A Begoña García la criaron sus abuelos entre “pumares”. Llevaba la tierra en sus raíces y a ella volvió. Cuando creció, después de haber pasado una temporada en la ciudad, regresó y sumó arándanos a lo que plantaba su familia. Olga Palacio Vigil, sin embargo, siempre estuvo -–y abanderó– el mundo rural. Nació en Sariego, pero bien “jovencina” se mudó a Hevia hace cincuenta y dos años, donde crió a sus seis hijos. “Entonces, no pensábamos tanto en lo que iba a pasar en el futuro. Lo hacíamos y punto”, cuenta. Dos perfiles y dos testimonios de los catorce que recoge el documental “Muyer en el mundo rural”, que se presentó ayer en el Teatro Auditorio de Pola de Siero. En él, se cuentan diferentes aspectos de ese mundo que está “tan cerca y a la vez tan lejos”.

La velada comenzó con datos: la población en España que vive en zonas rurales ronda el veinte por ciento del total; el número de mujeres que viven en ese ámbito, que es aproximadamente el quince por ciento, y las que lideran, dentro de ese mundo, explotaciones de pequeño o gran tamaño, un número reducido.

En Siero, la cifra de mujeres rurales ronda el 25 por ciento de la población general del concejo. “Las mujeres siempre participaron en la vida económica, pero con todos los inconvenientes y ninguna de las ventajas. Eran las que se encargaban de cuidar y de las tareas domésticas. Con la diversificación de actividades, nacieron nuevas oportunidades en el mundo rural con las mujeres como protagonista. Se encargaron de rentabilizar los saberes y fueron pioneras en abrir hoteles y casas en el entorno”, contó la edil de Igualdad, Mercedes Pérez, promotora de la iniciativa, antes del inicio de la proyección del documental.

Después, la pantalla se tornó de color negro y aparecieron los primeros planos de color verde. Se distinguen, por la estructura, las típicas casas asturianas y las praderas que componen el típico paisaje astur en Siero, que, como dijo una de las mujeres en el film, “tiene que haber alguien que cuide”.

Después, la primera en aparecer es Anita González. Durante el transcurso de la emisión, cuenta como comenzó su andadura en una quesería y como se tuvo que sacar el carnet de conducir, algo que nunca pensó que conseguiría. Es una impresión compartida entre las mujeres en ese mundo: sin coche, no haces nada, pero cuando tienes uno, no hay nada que esté tan lejos.

También hablan del trabajo y de los cuidados. Cuentan como unas cuidaron de otras, como es el caso de la familia Palacio Sánchez. Primero, fue la madre, Elena Manuela, la que se hizo cargo de las hijas. Y cuando envejeció, fue al revés, y fueron María Ángeles y María Antonia las que tomaron los mandos: “Yo no trabajé porque mi padre no lo veía claro”.

Pero también está la historia de otras, que cambiaron la ciudad por el campo, y que recuperaron las tradiciones de su familia. Por ejemplo, hablan las dueñas de “Casa Telva”, madre e hija, que apostaron por conocer y estudiar la cocina tradicional, la de su abuela. Su dueña, Seoane Corral, es la jefa de las “Guisanderas de Asturias” y también de cocina.

Pero la historia de todas va mucho más allá de la superación. Relata María Ángeles Palacio que cuando llega “Comadres” todas las mujeres del pueblo se juntan en una casa, para hablar de los saberes. Allí se produce un intercambio, entre las más jóvenes y las más mayores, y se aprende a conocer los secretos de la tierra.

“Yo creo que la muyer rural ye lo más sabio de la tierra. Es como si fuese acumulando en saberes. Tienes conocimiento de todo”, contaba, justo antes de comenzar el documental, Olga Palacio Vigil. Y ella, además de ganadera y madre, también integró diferentes asociaciones y formó redes por toda Asturias. Hablan de coser, del baile, de, sin saberlo, sororidad.

Y, cuando se encienden las luces, un sonoro aplauso y silencio. Una a una, las asistentes suben al escenario de la Pola, en señal de reconocimiento. Una pequeña muestra por todos esos en los que la figura de la muyer rural, las que vinieron antes, quedaron ocultas en la bruma de la historia.