La vida de Nacho Fonseca está llena de melodías. El profesor de asturiano que hizo que el grupo infantil “Xentiquina” llenara de música las casas asturianas empezó a ser compositor por casualidad, como una forma de promover la “llingua” entre los más jóvenes. Cuenta que después de preparar su primer disco, pensó que la inspiración se le acabaría. Luego hizo otros siete más. “Cuando me hablaron de grabar el primero, en Asturias solo tenían discos Víctor Manuel, Nuberu y Los Ilegales. Imagínate que era eso”, confiesa.

A Nacho Fonseca “le nacieron” en Oviedo, en el año 1951, porque, con un parto difícil, “a su madre no le quedó más remedio” que ir al hospital. Con días ya lo llevaron a vivir a la Pola. Empezó a cantar en el coro de Ángel Émbil, quien dejó una impronta en lo que sería su vida posterior: cuando menos se lo esperaba, volvió la música a su vida y luego nunca la pudo abandonar.

“Recuerdo una vez, cuando yo tenía ocho años y estaba en el coro. Yo tenía mi primer solo, en un concierto en la antigua Casa de Cultura, y estaba muy nervioso. En mi casa había una guitarra, que era de mi padre, pero él siempre fue muy malo con ella. A los diez años, me regalaron una a mí”, rememora. Con dieciséis, se paseó con ella por diferentes “guateques”, todo de manera informal. Nunca asistió a lecciones de música, apunta.

Terminó la escuela y estudió la carrera de Magisterio. En un primer momento, no lo hizo por vocación: eso le vino después, cuando comenzó a dar clases. “Si me reencarnase, volvería a escoger la profesión que tuve. Me dio muchas cosas positivas y muchas alegrías. Y aprendí que si no preparas las cosas bien, salen mal, que no hay que relajarse”, dice.

La primera escuela en la que estuvo dando clases fue en Posada de Llanes. Pero, en ese momento, aún no había retomado del todo su relación con la música. “Estuve perdido por el mundo”, afirma. Después de Llanes, también pasó por El Entrego, y por una pequeña escuela en Illano, donde vivía en la casa del maestro, que no tenía ni agua, ni luz, ni servicio: “Ahí me dí cuenta lo que era, realmente, el abandono del Suroccidente”. Tenía cinco alumnos y los fines de semana aprovechaba a volver a su casa, donde residía la que ya era su mujer, Aurora García, que tuvo mucho que ver en la formación de “Xentiquina”, más adelante.

“Si los alumnos no querían repetir una canción, la desechaba; eran grandes jueces”, dice el compositor

Tras un tiempo, y varios años de interinidad en distintos colegios, regresó a Llanes. Concretamente a Porrúa, donde se plantó la primera semilla de lo que luego sería la agrupación infantil. Coincidió que, cuano Fonseca llegó al pueblo, apareció el movimiento de “bable nes escueles” y el asturiano dentro de los colegios asomaba la cabeza. Era el curso 1985/1986.

“En Porrúa, donde estaba, los padres vieron bien empezar a dar clases de asturiano. Pero faltaba una cosa muy importante: los materiales didácticos, porque era algo que no se había hecho antes. Y a mí se me ocurrió sacar la guitarra y empezar a cantar. Pasó una cosa curiosa: de los catorce niños que tenía, doce contaban con buen oído y cantaban muy bien”, relata. Las clases de asturiano se convirtieron en su local de ensayos y donde nacieron canciones tan conocidas como “El caballín” o “La moto de Pachín”.

El nombre que de esa agrupación improvisada, que nació del afán de un profesor de enseñar asturiano de una forma amena, fue “Seliquín”, que es un adverbio que en castellano significa “despacito”. Ese año se hizo una gala, para mostrar lo que se había hecho, y actuaron. “Fuimos en taxis y hasta en mi coche. Aquello fue una aventura”, recuerda. Cuando terminaron de cantar, Pedro de Silva, que era el presidente del Principado en ese momento, se le acercó y le propuso grabar un disco, cuando “en Asturias solo lo hacía Víctor Manuel, los Ilegales y Nuberu”.

La aventura, al año siguiente, se terminó, porque Fonseca se trasladó al colegio de Lieres. Fue por el “derecho de consorte”, dice, pues su mujer, también profesora y que conoció en Oviedo, cuando eran los dos adolescentes, fue la que solicitó “acercarse más a casa”.

Le propusieron seguir grabando discos infantiles, pero, en un primer momento, pensó que la inspiración se le agotaría. Allí, en Lieres, ejercía de profesor de asturiano y de música. Y fue donde fundó el coro de “Xentiquina”, integrado por doce alumnos de todos los cursos, que se iban rotando cuando unos y otros terminaban su etapa escolar: “Mis alumnos eran los mejores jueces, porque los niños no mienten. Si proponía una canción y al día siguiente querían volver a cantarla, era buena. Si se les olvidaba, la descartaba”.

La inspiración nunca se le agotó: grabaron siete discos más. Fue tal la importancia de ese coro, que se recorrió toda Asturias. Cuando Fonseca se jubiló, le organizaron una fiesta en el Auditorio Príncipe Felipe, de Oviedo, con más de 1.000 asistentes. En ella, participaron músicos de la región, tocando versiones de sus canciones, y se decidió que el colegio de Lieres pasaría a llamarse “Xentiquina”, gente pequeña.

Fonseca cuenta su vida, tranquilo, sentado en una cafetería en el centro de Pola de Siero y muy agradecido. Las personas que entran en el establecimiento, le saludan con familiaridad y le recuerdan que esa misma noche tendrá actuación, con “Los Ñerbatos”, la agrupación a la que pertenece desde que se jubiló y con la que “está disfrutando de la música más que nunca”. Sigue componiendo: pronto una obra suya se estrenará en la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Y su música sigue llevando el asturiano a las casas y clases de los más pequeños, como cuando comenzó.