Opinión
RicArdo Junquera
Color de rosa
A José Luis Capitán, enfermo de ELA y maestro
El artículo de esta semana ya lo tenía escrito. Y ya no recuerdo de qué iba. Solo sé que, recién terminarlo, leí el que publicaron sobre ti en este mismo periódico, sobre esa charla que diste a casi trescientos chavales en La Fresneda, en la que, con la respiración prestada por una máquina, la voz por una tablet, y con una entereza que ni mil vidas prestadas alcanzarían a igualar, dijiste la verdad sin adornos ni anestesia: "A los niños hay que mostrarles la realidad como es".
Y entonces entendí que lo que yo había escrito no valía una línea. Porque hay verdades que dejan en silencio incluso a los que vivimos de juntar palabras.
Gracias, José Luis, o "Capi", como creo que te llaman tus amigos, por dar esa lección sin trampa, sin atajos. Por ser el maestro que muchos chavales necesitan pero pocos tienen la suerte de escuchar. Tú no llegaste a La Fresneda con un PowerPoint sobre valores ni con un discurso de esos de conferencia motivacional. Llegaste con tu ELA, con tus años de batalla sin cuartel, con tu cuerpo inmóvil pero con el alma en pie, a enseñarle a esos críos, a todos nosotros, lo que verdaderamente es vivir. Y lo hiciste sin pedir aplausos ni compasiones. Solo pediste ser escuchado. Y vaya si lo fuiste. Contaste que hay momentos en los que todo parece irse al carajo, que lo has vivido. Que lo sigues viviendo. Que te quitaron lo que para nosotros es rutina: caminar, hablar, abrazar…; y que aun así, desde la trinchera de tu silla, no renuncias a la batalla de cada día. Que no hay que maquillarlo, ni endulzarlo, ni ponerle filtro: la vida a veces hace daño, mucho daño. Pero aún así vale la pena.
Les dijiste, como quien lanza un salvavidas a mar abierto, que la vida está para vivirla. Y para disfrutarla. Sí, cada momento. Hay chavales que salieron de ese encuentro con algo que no se enseña ni en las escuelas ni en las redes: con una brújula moral; con una forma distinta de mirar su vida, sus problemas, su suerte. Y algunos, ojalá muchos, se irían a casa pensando que, aunque la vida no sea color de rosa, aunque a ellos también les toque alguna vez verla en blanco y negro o en sepia rancio, que como a todos también a ellos les tocará, aún así merece la pena caminar. Aunque sea cuesta arriba. Aunque duela. Porque caminar no siempre es mover las piernas. También es no rendirse. Y tú, José Luis, caminas como pocos.
Gracias por recordarnos, como un amigo tuyo señala en ese mismo artículo, que los auténticos héroes son esas pequeñas personas que hacen pequeños gestos para conseguir grandes cosas; que mientras podamos dar gracias a la vida por seguir respirando un día más, por compartir un instante más, por mirar a un hijo o a un amigo, a un alumno o a un desconocido con los ojos bien abiertos… entonces estamos vivos. Y eso ya es mucho.
El artículo que había escrito esta semana ya no importa. Este otro, el que has escrito tú con tu vida, vale infinitamente más. Gracias, maestro. Es lo que hay.
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