La Nueva España de Siero

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José Antonio Coppen

Bitácora de Lugones

José Antonio Coppen Fernández

El ego como propio enemigo

Una reflexión sobre la autoestima y la exaltación de la personalidad

Comencemos por recordar que el punto medio o centro del edificio humano es el ombligo, esa cicatriz que queda en el vientre después de cortado y seco el cordón umbilical. Pero el epicentro invisible por antonomasia es el llamado ego, nuestro eco interior. Evidentemente, nadie carece de ego, pero también es verdad que unos lo tienen más desarrollado que otros.

Egocéntrica es la persona cuyas ideas convergen hacia ella misma. Es egocentrismo, en definitiva, la exagerada exaltación de la propia personalidad, considerándose el centro de atención y actividad general quienes la padecen. Decimos que lo padecen, porque acaba dañando la personalidad de aquellos hombres y mujeres que no lo controlan. Desconocemos si se trata del camino más recto para alcanza al narcisismo.

Dicho lo cual, llegamos a la conclusión de que antes de hablar de llevarse bien con los demás, primero debemos llevarnos bien con nosotros mismos. Sospechamos que todos los conflictos externos entre las personas son manifestaciones de sus propios conflictos internos. Debemos pensar que si una persona tiene un conflicto interno no resuelto, parece lógico que no se lleva tan bien consigo mismo como sería posible, de la misma forma que tampoco se llevará tan bien con los demás como sería factible.

En su libro “Quién eres? ((De la personalidad a la autoestima)”, Enrique Rojas deja constancia de que la personalidad sana es aquella que ha logrado un buen equilibrio entre sus distintos componentes, un grado de madurez suficiente en relación con la edad, lo que supone un buen conocimiento de uno mismo, la propia aceptación, el diseño de un proyecto de vida y la capacidad de tener una conducta coherente, adaptada a la realidad, con metas y objetivos realistas y concretos.

No sé si lo que voy a manifestar a continuación tiene visos de exactitud, pero creo que a través del excesivo egocentrismo puede conducir directamente al narcisismo, que Freud adaptó a sus criterios psicológicos para referirse a las personas con un amor desordenado y excesivo hacia sí mismas. Es verdad que, a finales del siglo XIX, fue Havellock Ellis el primero que utilizó este término para referirse a aquellos sujetos que desarrollaban una tendencia sexual hacia sí mismos. Añadamos que una persona narcisista tiene un sentido desmesurado de su propia importancia y una profunda necesidad de atención excesiva, que siempre desea quedar por encima, por no entrar en más detalles de sus características y comportamiento.

Tanto en un caso como en el otro, el egoísmo es como el eco interior que se percibe más allá del corazón, en lo más profundo del alma. De ahí que las personas que, por méritos propios, o por azares de la vida, se vean rodeadas de subordinados, encuentren el campo y la semilla propicios para desarrollarlo sin límite, salvo, claro está, para quienes, por su calidad humana y humildad, sin falsa modestia, sean invulnerables e infranqueables para que florezca la semilla que haga crecer la flor perenne del ego. Porque difícilmente se acabará marchitando.

Perlas de sabiduría: El liderazgo no es un concurso de popularidad, trata de dejar tu ego en la puerta. El nombre del juego es liderar sin título. (Robin S. Sarma, escritor y empresario de Canadá).

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