Opinión

Jueces y democracias

Sobre el proyecto de ley de modificación de la carrera judicial

Uno ya va teniendo una edad, y cuando piensas que ya hay pocas cosas que te puedan sorprender, hete aquí que nuestros próceres, en un arranque de inspiración que solo puede nacer de la ignorancia o de algo aún peor, han decidido "modernizar" el acceso a la carrera judicial. Que suena muy bien, muy progresista, muy de TikTok y agenda 2030… hasta que rascas un poco y te das cuenta de que lo que proponen es, hablando en román paladino, cargarse a martillazos un sistema que, con todos sus fallos, al menos tiene una cosa buena: la exigencia.

Porque acceder a la judicatura es jodido. Y es jodido por algo. No es una oposición para espabilados de fin de semana ni para cuñaos con carné de partido. Son años de estudio, de encierro, de renunciar a vida, amigos, tiempos, veranos y primaveras. Son chavales, y no tan chavales, que se levantan cuando aún no han puesto las calles y se acuestan con más artículos del Código Penal en la cabeza que neuronas disponibles. Esos, los que sudan tinta china y café recalentado durante años, son los que ahora se enteran por el BOE de que su esfuerzo vale menos que el "me gusta" de un ministro.

Porque la genialidad, que imagino parida en una tertulia de iluminados de alto cargo y al parecer dudosa vergüenza democrática y aún menor sentido de lo que es la justicia, consiste en sustituir el mérito y la capacidad por... bueno, por una cosa que llaman "formación tutelada", que suena a cursillo de monitor de tiempo libre con prácticas en el juzgado de guardia. Un juececillo en prácticas con su carpeta, su sonrisa servicial y su tutor político, a ver si aprende a distinguir entre un Auto y un chisme de Sálvame.

¿Y quién elige a estos aprendices de Robespierre con toga? Pues eso, los que mandan. O sea, el Gobierno. O el partido del Gobierno. O los amigos del partido del Gobierno. Elija usted lo que más le guste, que ya sabemos cómo funciona esto: donde antes había temarios ahora habrá entrevistas; donde antes había exámenes ahora habrá enchufes; y donde antes había separación de poderes, ahora habrá colegas.

Uno, al que le enseñaron algo de historia, empieza a ver patrones de actuación. Porque esto de elegir jueces de esta manera, por no decir por afinidad ideológica, no se inventó precisamente ahora. Es un modelo que viene con manual de instrucciones traducido del alemán de los años 30 del pasado siglo y que empieza siempre igual: se cargan el acceso independiente, meten a los suyos en los tribunales y luego, con la ley ya domesticada, hacen con el país lo que se hace con el cerdo en San Martín.

Y claro, todo esto se hace con una sonrisa. Con palabras bonitas: "Democratizar el acceso", "Abrir la carrera judicial a otros perfiles", "Formación práctica más allá del memorismo". Les falta decir que lo hacen por el bien de los niños y la paz en el mundo. Sí.

A ver, que nadie se engañe. Esto no va de mejorar nada. Va de controlar. Va de que la toga pese menos que el carné. Y lo peor no es ya la falta de respeto a quienes se han dejado la piel para llegar, que eso sería suficiente para hacerlos pasear por la plaza del pueblo con un cartel que diga "perdón por la infamia". Lo peor es que están jugando con fuego. Con ese fuego lento que destruye democracias por dentro.

El de los jueces obedientes, los fiscales sumisos y las sentencias que se dictan en los despachos de partido antes que en los tribunales. Y mientras tanto, los que hoy se parten el alma estudiando para ser jueces, tendrán que ver cómo el que fue a tres asambleas y trajo cafés en la sede del partido se sienta en el juzgado con toga y cara de saberse impune.

Es lo que hay, sí. Pero lo que hay empieza a oler mucho a lo que ya hubo. Y ya sabemos en qué acabó aquello.

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