El sarcófago de Rodrigo Álvarez de las Asturias: así es la tumba del noble guerrero, personaje de intrigas y poderoso señor de Noreña y Siero

El sepulcro, del siglo XIV, es una pieza única que se conserva y exhibe hoy en el Museo Arqueológico pero que originariamente se ubicó en el monasterio de San Vicente

El sarcófago de Rodrigo Álvarez de las Asturias, del siglo XIV y que se encuentra en el Museo Arqueológico de Asturias, en Oviedo, es una pieza singular por muchas razones: desde las vinculadas al intrigante y poderoso personaje para el que sirvió de última morada a la propia factura y diseño del sepulcro, de características nada habituales en la región. Mucho se ha escrito sobre esta figura que llegó a liderar el más importante señorío laico que había habido en Asturias hasta entonces y que abarcaba territorios de los actuales concejos de Noreña, Siero, Llanes, Ribadesella, Gijón o Allande, entre otros de fuera del Principado, si bien el centro de sus dominios era la casa de la Villa Condal, sede familiar de su emblemático linaje. Su historia y su capacidad de influencia en los monarcas o regentes de la época siguen hoy suscitando gran interés. Y, muchos siglos después, también su tumba, que ha merecido numerosos análisis de estudiosos del arte funerario.

El sepulcro, al fondo, en el Museo Arqueológico de Asturias.

El sepulcro, al fondo, en el Museo Arqueológico de Asturias. / P. T.

De esto último, del sepulcro, se ocupa la historiadora del arte Raquel Alonso en un artículo incluido en una de las publicaciones anuales del Arqueológico. Destaca la autora que el sarcófago se conserva en el museo pero procede originalmente del monasterio de San Vicente, donde tuvo un lugar preeminente, próximo al altar. “Debido a su posición en altar se decoró por los cuatro costados, cubriéndose a doble vertiente o albardilla. Este hecho ya resulta llamativo en la región, en la que los sepulcros bajo arcosolio son la tipología más común. Más aún extraña su riqueza en una zona en la que estas piezas suelen ser más toscas. La caja y tapa se recubren de una tupida red de follaje en la que se inscriben escudos vacíos (…) Cuando Tirso de Avilés los vio en el siglo XVI aún conservaban la policromía que representaba las armas de don Rodrigo: siete jaqueles en campo de oro, azules y blancos hechos veros, con cada tres azules vueltos arriba, y cada dos blancos vueltos abajo (… ) Cubierta de color la pieza debía presentar un aspecto mucho más rico y llamativo”, escribe Alonso sobre esta tumba, hoy visible en la tercera planta del museo y uno de los elementos de la muestra que más llama la atención del visitante.

En los extremos de la imagen, la superficie lisa de lo que fueron los escudos nobiliarios de la tumba, policromía hoy desaparecida.

En los extremos de la imagen, la superficie lisa de lo que fueron los escudos nobiliarios de la tumba, policromía hoy desaparecida. / P. T.

Explica el artículo asimismo que “han desaparecido los leones” que sustentaban el sarcófago, con lo que “el conjunto se halla menoscabado”. No obstante, “su calidad es inusitada y nos remite a una importación de modelos castellanos, más teniendo en cuenta que se corresponde plenamente con la estética mudéjar tan a la moda en el XIV en Castilla”. La tumba, añade la historiadora, “merece tratamiento aparte”. Este personaje, recuerda, “puede considerarse excepcional ya que transciende los límites de la región para asumir importantes misiones en la Corte, hecho infrecuente en una región en la que la nobleza es tumultuosa y agresiva, pero con poco que decir fuera de sus límites territoriales”.

Detalle de la decoración del sarcófago.

Detalle de la decoración del sarcófago. / P. T.

En efecto, la vida de este noble fue excepcional. Y aunque muchas veces nombrado preferentemente como “señor de Noreña”, también lo fue del vecino concejo sierense. De hecho, en el interior de la sede del magnífico Archivo municipal de Siero, en la Pola, un panel colgado en una de las paredes recuerda a esta figura y sus avatares. De Rodrigo Álvarez de las Asturias, al que se cita en esta ocasión como “señor de Siero”, se explica que fue el segundo hijo de Pedro Álvarez de Noreña, quien ocuparía el cargo de Mayordomo Real. “Rodrigo se convirtió en una de las figuras destacadas de la política castellana durante las minorías y reinados de Fernando IV y Alfonso XI, heredando asimismo, con las muertes de su padre y de su hermano, una importante cuantía territorial, donde el condado de Noreña llevaba preeminencia por su situación geográfica”, se añade.

Panel visible en las paredes del Archivo Municipal de Siero.

Panel visible en las paredes del Archivo Municipal de Siero. / P. T.

Según diversos investigadores, fue “un sujeto vicioso y oportunista, apoyó la causa realista y la rebelde según sus propios intereses, aumentando con ello sus tierras y privilegios”. “Efectivamente, la reina regente María de Molina enseguida inició gestiones para atraerse a Rodrigo Álvarez a su bando durante la minoría de Fernando IV, ya que sus posesiones en Asturias le convertían en un hombre clave para controlar la situación”, dice el resumen histórico que puede leerse en el archivo sierense. En el texto se recuerda asimismo que a cambio de su “colaboración” recibió las villas de Gijón, Allande, Llanes y Ribadesella.

