Un año y apenas se aprecian cambios de que este desastre se acabe. Un compañero estaba viendo un western y su hijo le preguntó cuáles eran los buenos.
–Ningunos, le contestó. Si algunos fuesen buenos no estarían matándose.
Los resultados son desastrosos. Más de 7.000 civiles ucranianos muertos y casi 12.000 heridos. Las víctimas militares en ambos bandos pueden sumar doscientas mil. Los ucranianos desplazados, a Occidente y Rusia, superan los diez millones. Y todavía no es suficiente.
La población civil ucraniana es sin duda la más damnificada ya que los daños materiales, superiores al medio billón de euros, han dejado a más de tres millones de personas en absoluta miseria. Para solucionarlo se piden tanques o aviones y se preparan drones o cohetes con posibilidad de ojivas nucleares. Previamente a la guerra la diplomacia internacional fracasó y la lectura a día de hoy sigue siendo la del fracaso. Todos sabemos que esto acabará donde se podría haber evitado: en una mesa de negociación.
La vesania de Putin deja a más de cien mil familias rusas rotas aunque él quiera reducirlas solo a seis mil. La porfía de Zelenski deja esas cifras que son demoledoras. Discursos aparte ninguno es consciente que la vida es personal e individual y que cuando se siega una, para ella todo se ha aniquilado. Pasado el tiempo llegará la paz y Putin seguirá en vanagloria. Zelenski llenará salas, teatros o auditorios, convertido en prestigioso personaje, dando conferencias que tal vez se aproximen al caché de casi medio millón de euros de Obama.
¡Qué falta hace que se acabe esta sinrazón! ¡Y otras más que hay en el mundo!