Opinión | Es lo que hay
Ricardo junquera
El mechero de mi padre
Un recuerdo de la infancia
Mañana es el Día del Padre. La publicidad ya se encarga de recordárnoslo. Un día en el que muchos podrán felicitar al suyo, si todavía lo tienen y se acuerdan, y compartir de alguna forma su presencia, aunque solo sea por un rato. Y yo, como cada año cuando llega esta fecha, me acuerdo de un mechero que mi padre sacó del bolsillo una tarde de marzo, hace más de medio siglo. Quizá sea algo muy personal, pero, bueno, por si la queréis leer, allá va la pequeña historia.
Aquel día era mi cumpleaños, cumplía 8; de aquella vivíamos en un pueblo de Córdoba, en una casa con un patio rodeado en parte por una galería. Por alguna razón no pude recibir el regalo que todo niño espera ese día. Me entristecí. En la tarde, salí a aquella galería, apoyé los brazos en la barandilla y me puse a llorar un poco en silencio. No quería que nadie me viera. Cosas de la inocencia infantil. En ese momento, apareció mi padre, que no era hombre de grandes muestras de afecto –decía que no había que sacarlo en procesión–, me vio y me preguntó qué me pasaba.
"Nada –le dije–, una tontería. Es que es mi cumpleaños y no tengo regalo". Mi padre metió la mano en su bolsillo, sacó un mechero y me lo ofreció. "¿Lo quieres?", me preguntó. Lo miré, confundido. No supe qué decir. Un mechero. ¿Para qué quería yo un mechero? Él me sonrió y respondió con naturalidad: "Pues es verdad… ¿para qué quieres un mechero?". Y, sin más, me revolvió el pelo con una caricia y se fue. Fue un gesto pequeño, apenas un instante en la vida, pero ahí me quedó grabado. Porque más allá del regalo o del mechero –que claro que no tenía importancia–, lo que realmente importaba era ese momento, esos segundos, que no sé por qué supe allí mismo que ya nunca se me olvidarían. Mi padre se fue ya hace muchos años, pero en días como estos su ausencia pesa un poco más. ¡Qué daría yo por poder meter la mano en un cajón y encontrar aquel mechero que aquella tarde no cogí!, tenerlo entre los dedos, sentir su peso, abrir y cerrar la tapa solo por el placer de escuchar el chasquido del metal. No para encender nada, sino solo por tenerlo.
Mañana es el Día del Padre. Algunos padres recibirán felicitaciones o llamadas distraídas. Otros, la indiferencia de quienes todavía no han aprendido que no hay padres eternos. A los que aún tenéis el vuestro os diría que lo disfrutéis, que lo escuchéis, que guardéis sus palabras y sus gestos en vuestras almas. Porque llegará un día en que lo único que quedará será el recuerdo.
Yo siempre tendré el mío. Aquel mechero. El mechero de mi padre.
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