El sepulcro, con la inscripción que se conserva en la parte inferior de la cubierta.

El sepulcro, con la inscripción que se conserva en la parte inferior de la cubierta. / P. T.

Sus dominios se extendieron más allá del Principado, pues “llegó a ser Adelantado Mayor de de León y Asturias y con el tiempo Mayordomo Mayor del Rey, como fuese su padre”. Fue también guerrero. “En sus hechos de armas en el bando realista destacan la conquista de las Torres de León para el Rey, perdidas por el levantamiento de don Juan, así como su ayuda contra el reino de Granada al rey Alfonso XI en 1329. Participó asimismo en el cerco de Tordehumos en 1307 y en la defensa de la ciudad de León contra el infante don Juan y Juan Núñez de Lara en 1320. Como apoyo de los insurrectos en diversas fases de su vida desafió a la débil autoridad real de la época como ocurre en el cerco a Oviedo (…)”, relata la síntesis sierense sobre su presencia en conflictos y enfrentamientos de su época.

Vista de la pieza que se exhibe en el Arqueológico.

Vista de la pieza que se exhibe en el Arqueológico. / P. T.

De lo que ocurre a su muerte también se da cuenta en este texto del Archivo de Siero. Había realizado su testamento en León en 1331, “otorgando buena parte de sus tierras y fortuna a monasterios y hospitales al carecer de herederos naturales”. “Esto se subsanó dejando a cargo del condado de Noreña a su sobrino Rodríguez de Villalobos. No obstante, sería finalmente Enrique de Trastámara, hijo bastardo de Alfonso XI, quien heredaría los dominios asturianos de los Álvarez de las Asturias, lo cual provocaría numerosos conflictos en la región por su levantamiento y guerra contra su hermano, Pedro de Castilla”, concluye la descripción, a grandes rasgos, de la trayectoria y herencia de don Rodrigo.

Claustro del Museo Arqueológico, en la planta baja, con una muestra de escudos nobiliarios y tumbas de nobles.

Claustro del Museo Arqueológico, en la planta baja, con una muestra de escudos nobiliarios y tumbas de nobles. / P. T.

Quien hoy visite el Museo Arqueológico podrá ver también, en el claustro, dos muestras de escultura funeraria procedentes, en este caso, del desaparecido convento de San Francisco de Oviedo, los que pertenecieron a Gonzalo Bernado de Quirós y a Diego de Miranda. Tanto el estudio de la historiadora Raquel Alonso como los de otros autores las menciona también como modo de señalar las diferencias entre estos -en los que se representa “al yacente ataviado con arnés y yelmo” en la cubierta- y el sarcófago de Rodrigo Álvarez de las Asturias.

“(…) Las familias de la nobleza emplean nuevos elementos que reforzaban, aún en la muerte, el prestigio de la estirpe y del yacente. Los sarcófagos exentos, depositados sobre pies con forma de león, símbolo de la fortaleza ante la muerte, alcanzan preponderancia en las mejores familias. En algún ejemplar temprano del XIV, como la tumba de Rodrigo Álvarez en el monasterio de San Vicente, se introducía el sarcófago con lauda albardillada a dos aguas, emulando las tumbas de la alta nobleza castellana (Alonso Álvarez, 1992). A lo largo del siglo XV una mayor sensibilidad hacia el individuo hace que se imponga la representación escultórica y naturalista del fallecido, que aparece de bulto redondo encima de la tapa del sarcófago, con la cabeza recostada en la almohada mortuoria y portando sus vestimentas fúnebres, emblema del estatus social. Encontramos modelos en los sepulcros de Gonzalo Bernaldo de Quirós el Bastardo, en San Francisco de Oviedo, o en los de Martín de las Alas y Aldonza González de Oviedo y Juan Alonso, estos en San Francisco de Avilés”, se lee en el análisis “Comportamientos funerarios en la Asturias medieval: una revisión arqueológica”, de Alejandro García Álvarez-Busto e Iván Muñiz López, publicado por el Real Instituto de Estudios Asturianos (Ridea) en 2018.

Sepulcro de Gonzalo Bernaldo de Quirós.

Sepulcro de Gonzalo Bernaldo de Quirós. / P. T.

Se abunda en este último texto en la razón por la que, entre otros casos, los escudos del sarcófago de Rodrigo Álvarez de las Asturias aparecen lisos y no es posible apreciar las armas del linaje. “En los laterales del sarcófago se incluyen desde el XIV los blasones nobiliarios de la familia, muchas veces reproducidos mediante pintura polícroma sobre la superficie alisada del escudo, lo que hace que hoy, al perderse la policromía, hayan desaparecido las armas del linaje y los blasones presenten apariencia inacabada. Así los encontramos en la tumba de Rodrigo Álvarez o en las de Martín Peláez y Gonzalo Bernaldo de Quirós, y así acompañan el sepulcro del arcediano García González de Oviedo, originalmente enterrado en la capilla del obispo Gutierre de la catedral ovetense”, concluyen los autores.