Un día, una niña llamada Sara López le llevó a sus padres a la cama unas torrijas para el desayuno y ahí empieza, más o menos, el relato de una historia de amor con la gastronomía. En aquel entonces, cuando era pequeña, vivían en Valdesoto, en Siero, y allí siguen, en la casa de su bisabuela, que ahora es un restaurante. En la cocina están López, su hermano y su madre. A sus 37 años, ella sigue creciendo en el mundo de la restauración y es uno de los miembros más jóvenes del Club de las Guisanderas, un colectivo que acaba de ser premiado con la medalla de plata del Principado.

Sara López nació en Oviedo y allí pasó los primeros ocho años de su vida, hasta que esta dio un giro fundamental: “Vine con mis padres a limpiar la casa de mi bisabuela en Valdesoto, donde ella tenía una confitería. Los vecinos empezaron a insistir con la posibilidad de que reabrieramos el local. Aunque no se lo habían planteado nunca, al final lo hicieron”.

Montaron un restaurante en 1992, Casa Telva, que, con los años, “ha ido ocupando cada vez más espacio del domicilio familiar hasta tomarlo por completo”. Allí se crió López, yendo al colegio a Pola de Siero y pasando el tiempo restante “entre el bar y la cocina”. “A ratos ayudando y a otros jugando”.

No pensaba la joven López que su destino estuviera entre fogones. De hecho, empezó a estudiar psicología: “Se me juntó trabajar en el restaurante, estudiar, tocar el saxofón...Muchas cosas. Me salió un año malo y mi madre me dijo que me metiera en la escuela de hostelería”.

Por contentarles” se fue a Gijón y allí descubrió dos cosas. “Que había aprendido bastante estando en el restaurante y que la cocina me gustaba. Si me lo llegas a preguntar a los 20, no lo hubiera pensado”, dice.

A posteriori, completaría su formación con el grado en protocolo y eventos. Para entonces ya estaba integrada en Casa Telva, donde en 2013 se decidió a abrir el servicio de catering, que complementa al establecimiento “dado que la clientela viene al restaurante los fines de semana”. Además, allí es donde López se da rienda suelta, permitiéndose “probar cosas distintas que en el restaurante es imposible, al tener una clientela determinada”.

Eso no quita para que sea una de las tres cabezas de la cocina, responsabilidad que comparte con su hermano y su madre. De ella dice que es su referente, “la que mejor cocina y el pilar en el que nos apoyamos todos”. Así ejecutan una perfecta cocina tradicional, a la que cada uno de los dos vástagos aporta su toque personal. “Tenemos una química muy buena y se nota. Eso no impide que, por ejemplo, mi hermano tenga un gusto más picante, yo de otra manera, y nos vayamos equilibrando para buscar la neutralidad”.

En ese camino hacia las mejores recetas tradicionales también le aporta mucho el Club de las Guisanderas, una organización cerrada que se encarga de velar por la preservación de la cocina tradicional asturiana. “Yo entré en 2008 porque mi madre es una de las fundadoras. Los miembros ya me habían echado el ojo y conseguí el apoyo necesario”.

Esa labor de las Guisanderas ha sido recientemente reconocida por el Principado, que ha otorgado al club su medalla de plata. López avala la labor del grupo asegurando que “si no fuera por ellas muchas cosas se hubieran perdido”. De hecho, hasta comparten sus recetas y secretos entre ellas, “sin recelo alguno”.

Orgullosa de lo que hace y lo que le rodea, la chef huye de encasillamientos y también de planes a largo plazo. “Iré donde la clientela me lleve. Preservamos la raíz culinaria, pero eso no significa que no nos apetezca probar cosas”, comenta.

Al oír hablar de alta cocina, no duda en alabar a las figuras asturianas, véase Nacho Manzano, Marcos Morán o Jaime Uz. De ellos dice que comparten “una base”. Sin embargo, “tienen puntos que son divertidos”. López, por ahora, tiene claro que su objetivo es mantener una cocina cercana y honesta. Huele a guiso rico y suena al “chuf chuf”, a comida familiar en el centro del paraíso que para ella y para muchos de quienes la visitan está en Valdesoto.