Opinión
Déjalo ir
Carta de un padre a su hija
Déjalo ir, hija. Sí, así, sin darle más vueltas. Sin dramatismos. Déjalo ir. No merece la pena seguir haciéndote daño pensando en lo que pudo ser y no fue ni buscando razones donde ya no las hay. A veces la vida se parte por la mitad sin previo aviso, y lo más sensato, aunque duela, es soltar lo que ya no tiene arreglo.
Sí, ya, claro que duele. Claro que cuesta respirar cuando se te cae el suelo bajo los pies, cuando ves derrumbarse el proyecto de vida que habías levantado con tus manos, con tus años, con tus ilusiones. Pero también sé , porque los padres ya tenemos cicatrices en el cuerpo, que ese dolor pasa. Sí, pasa. Y lo que deja después es otra cosa: calma. Y con la calma, una claridad que no tenías antes.
Lo de él, déjalo. No gastes saliva ni lágrimas en entender lo que ni él sabría explicar. Se fue. O peor aún: se perdió. No busques razones. No gastes más lágrimas. Abre la puerta, deja que se marche y no mires atrás. No por orgullo ni porque no te importe, sino por respeto a ti misma.
Y mientras tanto, mira al pequeño, a vuestro hijo, a ese chavalín que, a sus años, ya ha entendido más de la vida que muchos adultos; que sabe que el camino a veces da estos trompicones y que no pasa nada. Él va a ser tu mayor apoyo para salir adelante.
Y tus padres, hija, también estaremos aquí. Ya lo sabes. No para decirte lo que tienes que hacer ni para soltar sermones, sino para acompañarte. Para echarte una mano si hace falta o simplemente para estar. Porque para eso están los padres: para cuando se tambalean los cimientos.
Vendrán días grises, claro. Alguno en que la casa se te haga grande o en los que oigas un silencio raro por las noches. Pero también vendrán otros mejores: mañanas nuevas, desayunos con risas, tardes de parque y domingos tranquilos. Y poco a poco, sin darte cuenta, volverás a reírte sin que te duela. Sí, brinda por lo que fue. Por los buenos momentos, por los recuerdos que aún te saquen una sonrisa. Pero luego cierra la puerta, abre la ventana, deja que entre aire nuevo, respira hondo, levanta la cabeza y sigue andando.
Porque, hija mía, aún te queda mucho por vivir. Y lo mejor, créeme, todavía está por llegar.
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