Opinión
El bueno de Pepe
Experiencias en Fuerteventura
Lo conocí la semana pasada. En Fuerteventura, un lugar precioso en otoño, cuando el viento está más en calma, las playas siguen siendo infinitas, la temperatura cálida y los amaneceres y atardeceres un lujo.
Allí los conocí. A Pepe y a Maruja, su ineludible esposa. La primera vez que los vi fue en la recepción del hotel. Noté enseguida que eran peculiares y me dije, para aliviar algo mi ociosidad y sin ningún tipo de malicia, si puedo me voy a fijar un poco en ellos, que esta pareja tiene juego. Ella, un sinfondo de señora, amplia en sí misma, voz echada para adelante y brazos como toneles. Dominando la escena. Él, unos pasos más atrás; pequeñín y apocado, de bigotuco rancio y mirada perdida. Sujetando las maletas. Sí, ese era Pepe.
Más tarde coincidí con ellos en el ascensor, bajando al restaurante. Ascensor que ya baja nutrido y esos que llegan a última hora, cuando se están cerrando las puertas y entran sin mirar si caben o no, pues eran ellos: Maruja, que ocupaba por dos, y detrás, agarrado y arrastrado por ella, Pepe, que ocupaba por medio. El ascensor que se pone a bajar y empieza a tronar un raca-raca de la maquinaria que mete miedo; buff, a ver si va a ser que bajamos de golpe, pienso. Y Maruja que, nerviosa, empieza a moverse y va y dice: "Pero si es que venían ustedes muchos…". Le contesto que por favor deje de moverse que enseguida llegamos, y me suelta que ella está quieta, que es su marido el que no para. Lo miro de reojo; y él a mi; el buen hombre ni pestañeaba; por si acaso.
Llegamos: buffet amplio, de esos a los que indefectiblemente hay gente que va con el único afán de ponerse malo a comer. Y lo consiguen, ya te digo. Veo a Maruja con su plato por los pasillos, sirviéndose lo que se ponía a su alcance. Y dos pasos más atrás Pepe, con su platín en la mano, esperando que ella le sirva algo. Al hombre, para compensar, le cayeron unas pechugas a la plancha y un poco de brócoli. Después, cuando me estoy sirviendo el vino, de grifo, llega Pepe con su copina, a ponerse una. Pero no. Maruja que lo ve en la distancia le grita que ya sabes, Pepe, que el vino te sienta mal, que tomes agua. Y Pepe, con un deje de melancolía en los ojos, pues agua que te crió. Con un poco de hielo, eso sí.
El día siguiente fue en la playa, caminando. Iban delante mía; ella bañador negro hasta media pierna estilo arponero prepárate, y él un Meyba azul años setenta con raya lateral blanca y camiseta pálida de las de tirantillos, de esas de ferretería de toda la vida. Y pasando por una zona que era nudista, aquellas son playas muy largas y tácitamente divididas en sectores, Maruja que le dice a Pepe que tiene sed y que se acerque al chiringuito a buscarle algo. Supongo que el chiringuito es también nudista y decido pararme a ver la escena.
Pepe que va para allá. Pepe que tarda en volver. Maruja que empieza a impacientarse, y al verme cerca me pregunta qué le habrá pasado a su marido, que no viene. Suponiendo que a Pepe lo único que le pasa es que está alegrando un poco la vista, que a saber el pobre hombre, le contesto que no se preocupe, que es que en esos bares a veces tardan en servir y que incluso hay colas, y la animo a que se acerque, que ya verá si las hay. Y allá fue. Creo que tardaron en salir. Seguramente Maruja estuvo comprobando por ciencia propia que en aquel chiringuito había colas. Sí.
Aquella misma noche, ya en el restaurante, me estoy sirviendo el vino y se acerca Pepe. Nos miramos. Y sin cruzar palabra le dejo pasar a él delante y me pongo yo detrás, tapando la escena con mi tangible humanidad. Y Pepe, que se sirve una copa hasta arriba y de un buchazo para dentro. Y se me vuelve y con una mirada de infinito agradecimiento repite la operación: otro copazo al coleto en cosa de segundos. Y después rellena la copa con agua y a cenar las pechugas, tan contento.
Y tal que así podría seguir contando cosas de aquella célebre pareja, que las hubo. Pero baste lo dicho para haber compartido con vosotros alguna de las aventuras del bueno de Pepe. Es lo que hay.
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