Si paseas a media mañana por Noreña es casi seguro que te cruzarás con José Manuel Cueva Tejero y no sé si sabrás que fue un destacado deportista, nacido en esta villa. Ayer, futbolista y gran jugador de bolos; hoy, sin la pierna derecha, la que le tuvieron que amputarle por problemas circulatorios, y en una silla de ruedas va recorriendo nuestras calles, sin prisa y con resignación. Está separado desde el año 1971, tiene una hija y tres nietinos en Ciaño, y vive en la residencia de mayores de Los Riegos de Noreña.

Es Pichi su nombre de batalla y el que perdura entre los antiguos admiradores y muchos amigos. Oriundo de Noreña, de la calle Pedro Alonso desde 1942, estuvo más de treinta años trabajando y jugando al fútbol por las cuencas mineras asturianas; unas veces en la del Nalón y otras en la del Caudal. Comenzó a patear el cuero en el Silka de Sama, después engrosaría las filas de la Juventud Balompié y de aquí saltaría a la Tercera División de antes, vistiendo la elástica del San Martín de Sotrondio. (Hasta entonces tuvo que trabajar de minero, de ayudante de picador en el Fondón de Sama y en pozo Polio de Mieres, también en Proquisa, donde La Bayer fabrica aspirinas en las cercanías de Lada.

Después a Pichi lo ficha el Caudal Deportivo de Mieres, unos de los favoritos de tercera, y allí permanece de defensa titular durante tres años. Es cuando a este hombre se le presenta la oportunidad de su vida, al ser pretendido por uno de los grandes de la División de Honor.

-Era mi gran ocasión, la que a veces solamente te llega una vez y ya nunca vuelve. Los ojeadores del Real Betis de Sevilla me estaban siguiendo desde hacía tiempo y cuando me quisieron fichar (ya había acuerdo y preparando el contrato) los directivos del Caudal de Mieres se subieron a la parra pidiendo perres y el que quedó tiráu fui yo; como se suele decir, compuestu y sin novia».

-¿Qué colores defendiste después de aquel intento frustrado?

-Llegué al Valdesoto para jugar la Copa de la Federación y estuve otros tres años en Avilés, en el Ensidesa, (yo sabía que me seguían observaban directivos del Oviedo y del Sporting, pero nunca nadie habló conmigo), jugaría también en el Real Titánico de Laviana y en el Langreo, siendo mi último club el Condal de Noreña, donde colgué las botas para siempre en el año 1975.

-¿Y entonces te dedicas a lanzar la bola?

-Lo de los bolos siempre me gustó. Era el xuegu de antes y de los pueblos, el de la cuatreada a mí se me daba bastante bien. Tenía brazu largu, fuerza y puntería; me defendía tanto para la mano como para el pulgar. Pertenecí a la peña bolística de Los Tilares y a la de la Villa Condal.

-¿Qué recuerdos deportivos te quedaron?

-Muchos buenos y algunos muy malos. Lo peor fue que cuando estaba en pleno apogeo no me cuidé nada y miré poco por les pesetes y por la salud; creía que aquella racha nunca se iba a acabar y, cuando vas a menos, gran parte de aquellos amigos te desaparecen.

-¿En Noreña sí que tienes amigos?

-Los fieles y los que nunca te fallan. Me emocioné cuando mencionaron mi nombre en la Casa de Cultura, el día que entregó la Orden del Sabadiego los premios del Condado de Noreña a los de los bolos.

-Pichi, cuéntanos aquella anécdota tan comentada y que hace años publicaron los periódicos.

-Ocurrió perteneciendo al Langreo y cuando íbamos que jugar con una nevadona un partido decisivo. Yo no estaba para saltar al campo pues tenía una gripe tremenda y una fiebre altísima. Cuando llegué a los vestuarios del Ganzábal en aquellas condiciones y me vio el entrenador, el gran Molaza, me dijo: «Pichi tú a jugar, que la gripe te la curo yo enseguida».

Me mandó vestirme de futbolista y me obligó a rebozarme entre la nieve casi diez minutos, después me dieron café muy cargado de coñá y salté al campo como una moto; en aquel partido no fallé ni una, y cuando me llegaba el balón solamente oía: «¡Bien guaje, bien!». Fui el mejor de los veintitrés, incluyendo al árbitro, y lo terminé con la gripe curada.

-Y con más años y andaduras a tu Noreña regresaste, y aquí te quedaste.

-Volví como mi madre en el año 1972 y trabajé en casa de Nicasio y en la sidrería de Fermín. Después me llegó la enfermedad y esta silla de ruedas que empujan mis amigos por Noreña. Dentro de lo malo estoy contento pues en la residencia me tratan muy bien.

Se acerca la hora de la comida y Pichi va acompañado de un fiel escudero que lleva su silla de ruedas, va por la acera que bordea el río Noreña, en el valle de Los Riegos, camino de de la vivienda tutelada (donde Marisol, supervisa todos los movimientos; ella es la hija de César Avelino, aquel antiguo compañero de la información langreana, ya fallecido hace tiempo). Es sábado y regresa de casa Nicasio, ahora solamente toma cafés y agua mineral; de vino ya estuvo bien, ni acordarse. Se le aparece la nostalgia de pronto, cuando pasa delante de la bolera y de los campos de fútbol, y una sonrisa pícara se dibuja en su cara de niño bueno. Es el mismo Pichi de siempre: prudente, de pocas palabras y con algún golpe más encima, los que traidoramente suele dar la vida.