A las ocho de la mañana, en invierno y con nieve en la carretera, a nadie le parece agradable subir andando dos kilómetros al Monte Cabriles a alimentar a los gochos. Eso lo sabe de primera mano José Manuel Suárez, responsable de la ganadería porcina de Crivencar-Tierra Astur, porque lo lleva haciendo ocho años, desde que iniciaron el proyecto. Pero, si hace un balance de todo ello y quita los días más fríos del invierno y esos que “hay que cambiarse tres veces de ropa y la lluvia te cala hasta los huesos”, el trabajo merece la pena porque él no estaba hecho “pa’ estar sentado en un ordenador y metido todo el día en una oficina” sino para “la vida plena en la naturaleza”. Y luego, claro, está la calidad del producto.

Además, trabajar con animales criados en libertad, “que no son una bicicleta; hay que venir a mirar todos los días”, también genera mucha satisfacción. Por ejemplo, en esos duros y fríos días de invierno, los “gochinos” corren por la nieve, como si estuvieran jugando, para recibir su dosis diaria de pienso. Un poco de compensación.

“Todo lo que les damos es ecológico. Por las mañanas, quedamos en Oviedo para ir a buscarlo, y a las ocho, normalmente, empezamos el trabajo. Vamos por las diferentes áreas dándoles de comer y contabilizando que estén todos los animales”, relata José Manuel Suárez. Es un hombre tranquilo, que vive en Faro, en Limanes, y lleva toda la vida criando ganado. Aunque cerdos, desde hace solo ocho años.

Fue de la siguiente forma: primero, estudiaron la zona e hicieron los cercados. El terreno son 50 hectáreas y pertenece al Ayuntamiento, pero actualmente tienen firmado un convenio que les permite su explotación.

Aitor Quinta tranquilizando a una madre mientras sus crías esperan a ser alimentadas. | M. L.

Además de los cercados, plantaron diferentes árboles para que estuvieran lo más a gusto posible, numeraron las parcelas y colocaron el pastor eléctrico, al que los animales “respetan bastante”.

En cada zona viven una etapa de su vida de los cerdos. Al entrar al área del Monte Cabriles, en la parte inferior, está el macho duroc con varias hembras de asturcelta, donde se va a producir el cruce. No muy lejos de ellas, están aquellas ya embarazadas –la gestación dura tres meses, tres semanas y tres días– en una zona más amplia “para que estén tranquilas”. También separan a aquellas que acaban de dar a luz. Por ejemplo, el pasado jueves había una que acababa de tener catorce crías en un recinto lejos del resto. Los lechones pasan con la madre un total de sesenta días porque así previenen enfermedades.

También, no muy lejos de las que acababan de ser madres, están los cerdos recién “destetados” y que pronto pasarán a la zona de cebo, en la parte superior. “Cuando nacen, te caben en una mano, y en quince días su tamaño se duplica. Esto es porque el periodo de gestación es muy breve”, explica el responsable de la ganadería porcina. No le falta razón: la diferencia entre los recién nacidos, en la parte inferior, y los que pronto pasarán al matadero es abismal; más de diez veces su peso y tamaño. Juan Carlos Martínez, responsable de comunicación de Crivencar, explica el trance final del ganado de forma singular: “Se crían felices. Nos gusta decir que lo que tienen es un día malo”.

Mientras habla, Aitor Quinta entra y sale de las fincas repartiendo pienso a los cerdos, que se ponen nerviosos –incluso un poco ansiosos– ante la expectación de su hora de comida. “Pues les damos todos los días”, bromea Suárez. Todos y cada uno del año, por semana o fin de semana; llueva, nieve o truene. Dedicación. Es el truco para tener sobre la mesa “carne de calidad”.