La Nueva España de Siero

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Ricardo Junquera

Sin mensaje (o la historia de Paco el de la playa)

Este es un artículo que no tiene mensaje. O mejor dicho, no se lo encuentro. O también mejor dicho, quizás es que encuentro varios y no me atrevo a decidirme por ninguno. Os cuento: este verano fui a pasar unos días a la playa de Conil, Cádiz. En mis vacaciones me gusta, cuando puedo, acercarme a alguna playa. El plan, muy sencillo: paseos largos por la orilla, un baño de cuando en cuando, una silla, un libro y un bocadillo. No hace falta más, que no es poco. Para los que tenemos la cabeza a veces demasiado dispersa, la playa te permite concentrarte únicamente en lo que tienes delante. Es su ventaja, si sabes y puedes aparcar el móvil, claro.

La playa de Conil es perfecta para ese planteamiento. Los que la conocéis sabéis que es una playa muy larga, que se engancha con la del Palmar y que son varios kilómetros continuos de arena perfectamente aptos para caminar. Y allí pasó la historia que ahora cuento: suelo ponerme casi siempre en la misma zona de la playa y desde el primer día que llegué ya noté que allí había un señor que poco menos que ejercía una labor como de cuidador o algo así, como de ayudante de todos los que estábamos por esa zona. Sin hacerse pesado para nada, desde el primer momento que llegué, suelo madrugar bastante, vino a saludarme, a decirme que se llamaba Paco y que solía ponerse por allí cerca todos los días, que conocía bien la zona y que si necesitaba algo no tenía más que pedírselo. Y era un tío muy conocido porque había mucha gente que lo llamaba por su nombre, y cuando llegaban iban a saludarlo: hombre, Paco, otro año más, qué tal sigue todo, pues por aquí muy bien ya me ven, qué tal ustedes, y a sus hijos qué tal les va, y allá que seguían hablando. Y vi también cómo había parejas que le decían: Paco, nos vamos a dar un paseo, si no le importa pegue un vistazo a las cosas; o directamente se las dejaban. Y vi también a padres que se iban a pasear, y Paco, si no le importa vigile un poco a los niños, que están jugando en la arena, que venimos enseguida. Y Paco feliz y los padres también. Un tío encantador.

Se me acabaron los días de vacaciones, volví para Asturias de nuevo al tajo y evidentemente me olvidé de Paco el de la playa. Hasta hace unos días.

Fue en Madrid cuando volví a verlo. Tuve que ir allí un par de días y una de esas noches, de la que volvía para casa, lo oí hablar en una plazuela. Ostras, Paco el de la playa, pensé. Y como me picó un poco la curiosidad, que salvo la científica no suele ser sana, me quedé un poco por allí dando alguna vuelta alrededor del lugar en el que estaba Paco. Y lo escuchaba hablar con la misma elegancia y cercanía con la que lo conocí en la playa; y al poco ya tuve la certeza de que lo que había pensado nada más verlo era cierto: Paco era un indigente; más diría, por la forma de despedirse, me voy a mi rincón, dijo, un "sintecho". Y allá que se marchó con el mismo señorío del que hacía gala en la playa.

Y yo me quedé sin mensaje para transmitir aquí. O mejor dicho, no se lo encuentro. O también mejor dicho, quizás es que encuentro varios y no me atrevo a decidirme por ninguno. Espero que alguien pueda ayudarme. En todo caso, tenía ganas de contar esta historia.

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