Ahora que hay tanta desafección de la política, ya que el exceso de mentiras, manipulaciones y corrupciones es difícilmente masticable, y que los más reducen la democracia a un mero asalto al poder, cobran valor las certeras palabras de Clarín, cuando a finales del siglo XIX decía que este país necesitaba menos palabras y más hechos.

Los que pertenecemos a la generación de la Transición y hemos participado en política observamos con preocupación los derroteros de una acción política más basada en la tensión que en la gestión, más centrada en la división que en la unión, más preocupada por ocultar problemas que en resolverlos, y que blasona de un absoluto desprecio a la verdad y de una falta de respeto a la Ley que todos nos hemos dado. Con estos mimbres no se puede hace un buen cesto. Después de tantos desmanes de chuletones, megavatios/ hora – a finales del 2020 casi 33.000 familias asturianas habían solicitado el bono social térmico- , indultos , peajes y polémicas inútiles e interesadas como la de los toros en Gijón, quizás sea llegado el momento de hacer un alto en el camino y reconocer que no todo vale y que los falsos profetas y demagogos no deben tener responsabilidades públicas y menos quienes no conocen el sentir y vivir de sus vecinos o si lo conocen, lo desprecian.

Me atrevo a decir todo esto porque los que hemos participado en política hemos tenido privilegios y servidumbres, alegrías y tristezas, y más sabiendo que el gran enemigo de la política son las circunstancias y que las alegrías de un alcalde no duran ni veinticuatro horas, pues es tal celeridad de la vida municipal que resuelto un problema, aparecen dos o tres por el horizonte , pero con el pasar de los años nos ocurre como al operado que pasados los meses se olvida de los dolores pasados , celebra y disfruta la salud recuperada.

En mis años de actividad política, dieciséis, han sido muchos los momentos buenos que he tenido y relatarlos sería cansino y superaría los límites de este artículo , pero ahora que estamos en tiempos de desafección política que todos debemos combatir y que hasta el Papa Francisco alertaba, en su reciente encíclica “Fratelli Tutti”,  al reconocer que  “la mejor manera de dominar y avanzar sin límites es sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, aun disfrazada de la defensa de algunos valores”, algo que debemos evitar, y en esa dirección escribo este recuerdo, del que se cumplen casi veinticinco años y que tuvo lugar en el Centro Cultural Recreativo de la Montera, en Sama, en una tarde tranquila, a una hora muy taurina, en el año 1996, con motivo del Homenaje que todo Sama y toda la familia minera rendía  a las monjas del Sanatorio Adaro con motivo de su despedida.

Lamento no haber tomado notas de todo lo que allí se dijo de mano de dos ponentes, colosos en sabiduría y humanismo. El primero en intervenir fue don Vicente Vallina García, Gran Cruz del Mérito Civil de 1998, Medalla de Plata de Asturias 1997, entre otras muchas distinciones, conocido como “el médico de los mineros”, que nos habló de su trayectoria profesional y humana durante sus muchos años en el Hospital, donde el médico era médico de todo y para todo. Todos los presentes estábamos perplejos, asombrados, pues lecciones de ese humanismo tan vivo y solidario no se viven todos los días. Allí comprendí el cariño y admiración que se le tenía y el respeto a la dignidad humana que brotaba de sus palabras. En la misma dirección, con un lenguaje fluido y cargado de datos e información de lo que era y fue el Sanatorio Adaro y la importante e impagable labor que habían hecho las monjas nos habló el ingeniero y humanista Don Luis Adaro Falcó, Hijo Predilecto de Gijón, Medalla de Oro del Mérito Civil en 1980, Medalla de Oro de las Cámaras de Comercio de España, entre otras muchas más, experto conocedor y divulgador de la historia de la minería asturiana y empresario de gran experiencia y prestigio,   que también nos encandeló a todos con sus vivencias y sabiduría, y que tuvo a bien concluir su discurso con las palabras que no se me han olvidado, que me han acompañado durante estos años  y que titulan este artículo: “He dicho…”, y que ahora hago vuestras,  pues lecciones como las que he vivido ese día, han sido uno de los privilegios de mi vida política y quiero que así conste, ya que enseñanzas como ésas,  de las que tan necesitados estamos, no se olvidan. ¡Qué cunda el ejemplo! ¡Muchas gracias!