Contaba, hace tiempo, un paisano en la Pola: «Tino el Mantitu facía como naide los machuchitos, ¿acuérdeste?». Pedía un limón y lo convertía en cara de muñeco, añadiéndole ojos, nariz y boca, y lo vestía con una servilleta de trapo, la que doblaba y anudaba a sus dedos para darle movimiento. Con la mesa rodeada de gente expectante, comenzaban los diálogos, la comedia y las carcajadas; era una larga conversación de tú a tú y a dos voces, con temas satíricos y políticos, de la actualidad palpable del pueblo llano, del bueno. Lo veo ahora en una imagen fotográfica (posiblemente única) de los años cincuenta, en plena actuación y deleitando a los entonces jóvenes componentes del orfeón de Siero Musical, entre los que se encuentra mi admirada y recordada Pacita, «la Guaxa». ¡Qué nostalgia!

Si comenzamos esta larga e interesante historia por el principio y, como debe ser, debemos presentar a Celestino Presa Noste como un vecino de Pola de Siero que nació en esta villa ya hace más de cien años, en el año 1907. Era hijo de Virginia, la de Noste, vendedora ambulante de telas, forros y entretelas, y de un lugareño, Ricardo, el de la Ferlera. Fue un guaje traviesu y de mozu un gallasperu, que comenzó siendo ayudante de mancebo de Pepe Figaredo (que también ha sido el primer fotógrafo profesional del concejo de Siero), en la botica del padre de Rufino Cabeza, y que muy pronto se aficionó a los productos químicos, teniendo muy buena mano, estupendo olfato y mejor ojo para hacer esencias y colonias, el fijador de pelo, los jabones y las fórmulas magistrales.

Cuando ya había cumplido los 20 años se embarcó rumbo a las Américas, queriendo probar fortuna y buscando emociones en Buenos Aires, como otros muchos sierenses y asturianos, volviendo a su país y a su tierra a los dos años, un poco desilusionado por no haber encontrado un trabajo digno y apropiado. Después, el destino le lleva de la mano a Sariego, a golpe de calcetín y de zapato, donde conoció a una moza y hasta donde llegaba a cortejar caminando, ya que nunca fue capaz de aprender a montar en bicicleta. Aquella novia, Amor Peña Diego, sería pronto su esposa para toda la vida, y madre de nuestros entrañables compañeros de la infancia y del colegio de las monjas Ricardo y José Pablo.

Después, Tino Presa comenzaría a trabajar en la mantequería de Máximo Gutiérrez, su amigo y cuñado, e hijo del saregano Gaspar Gutiérrez, quien había instalado una industria láctea en la calle del Convento de la villa polesa, concretamente en los locales del antiguo teatro Amalia, por el que desfilaron famosas «varietés» y donde se presentaron estupendas obras teatrales en los primeros años del siglo XX. Nuestro protagonista aprendería a fabricar quesos artesanales en León y conseguiría hacer uno muy similar al queso roquefort, al estilo de la Pola, que ya es decirÉ

Ya en el año 1945 Tino «el Mantitu» y «Raimundo el Chato» organizan en el desaparecido campo de fútbol, en El Jardín, el baile de kermesse o de la kermés, final de las fiestas del Carmen y Carmín, teniendo así el primer contacto con la hostelería. Y dos años más tarde es cuando Tino se independiza y abre las puertas del café El Jardín, frente al mismo parque y por donde se hacía el paseo de los domingos y festivos (¡cuántas vueltas y revueltas dimos por aquella acera, para ver pasar a la polesina, morena ella, como la del cantar, «que tanto quise y que ella no me quiso a mí»!), al lado de casa Pano, también en las cercanías del café Colón, de El Rasán, de la cervecería del hotel Antonia y del bar Polesu, todos ellos en la misma carretera general que cruzaba por el centro de la Pola.

¿Qué fue en realidad El Jardín de Tino? ¿Un bar, un café, un restaurante con sidrería o la «boîte» de Ricardo, el que estudió médico en Valladolid para ganar dos mil pesetas en el Hospital de Oviedo, y que quiso hacerse rico poniendo una discoteca moderna y con la moda joven en la parte de atrás, y que por poco, por muy poco, casi se arruina?

Al escribir de Tino «el Mantitu» debo decir que fue compañero de fatigas en Buenos Aires de Nico de Pachuché, del Ché de Pinón, de Facundo el de Encarna, de los hermanos Medina de Les Campes; entre ellos estaba mi padre, y que todos corrieron la aventura de cruzar el charco y regresar a la Pola, un día de Carmín y sin maleta. Al recordar ahora a Nico el de Pachuché viene al cuento comentar que el quiosco de la música de la Pola, tan llevado y traído por la crítica en estos días, se construyó una vez terminado el Ayuntamiento, en el año 1889, y sin techo. Por 1912 y, antes de emigrar toda esta juventud, se cubrió con el «bombé» (se le puso corona, que era el techo). De ahí esa canción tan polesa que dice: «¡Qué viva Siero, que es mi pueblo, / vivan Les Campes con gran placer, / y una corona para el "bombé", / donde está Nico el de Pachuché!».

Tengo que añadir que El Jardín fue institución en nuestra Pola de Siero. El local donde se reunían a diario y jugaban la partida al dominó el cura, el practicante, el boticario, el médico, el alcalde y el capitán del puesto de la Guardia Civil y demás fuerzas vivas de la localidad y del concejo, además de tratantes y viajantes.

En El Jardín comimos los primeros helados de guajes y de chavales cubrimos las primeras quinielas. Allí nos reencontramos, vimos de cerca y tocamos las manos de aquellos monstruos futboleros de Atlético de Bilbao, cuyo autobús propio de equipo se detenía delante de este café después de los partidos con el Real Oviedo en Buenavista. Por allí pasaron y se fotografiaron con nosotros los internacionales Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza; los Mauri y Maguregui, Canito, Orue, Arieta, Lezama y Carmelo. En ese mismo lugar, con la mirada y la seriedad de Tino por el medio, tomamos el primer café con una moza (algunas novias, y otras que nunca fueron, ni quisieron ser). Y más tarde saboreamos el ginfizz y algún cóctel con sabor a gloria benditaÉ

El martes próximo aquí estará otra vez, con vosotros, Tino «el Mantitu», el otro Perico Chicote de la Pola.