Opinión
Ese silencio que nos debemos
Sobre el discurso de Byung-Chul Han, premio "Princesa de Asturias"
Pues sí, tuvieron que darle el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025 para que lo conociéramos, para que escucháramos lo que hace años nos lleva diciendo sin filtros: que vivimos engañados; que corremos como si hubiera una meta cuando lo que hay en realidad es un espejo; que la obligación de tener que disfrutar de cada momento es, en sí misma, una nueva forma de tortura; y que la solución no consiste en correr más, sino en parar.
Byung-Chul Han, ese filósofo coreano con nombre de delantero del Alavés, pinta de no haber pisado una peluquería en los últimos tres años, calma de monje y cara de no usar el Whatsapp en su vida, vino a Oviedo y nos soltó la verdad más incómoda de todas: que la libertad que tanto presumimos tener es una trampa, que ya no necesitamos jefes porque nos bastamos solitos para explotarnos, que vamos felices al matadero, con reloj inteligente, aplicación de pasos y sonrisa de "todo va bien".
Sí, el bueno de Han vino a Oviedo a dejarnos claro que el móvil no es un instrumento, sino un amo con buena cobertura, que lo fabricamos nosotros, sí, pero es él quien nos maneja. Y tiene razón: ya no levantamos la vista ni para cruzar la calle. Nos pasamos la vida deslizando pantallas como si del otro lado fuera a aparecer el sentido de todo esto.
También habló de la creciente falta de respeto y de civismo en nuestra sociedad, de que la democracia auténtica no se sostiene solo con urnas, sino con educación, confianza y responsabilidad. Y ahí, me temo, el silencio en el auditorio fue más incómodo. Porque miras alrededor y ves que hoy en día no hay debate, hay bandos; que basta con discrepar para que te declaren enemigo; que nuestras democracias se están vaciando de contenido y convirtiéndose, demasiadas veces, en escenarios de autopromoción y ruido.
Y lo veías hablar, sereno, sin alzar la voz, como quien sabe que lleva razón sin necesidad de demostrarlo, y te entraban ganas de apagar el teléfono y salir a caminar sin rumbo, solo por desobedecer un poco. Algo no va bien en esta sociedad, acabó diciendo; y claro que no. Basta con mirar cómo vivimos: comunicadísimos, pero solos; informadísimos, pero huecos; libres, pero agotados. La paradoja perfecta: nos hemos hecho esclavos de nuestra propia libertad.
Sí, tuvieron que darle un premio para que lo escucháramos, para que un filósofo nos dijera desde la tribuna del Campoamor lo que nuestras abuelas ya sabían sin haber leído a Sócrates: que no pasa nada por no hacer nada, que también es vida sentarse a ver llover y que a veces basta con dejar que las cosas sean, sin pretender controlarlas todas.
Quizá de eso vaya todo: de aprender a callar un poco. Porque, al final, lo que el sabio Han vino a decirnos es que el alma humana está cansada. Y que el alma, cuando se cansa, no pide motivaciones: pide silencio. Ese silencio que nos debemos. Sí, es lo que hay.
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