La Nueva España de Siero

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Ricardo Junquera

Sin epígrafe

Ricardo Junquera

A la fresca

Estos días de atrás tuve la suerte de poder disfrutarlos en Conil de la Frontera, Cádiz, un precioso pueblo andaluz que seguramente muchos ya conocen, que Conil ya es como otra Asturias en pequeño de la cantidad de asturianos que nos acercamos hasta allí buscando los largos paseos por sus playas, los cielos despejados o las noches de manga corta y luna larga. Y de cuando en cuando algo de viento, sí, que también ayuda a despejar las mentes dispersas.

Y en las noches de las calles de Conil he vuelto a ver aquello de salir al fresco. Uno, que tuvo la circunstancia de crecer en Posadas, un pueblo de Córdoba, recuerda aquellas noches felices de verano al aire, que de día era imposible salir por la calor que aturdía los cuerpos y las ideas, y cuando el sol se iba era cuando los niños echábamos a correr y a jugar por las calles y los mayores a sacar las sillas a la puerta de casa a hablar de lo que fuera con el vecino o con el que buenamente se acercara, que la cuestión era compartir el tiempo disfrutando del frescor que traía la noche y de los olores del azahar y del jazmín y de la dama de noche.

La cosa es que eso de estar a la fresca no es algo solo propio del sur, se trata más bien de uno de esos elementos que, de una forma u otra y con un nombre u otro, componen el esqueleto cultural común de los pueblos de España. Así en León, por ejemplo, se le llama filandón. Todavía el pasado mes de julio se celebraron en el precioso pueblo de Riolago, en Babia, unas veladas literarias con la finalidad de recuperar la costumbre de las noches de filandón.

En el año 2010, las Cortes de Castilla y León declararon al filandón Bien de Interés Cultural y pidieron su inclusión dentro del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco. También recientemente, un pueblo de la sierra de Cádiz inició el camino para que sus "charlas al fresco" tengan la misma consideración cultural. Y hace unos días me topé con una ordenanza municipal sobre uso de la vía pública de un pueblo de Valencia en la que con mucho tino se dispone que "no se considerará ocupación pública la arraigada costumbre popular de salir, sobre todo en época estival, a tomar la fresca". Y así podíamos seguir por muchos otros rincones de nuestra geografía.

Esas reuniones sociales vienen a ser las precursoras de los grupos creados en torno a las actuales redes de comunicación, llámense whatsapp, facebook o como sea que se digan, con la diferencia de que la filosofía de aquellas es mucho más cercana y evidentemente de trato más humano; incluso algunos psicólogos hablan de que son muy beneficiosas para la salud, ya que al parecer pueden aliviar la depresión o la ansiedad.

Y en Asturias, donde nunca se necesitó salir a la fresca sino más bien atecharte de ella, siempre tuvimos la cultura del chigre, que en normas de convivencia social hacía sus veces, que el chigre más que un pequeño bar era un centro de socialización y comunicación y hasta una tienda para casos de necesidad. Allí se reunían los paisanos de la aldea correspondiente para tomar la botella de sidra o echar la partida o hablar de lo que fuera, que la cuestión es pasar el rato en compañía.

Y cuando hablo del chigre lo hago desgraciadamente en tiempos de pasado, que cada vez son menos los que quedan en nuestras zonas rurales, que, entre otras cosas, al legislador de turno se le pasó el hecho de que no se puede tratar fiscalmente igual a un chigre de una aldea de Bimenes, pongamos por caso, que a un negocio en la calle Uría. Parecen normas creadas para fomentar el abandono del mundo rural asturiano. Pero bueno, esa es otra historia.

En fin, que si este verano tienen la posibilidad de disfrutar de ese bendito y noble arte de estar a la fresca o al fresco, o del filandón, o de tar un ratu nel chigre, les aconsejo que se olviden de aires acondicionados, de “sálvames” televisivos o de redes sociales informáticas, y simplemente que se dejen llevar.

Y no le pidan mucho más a la vida. No hace falta.

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