Opinión

Crónica de un apagón

Sobre el caos y la revelación

Hubo un apagón en España hace unos días, por si alguien no se enteró. Aunque claro, si no se enteró, quizás fue porque no había electricidad para enchufar el router o cargar el móvil. El país entero, durante unas horas, volvió a la Edad Media… Pero sin la épica. No hubo espadas, ni honor, ni caballos; solo tostadoras muertas, ascensores parados y móviles inoperativos.

Y entonces, en mitad del caos, la revelación: padres jugando con sus hijos, niños corriendo por parques con progenitores detrás, no por Pokémon GO, sino de verdad, como en los años ochenta. Y a uno le dan ganas de aplaudir, hasta que escucha los comentarios en redes cuando volvieron a funcionar: "Fue maravilloso, desconectamos del móvil, volvimos a lo esencial".

Claro que sí, campeón. Te faltó decir que volviste a tocar el alma del universo o que lloraste al ver una ardilla. Qué cosas, ¿eh? Necesitamos que se apague el país para darnos cuenta de que el niño mide ya metro y medio y que no se llama "niño", sino Lucas. Qué bonito todo. La tragedia no es el apagón, no. La tragedia es que para muchos fue una oportunidad mística de volver a ser humanos. Como si no se pudiera hacer eso cualquier lunes por la tarde. Pero claro, un lunes normal tienes el móvil cargado, TikTok tirando a lo que da, el trabajo chupando la vida y, sobre todo, la adicción voluntaria a esas telarañas tecnológicas a las que estamos enganchados.

¿Y la explicación oficial? Bien, gracias. Las autoridades informaron lo justo, lo que tocaba, lo que les vino bien. Porque en este país cuando se cae el sistema eléctrico, lo primero que salta no es la alarma, sino el manual de excusas. Que si una sobretensión, o una vibración atmosférica, o que si un proveedor externo o que si Marte estaba en retroceso; la cosa es que al parecer quince gigavatios se fueron juntos de farra y todavía los están buscando. La culpa, cómo no, del otro. De alguien. De cualquiera que no sea el que cobra una pasta gansísima por evitar precisamente que estas cosas pasen.

Y aquí entra nuestro segundo apagón: el de los cerebros que toman decisiones. En los despachos donde deberían estar técnicos con talento contrastado, tenemos nombres a dedo que a la hora de la verdad desaparecen con sus sueldos astronómicos y una sabiduría en la materia que cabría en una galleta de la suerte. Y claro, pasa lo que pasa. Cuando todo funciona, se cuelgan la medalla y las nóminas, pero cuando todo se va al garete, pues la culpa es del otro y a mí no me preguntes, que yo solo pasaba por aquí.

Y cuando vuelva a pasar, porque volverá, ya estaremos preparados. Con una linterna, un hornillo de camping, un transistor a pilas, una sonrisa, cincuenta y cinco rollos de papel higiénico y un mensaje redactado previamente en el móvil: "Ha sido precioso. Volvimos a conectar con la vida". Es lo que hay. Sí.

Tracking Pixel Contents