La Nueva España de Siero

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Enrique Corujo, un trabajo de medalla

Natural de la localidad sierense de Lieres, recibió la Insignia de Oro de la Asociación de Vigilantes de Minas de Carbón por su labor en Solvay

Enrique Corujo recibe la Insignia de Oro de los Vigilantes de Minas.

Enrique Corujo Barbes, 85 años y una memoria envidiable, presume de una vida salpicada de anécdotas que empezaron en el momento mismo de su nacimiento, en plena Guerra Civil y en la parroquia de Lieres. “No había plazo para bautizar ni padrinos, así que fui a bautizarme años después y de la mano”, recuerda entre risas. Más adelante, cuando era un mozalbete de 17 años, resultó que no constaba inscrito en el Registro Civil, y para entrar a trabajar como pinche en la mina de Solvay “tuve que ir en bici varias veces ante el funcionario de turno a dar fe de que existía y estaba vivo, además de pagar una multa”.

Todo ello no fue óbice para que se pusiera a trabajar de pinche, luego de peón y finalmente ascendiera a vigilante minero en el pozo, una labor que desempeñó hasta su retiro por enfermedad y por la que hace unos días recibió la Insignia de Oro de la Asociación Profesional de Vigilantes y Similares de Minas de Carbón de Asturias. Un reconocimiento a su veteranía, porque “cada año van dando a los más viejos”, resume con soltura, y que también recayó en Julio Bernardo Carretero, de Mieres y que no pudo asistir al acto.

Corujo empezó su vida laboral mucho antes, cuando con 13 años entró ya a trabajar en una ferretería polesa, de la que muchas veces tuvo que volver andando hasta Lieres para no gastar en el tren lo poco que se ganaba. Porque con tan pocos años ya tuvo que ejercer de cabeza de familia y en aquellos tiempos de posguerra “no andaba la cosa nada abundante”. Después de la tienda y antes de la mina, aún tuvo tiempo de trabajar como albañil en la construcción del Casino de Lieres, un oficio que “me gustaba, se me daba bien”, pero acabaría trabajando en Solvay el resto de su vida laboral, como tantos otros vecinos de Lieres.

“Entré de pinche y enseguida fui peón, y después me apunté a la convocatoria de vigilante. Hice las pruebas con un capataz y fue la primera vez que entré en la mina, hasta entonces todo el trabajo era fuera”, confiesa. Le tocó hacer labores de vigilancia del transporte y la organización de la seguridad, y estar “allá donde nos reclamaran”.

El accidente más grave

Y aunque sostiene que la explotación de Lieres era una de las más seguras en aquella época, “aún tengo pesadillas con la mina; a veces me despierto sobresaltado pensando en aquello”. No en vano, le tocó vivir en primera persona la muerte “de un vecino de la puerta de casa”. “Era vigilante de explotación, más joven que yo, y me tocó ir a desenterrarlo”, recuerda con el pesar aún presente. El accidente más grave que le tocó tuvo lugar el martes de Güevos Pintos del año 1965. “Hubo un derrabe y fallecieron dos picadores y un rampero, me ofrecí voluntario para dar relevo a los rescatadores y me tocó sacar al último muerto”, indica. Y el sábado siguiente “falleció otro vigilante en otra planta, fue una racha malísima”.

Superada la negrura de una mina que con el paso del tiempo “se fue humanizando”, y después de jubilarse por enfermedad –“me dio un ataque y apenas recuerdo lo que me pasó, me quedé de baja y ya me jubilaron”–, Enrique Corujo dedicó sus esfuerzos a la huerta, primero en su Lieres natal y ahora en un huerto en la capital sierense. Hace 20 años que vive en la Pola, donde residen tres de sus cinco hijos, y reconoce que “no me gusta pasar por Solvay, procuro ir lo menos posible”.

Luchador incansable, consiguió una marquesina en Lieres, después de protestar muchos años sentado en una silla para esperar el autobús. Y ahora puede presumir de ser uno de los vigilantes jubilados más veteranos, y con insignia.

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