La Nueva España de Siero

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Los “nadies” de San Miguel de la Barreda

El próximo domingo se rinde el homenaje a los 18 enterrados en la fosa común de la localidad que no pudo celebrarse en 2020 por el covid

Por la izquierda, José Ramón Estévez y José Antonio Suárez, los nietos de Genaro Estévez y Antonio Suárez, en la fosa de San Miguel de la Barreda, días antes del homenaje. | I. G.

Cuando fueron a buscar a su casa de Noreña a Genaro Estévez, que era viajante, estaba hablando con un compañero de profesión. Se los llevaron a los dos a la torre del reloj. Entonces, César, su hijo, y su hermana le siguieron hasta allí. Genaro le dijo: “Vete pa casa y dile a tu madre que estoy bien y que no se preocupe”. En teoría les iban a trasladar a Oviedo, pero solo en teoría: esa misma noche, a él y a otros 17 los llevaron a dos fincas contiguas en San Miguel de la Barreda y los fusilaron. Era la noche del 5 de noviembre de 1937.

Ochenta y cuatro años más tarde, sus familiares, el primer domingo de noviembre después de Todos los Santos, a pie de fosa, los recuerdan. El año pasado, por la pandemia, se suspendió el homenaje. Pero este, con mejor megafonía que nunca, lo retoman. Será el próximo domingo, día 7 de noviembre, a mediodía: las doce de la mañana.

“Se lo llevaron por ser vecino de Noreña, simpatizante socialista y porque manejaba. Pero él no era nadie. Los que lo hicieron, que eran falangistas, le debían dinero. De hecho, una máquina de escribir que tenía acabó en el Ayuntamiento”, cuenta su nieto, José Ramón Estévez. Se enteró de la historia ya “de mayoruco”, porque se la contaron en la Asociación de Familiares de Víctimas de San Miguel de la Barreda. Fue un poco de oídas. Luego fue a la tumba ocasional de su abuelo y se dio cuenta de que había uno que tenía el mismo apellido que él. Le preguntó a su padre, y fue así como lo descubrió todo.

Antonio Suárez, igual que Genaro, no esperaba que lo fueran a buscar a casa. Él era un simple ganadero de San Martín de Anes, de 48 años y simpatías socialistas, que no había ni siquiera participado en la guerra. Genaro Estévez tampoco. “Llegaron los falangistas y le dijeron que se tenía que ir con ellos. A mi güela no le dijeron nada. Pero ya desde pequeños nos contó esta historia”, cuenta su nieto José Antonio Suárez.

Sabían, por los vecinos que habían sido obligados a enterrarlos, que los taparon con narbasu (maíz seco). Y también dónde reposaban. Al año siguiente, los familiares, “a escondidas y con todos los riesgos que corrían”, fueron a llevarles flores y a velarlos. Las fincas donde están situadas las fosas se siguieron utilizando. Pero las tumbas de los 18 vecinos de Siero y Noreña siempre se conservaron y se cuidaron, en silencio.

“Es la historia de muchos pueblos. Los fusilaron por envidias, no por ideología política. En San Miguel todos sintieron la descarga al amanecer”, relata Suárez. Igual “habló con un vecín que no tenía que haber hablado”, lucubran. Y así como muchos otros. “Unos se sabe dónde están y otros no.”, cuenta Suárez. Por eso quieren que se aplique la ley de Memoria Histórica, en todas partes. En San Miguel, se desconoce en cuál de las dos fosas está cada uno de los cuerpos. Pero a los dos nietos no les importa; prefieren que se quede así y que se conserve el recuerdo.

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