La Nueva España de Siero

La Nueva España de Siero

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ricardo Junquera

El día de tu cumpleaños

La realidad cotidiana en muchas residencias de mayores

Esta historia no es una ficción, es una realidad cotidiana en muchos centros geriátricos. Allá va.

Aquella mañana, cuando te vestiste, buscaste ese collar que tenías guardado. Aquel que te regaló tu marido cuando ya no te acordabas bien por qué. Sí, cuando hicisteis los primeros veinticinco años, o no, cuando aquello otro... Bueno, qué más daba. Te lo habías puesto. Y cada vez que te lo ponías te acordabas de tu hombre, de lo mucho que vivisteis juntos. De él sí que te acordabas bien. Sí. Y qué sola quedaste el día que se fue. Si él estuviera ahora contigo, qué distinto sería todo. No estarías tan sola, aunque allí no te faltara nada.

Pero bueno, aquella mañana no te querías poner triste, que sabías que era el día de tu cumpleaños, de ya ni sabías cuántos, que esas cuentas ya no eran necesarias. Lo tenías apuntado en esa pequeña libreta donde todavía apuntabas alguna cosa que no querías que se te olvidara. Y además ya te lo habían recordado las chicas del centro nada más verte. Una de ellas hasta te había dado un beso. Entonces no sabías que era el único que ibas a recibir ese día.

Te pusiste todo lo guapa que pudiste. Tenían que verte bien. Era tu cumpleaños, y además coincidía en domingo, que te habían dicho. Seguro que tu hijo iba a venir a buscarte, y a sacarte a comer fuera, con tus nietos, a los que hace tanto que ya no veías. Claro, es que están todos muy ocupados, te decías, que la vida cada vez es más difícil. El año pasado, con lo de la pandemia y todo eso, no pudieron venir a verte. Y el anterior, tampoco, por lo mismo. Todavía no hacía mucho tuvisteis que estar todos encerrados quince días en vuestras habitaciones, sin poder salir, que no sé quién se había puesto mala de aquello. Tenías que comentárselo, sí.

Pero bueno, no te querías poner triste, que aquel día seguro que iban a venir a buscarte. Y bajaste al recibidor. Y te sentaste en aquel sofá de la sala de espera a ninguna parte. Con una sonrisa, que ya te habían dicho varios que qué guapa te habías puesto. Y te acordaste de tu hijo, de cuando era pequeño. Y de cuando fue creciendo. Y de cuando un día salió de casa que lo mandasteis a estudiar fuera, que el chico valía mucho os habían dicho y, aunque malamente pudierais pagarlo, aquel esfuerzo había que hacerlo, que era vuestro hijo y por su bien. Aunque a partir de aquel día no pudieras evitar alguna lágrima al ver su cama vacía.

Pero bueno, no te querías poner triste. Aunque las horas fueran pasando y tú siguieras allí esperando. Bueno, estarán liados, seguro que vendrán. Pero no llegaba nadie, y fueron a buscarte para ir a comer con los demás. Bueno, estarán liados, seguro que por la tarde sí que vendrán. Y después de comer volviste a aquel sofá, sin querer perder la sonrisa, que para eso te habías puesto guapa. Si no pueden venir, igual llaman para decírmelo. Seguro que sí. Seguro que me avisan. Pero no llegó nadie ni nadie llamó.

Y ya por la noche, cuando te quitaste aquel collar para volver a guardarlo, volviste a acordarte de cuando tu hijo era pequeño, y de cómo fue creciendo, y también de tus nietos, a los que hace tanto que no veías. Qué guapos tenían que estar ya.

Y no quisiste perder la sonrisa, que aquel día no te podías poner triste.

Compartir el artículo

stats