Opinión
Al lugar donde fuiste feliz
Sobre el peso de los recuerdos
Hace unos días estuve hablando con un conocido, un hombre que ya anda en los descuentos, una de esas personas a los que la vida les ha ido quitando cosas en silencio, sin aspavientos ni tragedias, pero con la puntualidad del invierno. Me dijo, con ese tono que tienen los que ya no se engañan y con la resignación del que ya ha oído demasiadas campanadas, que quería verme para ir dejando todo preparado, "para cuando me toque". Sí.
Y, en mitad de la conversación, se le nubló un poco la voz. Había estado unos días antes, me contó, en la casa de la aldea. Allí crió a sus hijos con su mujer, esa compañera de barro y pan duro que ya no está; allí vivieron una vida de las de antes: sencilla, sin épica ni libros de autoayuda. Pero feliz, porque fue la suya. Lo bajaron al pueblo cuando se quedó solo. "No puedes quedarte ahí arriba", le dijeron los hijos. Y él obedeció como se obedece en la vejez: sin ganas, pero sin protesta.
Y el otro día volvió a aquella casa; no sabía si a verla o a despedirse de ella. "Estaba fría", me dijo. "Vacía. Muerta. Entré y sentí que ya no era mía. Escuché las risas de los chicos, vi a mi mujer sacudiéndose la tierra de las manos, pero… no, claro. Allí ya no había nadie. Solo escayos. Y ese silencio espeso que lo cubre todo".
Después, cuando yo volví a casa, no sé si fue casualidad o un aviso elegante de esos que a veces manda el destino, puse la radio y sonó Sabina: "Al lugar donde fuiste feliz no debieras tratar de volver". Lo dijo él, sí. Y antes, Félix Grande, el poeta. Y otros tantos. Porque las verdades no tienen dueño, solo tienen eco. Y me acordé de aquel hombre de la casa vacía. De su mirada cuando decía que estaba "bajo de ánimo", como si el alma se le hubiera desajustado de tanto abrir puertas cerradas.
Y en todo esto vi una enseñanza que viene envuelta en melancolía. Porque, sí, claro que el pasado tiene su encanto. Es un licor dulce, pero fuerte. Calienta al principio y después, si te pasas, te tumba. Y hay que tener cuidado con esos tragos. Porque uno no puede vivir emborrachado de lo que se fue. Se pierde lo que se es. O lo que queda de ello.
Mirar atrás es humano, hasta necesario, como mirar por el retrovisor antes de cambiar de carril. Pero convertir el recuerdo en hogar, es un lujo triste que no nos podemos permitir. El pasado no es un refugio, es una foto. Se mira, se guarda, se sonríe… Y se sigue caminando. Porque si algo enseña la vida, cuando ya uno empieza a verla de perfil, es que la memoria debe ser compañera de viaje, pero no el equipaje entero.
Porque vivir es avanzar. Aunque duela. Aunque uno camine ya despacio y con bastones. Y porque siempre queda algo por descubrir. Aunque sólo sea, simplemente, la paz de haberlo intentado todo. Incluso el haber sido feliz.
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