Opinión

Ricardo Junquera

La cigarra y la hormiga

Actualización de una fábula de toda la vida

A mí, desde pequeño, me enseñaron a creer en la fábula de la cigarra y la hormiga. Lo decían los mayores, lo repetía el maestro con la gravedad de quien se sabe custodio de la verdad, y lo confirmaban hasta los tebeos: que en esta vida hay que sembrar para recoger. Que hay que trabajar duro, guardar para el invierno, y que la holgazanería es el camino más directo al fracaso.

La cigarra, contaba la fábula, cantó y bailó durante todo el verano y cuando llegó el invierno tiritaba como pavo antes de navidad. La hormiga, en cambio, se había dejado el lomo doblado acarreando grano tras grano, y cuando la otra vino a pedirle cobijo, le cerró la puerta en las narices y le dijo, con ese tono seco que solo da el saber que se tiene la razón: "Pues baila ahora, bonita".

Y claro, uno creció pensando que así era el mundo. Pero resulta que no. Que ya no. Porque ahora, la cigarra no solo no pasa frío, sino que tiene calefacción central, wifi gratis y un cursillo de biodanza subvencionado. Y la hormiga…la hormiga paga.

Porque se ve que, con esto de los nuevos tiempos, la cigarra ha descubierto que tocar la guitarra en una asociación cultural de inclusión artística le da puntos para una ayuda mensual. También da charlas en centros homologados sobre "vivencias musicales desde la libertad estructural del individuo" con las que se saca un pico todos los meses. Y, además, recientemente la han nombrado asesora mediopensionista en asuntos culturales de su ayuntamiento, y ese esfuerzo, oye, pues también hay que compensarlo.

Mientras tanto, la hormiga sigue currando. Cotiza, madruga, paga IVA, IRPF y hasta el impuesto sobre la estupidez, que no aparece en la ley pero se nota en cada recibo. La hormiga lleva tres hernias discales y una depresión leve con tendencia a la mala leche, pero sigue. Porque le enseñaron que eso era lo que había que hacer. Que el esfuerzo dignifica.

Y el otro día, cuando volvió a casa tras catorce horas entre trabajo y transporte público, se la encontró ocupada. La cigarra, con su guitarra y dos colegas con máster en ocupaciones simbióticas, le habían tomado el hormiguero y habían colgado en la fachada una pancarta que decía "El hormiguero es un derecho, no un privilegio". Sí. A la hormiga no le quedó otra que llamar a la policía, que le explicó muy amablemente que "eso es un tema civil, señora, aquí poco podemos hacer", y que se fuera buscando otra cosa mientras se resolvía el desahucio por vía judicial, que va lento, ya sabe usted cómo es esto.

Así que ahí la tenemos. A la hormiga de nuestra fábula. Durmiendo en un banco, tapada con su currículum vitae y una manta térmica que le dio una ONG a la que ella misma hizo una donación el año pasado, mira tú qué cosas. Pero eso sí, a las seis de la mañana está en pie, camino de la fábrica, que hay que seguir, que aún le falta un empujón para los cincuenta años cotizados, o casi. Porque la cigarra, oye, tiene sus derechos. Y alguien tiene que pagarlos, claro.

Y uno, que creció creyendo en la fábula, ya no sabe si reír o si pedir una guitarra. O si continuar madrugando todos los días para seguir cotizando. Es lo que hay.

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