–En mi casa había un piano y una radio. Aunque a mí me gustaban Los Bravos o Los Pequeniques, que sonaban ahí, lo que más escuché siempre fue música de coro.

José Ángel Émbil abre la puerta con paso firme y con una sonrisa. En la mano, su muleta. Fuera llueve, por eso el lunes de tarde no ha salido de casa. Y, con toda la naturalidad del mundo, invita a su sobrina, Maite Martínez Émbil –aunque, por la diferencia de edad, podrían ser hermanos–, a su morada. Ella se conoce el camino de memoria; lo podría hacer a tientas y a oscuras. Es que va a visitarle cada poco, relata. Y desde que se mudó a la Pola, cuando era una cría, también se veían en el coro, donde ambos cantaban. Porque por las venas de un Émbil corren melodías, además de sangre.

“En mi casa siempre hubo música”, cuenta Maite Martínez Émbil, la actual directora del coro poleso que lleva el nombre de su abuelo (Ángel Émbil, de la Sociedad Siero Musical). Su antecesor con la batuta –metafórica, porque tanto José Ángel como su sobrina coinciden que utilizarla hace perder expresividad–, precisamente, está sentado a su derecha. “A mí lo que me gusta de verdad es cantar”, confiesa ella. Así que cuando tiene la oportunidad, cede su puesto de mando y muestra su voz de contralto.

Maite Martínez Émbil nació en Fuenteovejuna, en el año 1961. A los tres años, debido al trabajo de su padre, relacionado con la minería de espatofluor, se mudaron a Monforte de Lemos, y finalmente, cuando pasó a octavo de la antigua EGB, llegaron a Pola de Siero, donde estaba el resto de su familia. “Andaluza solo soy de nacimiento. Yo me siento de aquí, que es donde más tiempo viví”, afirma contundente.

En Monforte estaba el primer coro en el que participó. Pero no solo ella, sino también sus padres compartían esta vocación tan Émbil. Y, también, cada vez que iban a visitar a su familia a la Pola, estaba su abuelo dirigiendo su orfeón, componiendo y enseñando su música.

“Mi madre, Rosa (Émbil) podría haber sido una grandísima pianista. A día de hoy, con más de 90 años, le pones una partitura y la toca entera”, cuenta Maite. El problema fue la época, que tenía que sacar una familia adelante y que no existía eso de la conciliación. Tampoco pudo estudiar para el secretariado, que es lo que le hubiera gustado. Y ni en la casa de Monforte ni en la de Fuenteovejuna tenían piano, sin embargo. Pero eso, a su llegada a la Pola, cambió.

En la localidad asturiana era donde había residía su tío José Ángel y el resto de su familia. José Ángel nació seis años antes que Maite, en el 1955. Natural de la Pola, a los cinco años recuerda que iba a cantar con su padre, que se ponía al órgano, por las iglesias. “Lo hacía sin pensarlo mucho. A esa edad no te da vergüenza nada”, rememora.

Después, ya entró en diferentes coros, haciendo solo una pausa entre los 14 y los 16 años por el cambio de voz. De eso, también recuerda, que existía, sobre todo entre los adolescentes, un estigma entre los chicos que cantaban en el coro, que se asociaba a ser homosexual, afeminado o “poco hombre”. “Por suerte, eso está cambiando cada vez más rápido”, señala. Y su sobrina asiente con la cabeza dándole la razón.

Pero, en el año 1980, Ángel Émbil, que era el director del orfeón que lleva su nombre, en cosa de unos meses, enfermó y falleció: “Tuvo que pelear contra viento y marea para que el coro siguiera. Hubo momentos muy duros, pero eso indica cómo era su carácter”, afirma Maite en relación a su abuelo. Entonces, su hijo José Ángel, que ya había probado dirección en un curso de música y lo había visto toda su vida, tomó el relevo de su padre. Mientras tanto, trabajaba en un banco. Fue alrededor de esa época cuando decidió que cursaría estudios musicales, e hizo el grado profesional de canto en el Conservatorio de Oviedo. Primero, en la calle del Rosal y después, en la Corrada del Obispo. En aquel entonces, las clases tenían hueveras como aislante del sonido y José Ángel todavía no sabía que dejaría el banco para vivir solo y exclusivamente de la música.

En el año 1989 se produjo el cambio. Le ofrecieron dirigir el coro joven de la Fundación Princesa de Asturias y aceptó –en aquel momento, Fundación Príncipe de Asturias–. También, con su voz de tenor, entró en el orfeón de adultos de esa misma agrupación. Allí conoció a Luisa Villagrá, la contralto que se convertiría en su mujer, y con la que comparte miles de viajes y recuerdos colgados de sus paredes. Pero el coro Ángel Émbil se quedó sin director. Y ahí fue su sobrina, Maite, la que heredó el diapasón –la pequeña horquilla que al vibrar emite una nota y se utiliza, sobre todo, en canto, para afinar– de su tío. Maite tenía conocimientos musicales porque lo había vivido en casa, nociones de piano y comenzó a cantar ya desde bien chiquitita en el coro infantil.

También, a la muerte de su abuelo, como José Ángel encargado del coro infantil pasó al de adultos, ella, en el 80, le tuvo que coger el relevo. Y, nueve años después, la historia se repitió de nuevo con el orfeón para adultos.

Pero es que no podía negarse: el coro tenía el nombre de su abuelo, era en el que había cantado su madre y con el que había tocado su padre, que era trompista en la banda de la Pola. Y lo compaginó con su trabajo, en una asesoría, después de haber estudiado Geografía y diplomarse como Graduado Social.

“Es complicado hacerlo bien. Al principio, para dirigir, practicas los movimientos en el espejo. Luego, es como todo: te acostumbras”, explica José Ángel, y Maite coincide. Y luego, cada maestrillo tiene su librillo. O, mejor dicho, cada director tiene su técnica y libreto. Pero, además, hace falta estudiar mucho: no se debería, nunca jamás, ir a un ensayo con la obra a primera vista; eso puede ser desastroso. Y, también, hace falta escuchar mucha música coral. Así, se puede adaptar el repertorio del coro a las necesidades del timbre o el color que tenga la agrupación.

Maite Martínez Émbil, a día de hoy, treinta años más tarde, sigue dirigiendo el coro que heredó de su tío y que tiene el nombre de su abuelo. En el mismo donde que cantaba ella, desde que llegó a la Pola siendo una cría que no había ni terminado la Primaria. Además, también se encarga del orfeón para las personas mayores, llamado Antonio Martínez,

“Yo siempre digo que hay que apuntarse a cantar en un coro. Es muy divertido, fomenta valores muy positivos como el trabajo en equipo y además, se liga mucho”, ríe. Tiene conocimiento de causa; aunque ya lo había visto varias veces en la Pola, precisamente fue en el Ángel Émbil donde empezó a tener más relación con el que luego sería su marido, Fructuoso Díaz.

José Ángel, por su parte, se jubiló el año pasado del coro joven de la Fundación, que aún no tiene director sustituto. También tuvo que dejar de cantar porque padece una enfermedad que le impide la movilidad total y le afecta a la voz. 

“Yo creo que nos ven como los cenicientos de los músicos, porque no hace falta gastar dinero; solo con tu propia voz ya puedes participar en un coro”, afirma Maite.

Pero el vínculo, y todo lo que se genera en torno a la música, hace que merezca la pena. Y en la Pola, la Sociedad Siero Musical permite empezar ya desde bien pequeños. “No sabemos como será este curso. Pero seguiremos peleando”, dictamina Maite Martínez Émbil. Como hizo su abuelo toda la vida. También va en el apellido.