La Nueva España de Siero

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El conde don Alfonso de Noreña y Juego de Tronos (I)

Semblanza de un personaje cuya trayectoria da para varios capítulos de una serie televisiva

Estos días de atrás, la Asociación Contigo presentó en Noreña un libro sobre Pedro Alonso, personaje emblemático en la historia de la villa. Afortunadamente, todavía hay quien se empeña en que la historia de nuestros pueblos no caiga en el olvido. Enhorabuena y gracias por la iniciativa. Hace también unos días me topé con un libro reciente de un conocido escritor español, en cuya portada se lee: “Juego de Tronos no es nada comparado con las intrigas y violencia de la Castilla del siglo XIV.” Para el que no esté ducho en temas televisivos le comentamos que eso de Juego de Tronos es una serie de drama y fantasía medieval que últimamente ha batido récords de audiencia y seguidores en todo el mundo.

Y al leer aquella portada me acordé de un personaje muy cercano y cuyas andanzas darían para varios capítulos de una serie de historia real, con una trama que no habría guionista rebuscado y creativo que la mejorara: el Conde Don Alfonso. Vamos a intentar resumir en unas pocas líneas algo de la vida de este personaje, cuyas acciones tuvieron consecuencias que todavía están ahí, entre ellas la creación del Principado de Asturias.

Alfonso Enríquez, que tal era su nombre, era el hijo primogénito, y bastardo, del rey Enrique II de Castilla, otro elemento capaz de dejar en pañales al famoso “juego de tronos” ese. En el año 1372 y ante el Apóstol Santiago, en Compostela, Enrique II armó caballero a su hijo Alfonso, que tenía diecisiete añitos recién cumplidos, y le dio los títulos de conde de Noreña y de Gijón, que de aquella ambas villas debían de andar empatadas. A partir de eso y que el rapacín empezase a montar broncas, todo uno.

La primera trifulca con su padre la tuvo con motivo de las bodas que éste y su colega el rey de Portugal Fernando I pactaron entre sus respectivos hijos, nuestro conde Don Alfonso e Isabel, una hija bastarda del rey portugués, para garantizar una paz acordada entre ambos reinos. Pero Alfonso dijo que no, que él bastardas no las quería, y picó billete para Francia dejando a su prometida en la corte de Castilla compuesta y sin novio. El padre del rapaz, que bueno era, le quitó de un plumazo y como castigo todas las posesiones que su hijo tenía en el reino, para que fuera aprendiendo quién mandaba allí. Ante eso, el chaval volvió cabizbajo y obediente, y, ahora sí, contrajo nupcias con la infanta Isabel de Portugal, matrimonio que al parecer no se llegó a consumar, que Alfonsito también era duro de pelar y en su cama mandaba él.

En estas murió Enrique II, padre del conde Alfonso, y tomó posesión del trono de Castilla su otro hijo, pero este legítimo, Juan I; y si a su padre ya no le hacía ni caso, pues a su hermano Juan ya veremos el caso que le hacía Alfonso.

Empezó Juan dando a su hermano diversas concesiones económicas y la nulidad de su matrimonio con la portuguesita, pero poco a poco el nuevo monarca comenzó a hacerse más fuerte y a restringir los derechos de los nobles, entre ellos los de su hermano, que por primera vez conspiró, y fracasó, contra su hermanastro. Tras ese primer fracaso, Alfonso no perdió tiempo y se puso en contacto con el rey de Portugal, que era ni más ni menos el padre de la chica a la que antes había repudiado, que en el amor y en la guerra vale casi todo, y a conspirar nuevamente contra Castilla. El rey Juan, que ya estaba empezando a quedar hasta los cataplines de su hermano, salió a buscarle por los campos de Palencia, pero Alfonso, que lo vio venir, dio zapatilla hasta sus tierras de Asturias, donde en la catedral de Oviedo pidió perdón, dijo que lo de unirse al rey de Portugal iba de coña, y de rodillas y sobre las reliquias del Arca Santa, juró y perjuró lealtad eterna a su hermano. El rey, que igual se creyó aquello, mandó a Alfonso a negociar una nueva paz con Portugal e Inglaterra ¿Y saben lo que hizo el angelito? Pues sí, se pasó al bando enemigo y les prometió sus servicios, ofreciendo incluso la villa de Gijón a cambio de su boda con la hija legítima del rey de Portugal, es decir, hermanastra de su primera esposa y heredera del reino. Así era el muchacho. Una joya. Pero los otros, que tontos no eran, le dijeron que por aquí se va para allá, y nuestro conde tuvo que volver de nuevo a sus tierras asturianas, a refugiarse a Gijón, entonces poco más que el cerro de Santa Catalina, hasta donde llegó su hermano el rey para hacerle doblar de nuevo la rodilla y quitarle como castigo la villa de Noreña, que en el año 1383 entregó al obispo de Oviedo, Gutierre de Toledo, en recompensa por la ayuda prestada a la hora de dar gorrazos al conde. Desde entonces, y hasta mediados del siglo pasado, los obispos de Oviedo llevarían el título de condes de Noreña.

Y como aquí no vamos a tener lugar bastante para contar, siquiera sea por encima, las aventuras de nuestro personaje y, además, tampoco se trata de quitar el sitio a otras noticias más de actualidad, continuamos el martes que viene. Hasta entonces, si les parece, nos vamos con Juego de Tronos.

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