciones, que lo estaban deseando, es “hacerlo contento”. Así es como va todos los días.

Pablo Martín también tuvo diferentes puestos de trabajo. Uno de ellos, de sus favoritos, fue con el doctor Carlos López Otín, en el departamento de Biología de la Universidad de Oviedo. Ahora es el padre de Martín quien se encarga de llevarles a trabajar todos los días. Explica que, en el puesto que tiene está muy “contento”, pese a que lo que más le guste sea “el descanso”. También se fue de vacaciones, durante todo el mes de agosto, y, pese a que aprovechó para "nadar mucho", estaba deseando volver.

Llara Menéndez, con sus compañeras de trabajo

“Me llamo Llara, tengo 23 años y soy reponedora”, cuenta, orgullosa, Llara Menéndez desde su puesto de trabajo en Nespresso. No es lo único que hace: también prepara los pedidos online y ayuda en tienda todo lo que puede. Empezó a trabajar ahí hace seis años, cuando terminó el bachiller. “Yo le diría a todo el mundo que lo hiciera, porque así tienen dinero e independencia”, dice. No tiene problema en enseñar lo que hace, e incluso ofrece, concentrada, un café de degustación de los que prepara. Ahora, todos los días va en tren a trabajar. Antes lo hacía en bus, cuando la tienda estaba en Oviedo, pero prefiere ese nuevo medio de transporte, es más entretenido.

“Lo más duro fue la pandemia. Tuvieron que hacer un ejercicio muy fuerte de adaptación y veíamos que pasaba el tiempo y no se incorporaban”, cuenta María José Camblor, responsable del programa de empleo de integración laboral. Para ellos, poder trabajar es muy importante, porque ganan independencia y se sienten “uno más”. “Una prueba de que hacen bien su trabajo es que el 95 por ciento de ellos tienen contrato indefinido”, afirma. En total, en toda Asturias son alrededor de una veintena, y en empresas de Siero están tres. Y están abiertos a que haya más negocios que se sumen al programa. “Nos esforzamos mucho”, explica Llara.

La pandemia hizo que se tuvieran que readaptar a los nuevos protocolos. Fue algo complejo, porque una persona que tiene síndrome de Down, para favorecer su autonomía personal, necesita unas rutinas muy marcadas. El covid alteró todas ellas. Y, además, la incertidumbre. Pero la vuelta la hicieron con más ilusión que nunca: “Yo me fui de vacaciones quince días, pero eché mucho de menos a mis compañeras. Les escribía todos los días. Las quiero mucho a todas, pero a la que más, a la jefa”, cuenta la reponedora. Trabajar es sinónimo de autonomía y se sienten “uno más”, en palabras de Fer Álvarez. Y la tienda de Decathlon, dicen sus responsables, les aporta mucha alegría; hacen que la vuelta de las vacaciones, que siempre suele ser triste, se convierta en algo un poco más ameno.