La Nueva España de Siero

La Nueva España de Siero

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ricardo Junquera

Epígrafe

Ricardo Junquera

El amor y las toallas de Rodiles

Subtítulo opinión 3col

Esta historia que voy a contar va de humor y de amor, que no sé bien cuál de los dos sentimientos primará en ella, pero en todo caso espero y deseo que mis amables y comprensivos lectores, si siguen ahí, puedan compartir por un momento lo que yo pasé disfrutándola. Sucedió hace ya algún verano. Allá va.

Rodiles, tarde de playa con silla y libro, más o menos por el centro del amplio arenal. Veo a una parejina que viene de bañarse, de esos chavalines recién salidos de la adolescencia y ya en primera juventud, cogidinos de la mano tan ricos y sonrientes, felices de la vida que también les sonríe. Se veía en ellos ese amor que no se esconde, el amor de la rosa en el corazón, el que apenas si pisa el suelo, el del embebecimiento, ese que no dura más de tres o cuatro meses, que el ser humano no está hecho para vivir con los brazos abiertos y los ojos en alto, que el milagro no tiene día siguiente, pero qué guapo que debe de ser mientras dura.

Bueno, la cuestión es que allá que venían tan dentro de sí mismos cuando les veo pararse al unísono y mirar uno hacia cada lado y después mirarse entre sí. No encuentran las toallas, pensé. Efectivamente, así era. Y ya no pude evitar oír lo que se decían: “Cari, estábamos por allí”; “Que no cielo, que era por allá”. Y sin el menor atisbo de discusión y de la mano, los vi caminar primero hacia allí y después hacia allá, y volver al mismo sitio, pero de las toallas ni rastro.

La cosa es que yo no debía ser el único que se estaba fijando en ellos, porque enseguida una señora de esas que no falta en ninguna plaza de pueblo ni en ninguna playa, se acercó tratando de ayudarles. Y el chico contestó señalando hacia un lado y la chica hacia el otro, y sin que ninguno de los dos perdiera la sonrisa. Eso mismo después de algún año de convivencia hubiera acabado fácilmente con uno de los dos durmiendo aquella noche en el sofá. Calculo que sí.

Y también enseguida llegó más gente, que el ocio es lo que tiene, y escuché que una toalla, la de él, era azul, y la otra, la de élla, amarilla. Y aquella buena señora organizó dos patrullas de búsqueda; una con él hacia allí y otra con ella hacia allá; y compartieron entre los dos grupos sus números de móviles, para que el grupo que localizara el lugar de las toallas avisara al otro. Y antes de salir a la búsqueda el chico y la chica se despidieron con un besín de pico, deseándose suerte. ¿Qué más se puede pedir a la vida?

Y me quedé esperando el resultado. Y al rato llegaron los dos grupos de nuevo al lugar de origen, que los que fueron hacia allí encontraron las toallas, pero no exactamente allí, sino mucho más lejos de allí, que si los chavalines estaban mirando por la zona del centro de la playa, las toallas habían aparecido cerca de la ría; es decir, estaban totalmente perdidos. El ardor juvenil es lo que tiene. Y viéndoles de nuevo juntinos y tan sonrientes, ahora incluso más que antes y dando las gracias a todos los que les habían ayudado en aquella aventura, me di cuenta de que para hablar del amor no se necesita la lírica ni tampoco la literatura en general, ni la geometría ni la lógica ni la ética ni las matemáticas ni la filosofía ni qué sé yo qué, que el amor es muchísimo más que una ciencia o que un sentimiento, que el amor son dos toallas perdidas en la playa de Rodiles.Y los vi marcharse cogidinos de la mano, compartiendo su felicidad. Sí, a veces qué sencilla es la vida.

Compartir el artículo

stats