Aquel árbol blanco
Hace unos días nos tocó celebrar el día del padre. Y que lo podamos seguir haciendo durante muchos años. También hace unos días nos tocó escuchar la parábola del hijo pródigo; esa que todos conocemos pero que, a veces, nos cuesta tanto entender. Quizá porque para entenderla haya que ser padre y sentir plenamente lo que significa y supone serlo.
Mirad, cada vez que escucho esa parábola, me acuerdo del cuadro que sobre ella pintó Rembrandt; uno de los últimos que pintó en su vida, próximo ya a su muerte, y en el que refleja, con una inmensa maestría técnica pero con una superior maestría humana, todo lo que se nos quiere transmitir en esa sencilla historia. Simplemente por el secreto que encierran las manos del padre cuando está abrazando al hijo, vale la pena disfrutar de esa obra. Os aconsejo que busquéis en internet algo sobre ese cuadro; veréis lo que quiero decir con lo de las manos.
Y también, cuando escucho esa parábola o cuando viene un padre a hacer testamento y te cuenta que alguno de sus hijos, sin que él sepa por qué, hace ya mucho que dejó de hablarle y que no sabe de él, y que ni siquiera puede tener relación con sus nietos, me acuerdo también de esta otra historia que escuché hace tiempo. Allá va:
Un padre que había quedado viudo joven tenía un sólo hijo. Y aquel chaval salió torcido. No le faltó nada que el padre pudiera darle, pero él se lanzó a vivir por el camino equivocado. Y después de un tiempo de delincuencias, acabó una larga temporada en la cárcel, con el tremendo dolor de su padre viendo en lo que había terminado su hijo. Y pasó que allí, en aquellos años de cárcel, el chaval recapacitó y se dio cuenta del daño que había hecho a todos, empezando por él mismo y acabando por su padre. Y llegó el día de salir a la calle, y el chaval lo primero que pensó fue en ir a verle, pedirle perdón y darle un inmenso abrazo; pero también pensaba que, después de todo el dolor que le había causado, posiblemente no quisiera recibirle. Y escribió a su padre, y le dijo: "Mira, voy a salir enseguida y quiero verte; pero también entendería que no me quisieras recibir ni hablar más conmigo. Vamos a hacer una cosa: desde el tren que me llevará al pueblo, antes de llegar, se ve nuestra casa. Si me quieres recibir, cuelga un pañuelo blanco en una rama del árbol que hay delante y así sabré que puedo ir a verte". Y llegó el día, y conforme el tren se acercaba, el chaval no quiso mirar, no quiso ver cómo aquel árbol no tenía pañuelo. Pero no le hizo falta mirar; alguien dijo en el tren: "Mirad lo que algún chiflado ha hecho en aquel árbol". Y entonces sí miró, y vio que aquel árbol no tenía un pañuelo, sino que estaba totalmente lleno de ropas, pañuelos y trapos blancos; todo lo que aquel padre tenía blanco en la casa estaba colgando de las ramas de aquel árbol.
Sí, hace unos días fue el día del padre. Y creo que posiblemente no haya nada que pueda ser comparable a sentirte padre y saber lo que significa y supone serlo. Aunque, desgraciadamente, también haya padres, o abuelos, que vistan todos los días sus árboles de blanco sin cansarse nunca de ver pasar trenes vacíos.
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