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Los últimos moradores de Celles

La familia de Pilar Fernández se mudó al palacio, que acaba de cambiar de dueño, hace más de doscientos años, pero la ruina pudo más

Pilar Fernández, en su casa de la Pola, con papeles sobre el palacio de Celles en la mesa. | I.G.

La casa de Pilar Fernández parece un museo, en vivo, del Palacio de Celles, que acaba de cambiar de dueño y se va a restaurar. Sus antepasados se mudaron a la vivienda hace más de doscientos años, tanto que ni está registrado. A ella le contaron que era un matrimonio de Castropol, con doce hijos, que se mudó a Asturias buscando futuro y cobijo, y sabe que su padre nació en la Torre, y que antes que él su abuelo y su bisabuelo. Hace ocho años, en junio concretamente, la cocina se derrumbó –por poco no estaba ella dentro, que volvía de trabajar– y se tuvo que mudar a su piso de la Pola.

“Yo viví ahí hasta que no pude más”, dice, sentada en el taller de costura de su vivienda. Sobre la mesa reposan infinidad de papeles ajados y ya algo amarillentos. Normalmente, están guardados en una caja, escondidos del sol, porque el tiempo ya los ha deteriorado lo suficiente. Son testamentos, partidas de nacimiento, defunción y matrimonio, y pagos de rentas. Todas con algo en común: la Torre de Celles. El más antiguo es del año 1803 –aunque podría ser 1863 porque la tinta está tan gastada que apenas se distingue–, que habla de los derechos de propiedad y alquiler.

Tienen vital importancia por su valor histórico y personal: hubo unos años donde Pilar tuvo que pagar la renta a través de correos porque los dueños del lugar, en ese momento, le devolvían las rentas para tener excusas para echarla. Pero ella siguió insistiendo: arreglando la techumbre del palacio cuando hacía falta, poniendo plantas en la ventana que le diera color y acogiendo, como lugar de reunión, a cualquier vecino o forastero que pasara por la zona. Aunque, al final, la ruina pudo más.

Pilar Fernández (de azul) en la cocina, con sus abuelos.

La zona que habitaba Pilar junto a su familia se situaba en la parte derecha de las escaleras, cuyo arco, a día de hoy, ya está derruido. El taller se encontraba en la zona inferior, donde la cocina y un antiguo forno. Arriba estaban las habitaciones. “Era el punto de encuentro de los guajes. Cuando yo era una cría venía también a comer, todos los días, la maestra de la escuela de Otero. Me cogía de su mano e íbamos juntas al colegio”, recuerda la última moradora de la Torre.

Pilar Fernández nació en 7 de septiembre del año 1943, aunque, oficialmente, según el registro, su cumpleaños es diez días más tarde. Fue en Sariego, pero con apenas tres meses la llevaron a casa de su abuela, Urbana Vallina, de la que “no me despegaba de sus faldas”, donde también estaba su abuelo Luis Fernández: la Torre de Celles. Cuando tenía 14 años, su abuela falleció, pero Pilar siguió viviendo en la casa, que luego heredó su padre, Urbano.

Sabina Fernández, una tía de la última moradora. La imagen está tomada a principios del siglo pasado. | I. G.

Por su propia cuenta y riesgo, además, empezó a coser. “No sé quién me enseñó, me gustaba mucho y siempre se me dio bien”, cuenta. Y, durante seis años, estuvo “bajando” a la Pola para aprender a hacerlo bien. “Como yo no era de buen comer, me obligaban a subir todos los días a casa al mediodía, y luego volvía a ir por la tarde”, recuerda. Ese trabajo, más tarde, le sirvió para pagar las rentas de la vivienda.

Así fue como su casa, que ya era el centro neurálgico natural de Celles, se convirtió también en el punto de encuentro de todos los vecinos: los “guajes” jugaban en el exterior, mientras los mayores hablaban de sus cosas. Además, iban a tomarse las medidas de los trajes y vestidos a Pilar. “A mí me contaron que había un camino para ir a la capilla y que tenía un arco de hierro, que solo usaban los de la Torre. Eso nunca lo llegué a ver”, recuerda. La ruina también se lo llevó por delante, pero antes de que Pilar naciera. Y todo apuntaba que el palacio llevaba el mismo camino, hasta que apareció el misterioso comprador.

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