La Nueva España de Siero

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Vicente A. Montes Álvarez

Un pobre: semblanza de Eustasio Sánchez

El cura de la conmiseración

Tras su despreocupación estética, que denotaba el poco esmero que ponía en el cuidado de su persona, había un alma enorme. Era pobre y entendía que todo lo que poseía debiera estar al servicio de los demás, así que lo de tesaurizar no iba con él. Sabía del dolor y sabía llorar con quienes lo padecían.

Sacerdote no al uso, tocado con la sencillez, tal vez lejos de teologías excelsas, conmovía con la conmiseración mostrada hacia quien padecía hábitos que ofuscan la voluntad.

Vimos su calidad aquella vez que arrancó nuestra sonrisa en plena celebración eucarística. Una persona algo guillada continuamente interrumpía, hablaba en voz alta y hasta pretendía ser celebrante. Como hacía Jesús, la llamó por su nombre y le pidió tranquilidad, que esperase, que luego hablarían y en cada una de sus palabras se leía el amor del hermano.

Se nos murió Tito, en la soledad, con la única compañía de su eterno amigo Jesús de Nazaret. Se dice que la solidaridad solo es posible desde la experiencia empírica de las situaciones comprometidas que padecen las personas a las que nos adherimos. Y Tito, Eustasio (el bien plantado), sabía de eso. Si Jesús está en cada pobre, en cada persona que sufre, pocos como Tito han sabido acercarse a él.

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